miércoles, 29 de junio de 2016

PREGÓN DE FIESTAS PATRONALES 1996 EN TARANCON

PREGON DE FIESTAS 1996


REINA de las Fiestas y Corte de Honor, Ilmo. Sr. Alcalde, Autoridades. Taranconeras y taranconeros. Queridos amigos todos:
Gran honor y altísima tarea la encomendada a mi persona por la Comisión de Festejos del Excm. Ayuntamiento.
Para mi supone una gran ilusión, la realidad de ser Pregonero de Fiestas de mi pueblo.
Gracias a vuestra generosidad comparto desde esta noche la amplia nómina de personalidades tan cualificadas que han pregonado, que han lanzado su voz al viento, anunciando las Fiestas y Ferias de Tarancón.
Quiero dejar constancia de mi homenaje de admiración y respeto a todas ellas, y de manera especial a las que traspasaron el umbral hacia otras luces infinitas y, desde allí, desde lo alto, nos contemplan seguramente felices, como lo somos nosotros, como yo al menos lo soy en esta noche, pregonando y anunciando a todos las gentes, el prólogo o comienzo de las Fiestas y Ferias de Tarancón en honor de la Santísima Virgen de Riánsares, de este año de gracia de 1996.
Los Pregoneros de hoy, casi imprescindibles en las fiestas populares, son los descendientes de los antiguos pregoneros, aquellos oficiales de los Ayuntamientos que iban por las calles y plazas de los pueblos pregonando, dando a conocer en voz alta, los Bandos de la Autoridad, los aconteceres y las noticias d todo tipo.
¿Quién no recuerda los últimos pregoneros de Tarancón, Ruperto Periga y Tomás Priego, que partiendo de la Plaza del Ayuntamiento recorrían las esquinas de cada barrio anunciando, previo toque de tambor o trompeta, según la importancia del mensaje: “De orden de la Autoridad se hace saber….?.
Voy a hablar aquí, en Tarancón, desde el amor, desde el recuerdo, desde la amistad, por que como dijo el poeta, “la dolencia de amor no se cura sino con la presencia entre tus gentes y ante las tierras que te han visto nacer”.
Me dirijo a vosotros, buenas gentes que me escucháis. A los taranconeros que un día tuvieron que marcharse y por circunstancias diversas no pueden estar entre nosotros. Todos ellos son los verdaderos pregoneros y embajadores de Tarancón allí donde se encuentren.
A todos los hijos del pueblo ausentes, pero que, por una extraña saudade, no fallan en su visita anual a las Fiestas.
A vosotros componentes de la Comisión de Festejos, que trabajáis prácticamente todo el año para darlo todo en una semana, nuestra Semana Grande del 7 al 13 de Septiembre.
A vosotros miembros de las diferentes Peñas, que con vuestra alegría contagiosa, con vuestras charangas y vuestro galopeo incansable, sois el sostén colorista de todos los festejos.
A Trinidad y Feliciano, representantes de una generación esforzada y laboriosa, a la que se ha dado en llamar de la tercera edad. ¿Tercera edad, puede que sí, pero de primera división!.
A ti Tarancón, a tus calles entrañables: calle del Arco, del Agua, del Espejo…, con casas de yeso y madrea. A tus Ermitas recatadas: San Juan, San Roque, San Isidro y Santa Quiteria, siempre con los brazos abiertos a todos los caminos. A tu Iglesia, que se eleva alta y majestuosa con arrogancia de Catedral. A tu Torre esbelta, cuajada de vencejos. A tu Arco de la Malena, símbolo y motivo principal de tu escudo. A tus cerros misteriosos de las “Tetas de Diana”.
Aquí estoy para hablar de este Tarancón que me ha visto nacer, que en mis años mozos terminaba en la Tejera o en la cerca del “Salchichero”, y en el que junto a sus tapias sembraba aquellos Alcaceres de cebada verde para las mulas, que al llegar el mes de mayo se cubrían de amapolas y florecillas del campo.
Nadie mejor que la voz del gran poeta taranconero Enrique Rius, ha interpretado aquel derroche de colores y aromas en que se convertían los Alcaceres taranconeros al llegar la primavera, cuando escribía:
Florecillas amarillas
de mis dulces alcaceres
florecillas amarillas
como envidias de mujeres…
vergonzosas amapolas con corolas de pudor…
florecillas amarillas de mis campos
“Zapatillas” de mi amor……
Flores buenas….
Campo niño
Blanca el alma como armiño….
Rojo rojo el corazón….!
¡Florecillas amarillas de mis campos….
“Zapatillas” de tus campos Tarancón!

Cuando llegan estos días, es inevitable que los taranconeros maduros como yo, vivamos siempre como dos Fiestas y Ferias diferentes; las del pasado, las de nuestra juventud y adolescencia, arropadas por el abrigo de la nostalgia, filtrada por los tamices del tiempo, y las actuales, que con alegría e ilusión renovamos al año con nuestra presencia.
Sé que recordar es volver a vivir. Por ello me gustaría, taranconeros, que esta noche ahondárais en vuestra memoria, y como si penetráramos en el túnel del tiempo, me acompañarais por aquellas benditas Funciones en Honor de la Santísima Virgen de Riánsares que se celebraban en los años de mi infancia, allá por la década de los cuarenta y primeros años de los cincuentas.
De antemano perdonad todo cuanto os parezca banal en lo que voy a deciros.
Las funciones llegaban prácticamente cuando el último carro de paja se había metido en los pajares.
Acabadas las faenas de la recolección, el pueblo presentía, con un instinto especial, que se acercaba algo grande, algo en lo que había estado pensando todo el año. ¡Se acercaba el conjuro de las Fiestas!.
Los jóvenes estrenábamos ropa nueva. Os hombres si necesitaban alguna mula se acercaban al Ferial, situado en los alrededores del bar Manzanares. Se renovaban los aperos si era menester y, también, casi siempre, se compraba una navaja nueva.
En los últimos días de agosto, se iniciaba el solemne novenario dedicado a nuestra Patrona con gran afluencia de fieles, y el día 7 por la noche con la Iglesia a rebosar de taranconeros, se cantaba la célebre Salve, sin que al finalizar la misma faltase ningún año la vocecilla de Abundio, el que vendía Santos, lanzando un “Vítor a la Santísima Virgen de Riánsares”, que era contestado por los asistentes.
Ese mismo día a las doce de la mañana, el pueblo y su Ayuntamiento habían esperado a la Banda de Música de Quintanar de la Orden en la Glorieta de la Estación, y después de lanzar los primeros cohetes, se iniciaba un alegre pasacalles precedido de los gigantes y cabezudos. Las fiestas habían comenzado oficialmente.
En la Plaza se instalaban las barcas, la noria, la ola (todo un signo de modernidad cuando apareció por primera vez), las casetas del tiro al blanco, los puestos de chucherías  y los puestecillos de almortas, pipas y garbanzos “tostaos”.
Hasta el día 13, la vida social se desarrollaba prácticamente dentro del recinto de la vieja Plaza, que se convertía por unos días en meseta de conversaciones, cita de palabras rebrote y rumor de almas y de amigos encontrados.
Dianas con galopeo, paseos interminables debajo de las cadenetas, conciertos de la música en el Templete, vaquillas enmaromadas, torillos de fuego, carrera ciclista que siempre ganaba “Trompetilla” y fútbol componían el grueso de los festejos. El día 13 por la noche con la célebre traca final y el sensacional galopeo se cerraban las Fiestas.
Para nosotros los siete días de Fiestas, eran como aquellas siete gotitas de felicidad a las que teníamos derecho a lo largo de todo el año, y que valorábamos enormemente.
Del Tarancón de entonces, se arraciman los recuerdos y las vivencias. Sin orden cronológico desfilan por mi mente toda una serie de costumbres, de dichos y de personajes sencillos y populares, que yo creo que no pueden ni deben permanecer en el olvido, ya que son testimonio del carácter colectivo de un pueblo.
Y es que, un pueblo no es una realidad aislada, ni sus hombres son algo circunstancial. Ambos, el pueblo y sus hombres, son por así decirlo el resultado de una larga andadura a través de los años y los siglos, a través de sus propias aventuras y de sus propias glorias.
La mentalidad, la forma de ser de los taranconeros, nuestras tradiciones, nuestras propias costumbres, son fruto de circunstancias venidas de lejos, tal vez cuando nuestro Tarancón fabricaba su propia personalidad, en medio de hechos importantes y también de hechos sencillos y populares, que han quedado reflejados en las piedras, en cada una de nuestras calles y plazas, en cada uno de nosotros mismos.
En aquellos años, nos retrotraemos a 1950, las principales arterias del pueblo nacían de la Plaza del Ayuntamiento, en éstas se encontraban los mejores establecimientos de toda clase.
Recuerdo en la calle Zapatería los tabales de sardinas “salás” a la puerta de los ultramarinos de “Mocete”; las banderillas y el cartel de toros en la carnicería del tío “Bizco”. El bar del “Catalán” –centro social d la posguerra- y los nuégados de la confitería del tío Maximino, el del gato negro.
Añoro las blusas de dril que todavía vestían bastantes hombres, junto a sus pantalones de pana negra, sus abarcas, alpargatas y sandalias y sus boinas, capadas y sin capar. En aquellos domingos de Tarancón, se veía mucha pelliza y poco gabán.
Se paseaba Zapatería de arriba abajo y de abajo arriba, en un adiós interminable entre la gente, o en un ¡eh! Con sabor netamente taranconero. Coincidía el paseo cuando al anochecer llegaban los peones del campo montados en sus borricas y el galgo atado a la trasera de la albarda, y al llegar al tramo más estrecho de la calle, a la altura del “Salchichero”, soltaban un “¡arré borrica!, con la pícara intención de avivar el trotecillo del animal y que algún “aguarón” le diese a las mozas por detrás, al tiempo que a modo de bocina iban avisando: “¡aibaros que os ribo!”.
Recuerdo al tío Hontana, honrado labrador y aficionado a las predicciones meteorológicas, verdadero hombre del tiempo de la época (se dijo que algún año llegó a acertar hasta el sesenta por ciento de sus pronósticos). La personalidad singular de Blas, el alguacil del Juzgado, que por las mañanas recorría medio pueblo con su carpeta azul de gomillas llenas de exhortos y citaciones, y por las tardes era como si formase parte del mobiliario urbano de la Plaza. La tolerancia y la campechanería de Ponce, el policía municipal. La severidad del tío “Chaqueto”, guarda del campo, terror de los muchachos cuando íbamos a comer uvas a la viña de la “Confitera”, situada a escasos metros de donde ahora nos encontramos.
Me llamaba la atención la rigurosidad de las mozas en el acto social de dejarse acompañar en el paseo de por la tarde. Cuando se les acercaba un joven que no era de su agrado, principalmente forastero, se lo quitaban de encima con un displicente “veste a pasear a tu hermana”, y si el joven insistía lo espantaban definitivamente con un “arrea circuito”.
Tengo presente la estampa típica y singular de los “Mediores”: el tío Julián Milenta, el tío “Rafa”, el tío “Ago”, el tío “Roscas”, capitaneados por el tío Galo el botero. Eran hombres de bien y hombres cabales, que se encargaban de medir el vino que se vendía. Grandes y musculosos. Buenos comedores y buenos bebedores. Los días de “media” iniciaban el almuerzo echándose al gaznate un par de catavinos sin otro acompañamiento que un pedazo de cebolla cruda como la palma de la mano.
Yo compartía con ellos conversación y viandas cuando se vendía vino en la bodega familiar, y siempre recordaré la sentencia popular que lanzaba el tío “Roscas”, cuando se dudaba en hacer o no comida en el corral, en atención a las ganancias que habían obtenido en el día. Invariablemente se dirigía a sus compañeros diciendo:”¡Señores, adelante, lo que conviene es guisar que se pierda o que se gane!”. Por supuesto, siempre se acababa guisando en el corral.
No quiero acabar sin traer el recuerdo de Emiliano, el encargado del Depósito de las Aguas del Ayuntamiento, hombre sencillo, amigo mío  y de todo el mundo y dado a toda suerte de fantasías, que un día de verano a la sombra de los soportales de la Plaza, me confesó en voz baja y a modo de secreto, que en el paraje de la hondonada del Caño, antiguo barrio moro, existía una vibración especial y que la fuente del Caño Gordo era un lugar mágico, donde brotaba un chorro de agua cósmica, y por eso las personas que se bautizaban con sus aguas cristalinas, o la bebían alguna vez en su vida, eran gentes muy felices y vivían con más alegría que el resto de los mortales.
Pasado el tiempo, he pensado en más de una ocasión, sobre todo cuando llegan las Fiestas y no veo más que bullicio, alegría y buen humor, si aquel secreto que me confesara un día Emiliano el de las aguas, pudiera constituir una gran verdad.
Aprovecho estas vivencias y remembranzas para dedicar estas palabras a todos aquellos personajes, y  a tantos y tantos otros cuya imagen conservo en mi recuerdo y en mi corazón. Asimismo, pido perdón a sus raíces familiares que todavía están presentes en Tarancón.
Con el tiempo todo evoluciona y todo cambia. Si nuestros padres y abuelos levantaran la cabeza, saliendo del viejo cementerio, se verían sorprendidos con el progreso de su pueblo y con la evolución sufrida en sus Fiestas y Ferias, que ahora están cuajadas de festejos y actividades de todo tipo.
Cuando llega el 7 de septiembre, Tarancón está ahí como siempre, desparramado en su ilustre solar, con sus Fiestas, con sus costumbres populares, con sus tradiciones religiosas, con su amor a la Excelsa Patrona.
El Pregonero siente una gran emoción al hablar de la Santísima Virgen de Riánsares.
Comencé a sentir un inmenso amor por Nuestra Virgen, en los mejores años de edad, en esos años infantiles en que cualquier acontecimiento queda varado en el espíritu… en esos años de buenos consejos de amor hacia la Virgen de Riánsares, inculcados de manera especial por mi madre, que  fue su Camarera Mayor hasta el mismo día en que murió.
Cierro los ojos y me veo en múltiples imágenes curioseando cuando se colocaba a la Virgen en su carroza, y en los trajines y ruidos que generaba esa entrañable estampa en el interior de la iglesia, con el ir y venir de las Camareras.
Recordaré siempre, los ornamentos, los mantos, los vestidos y sabanillas de la Virgen con expresiones de religiosidad diaria, pero fundamentalmente concretadas en tres fechas: el 28 de enero, 15 de agosto y el 8 de septiembre.
A estas alturas del tiempo, pretender añadir algo nuevo, por mi parte, sobre estas fechas clave de religiosidad taranconera, sería cuando menos una osadía imperdonable.
Me  atrevo, no obstante, a decir, y ello con profundo respeto religioso, lo que yo creo ver, mejor dicho, lo que los taranconeros vemos reflejado en la cara de la Virgen de Riánsares en aquellas fechas: 28 de enero, TRISTEZA, 15 de agosto, ALEGRÍA y 8 de septiembre, BELLEZA.
El 28 de enero, festividad de San Julián, es un día singular. Cuando apenas ha asomado el sol por detrás de la Torre, penetra en Tarancón como un aire de tristeza.
Es invierno, las cepas y los árboles están deshojados y desnudos, y los cielos opacos y grises.
A primeras horas de la tarde, cuando ha muerto el mediodía, tocan las campanas. La Virgen emprende viaje hacia su Ermita. ¡Se nos va para más de medio año!.
El pueblo y las autoridades la despiden en la cueva de la Bolita. Al Pregonero le ha parecido siempre que, precisamente en ese momento, en ese instante, en la cara de la Virgen aparece un rictus de tristeza.
En Tarancón se palapa la pena hasta en la voz del poeta cuando decía:
La Virgen Misionera va a volver a su Ermita y se viste de nuevo su traje de aldeana. Un temblor sollozante en el pueblo palpita…
¡Se  nos marcha la Madre… se nos marcha la Hermana! ¡Callad, callad por Cristo….! Que la Virgen Señora, con ser Reina del Cielo, ¡Miradla, también llora.
Al anochecer del día 15 de agosto, la Virgen regresa a su pueblo.
La procesión llega de noche nuevamente a la curva de la Bolita. La esperan el clero, las autoridades, San Roque y la Música.
Por la cuesta de la Madre camina entre sus gentes. Allí está Tarancón entero con su devoción infinita a su Patrona.
Las mejillas de la Virgen tienen otro prisma diferente que el día que se fue. ¡Se le nota la alegría! No estaba igual la cara de la Virgen hasta su Iglesia.
Ritos, costumbres y liturgias se repiten cada año: “Cartule” con la caña prende el árbol de pólvora y cae el cuadro con la Sagrada Imagen. Suena el Himno Nacional y todo es gozo y emoción colectiva.
Ya en la Iglesia se reza la Salve popular. ¡Dios te salve, Santísima Virgen de Riánsares!
A mediodía el 8 de septiembre, las Camareras dan los últimos retoques a las flores de la carroza y pliegues del manto.
Cae la tarde. Entre el volteo de campanas suena la primera marcha procesional y aparece la Virgen en su carroza por debajo de las piedras milenarias del Arco de la Malena.
Allí está Tarancón entero, lleno de devoción.
A ritmo cadencioso, la Virgen avanza en su carroza, como montada en un barco que navegara por las calles de Tarancón. Las velas del navío las mueven las oraciones y plegarias de todo un pueblo. En la punta de la quilla, flores de pureza blanca. En la ropa, el despliegue de su manto de rojo terciopelo sembrado de bordados de oro.
A su paso por las calles del recorrido, la gente comenta: ¡Qué hermosa y qué guapa va la Virgen!
María fue sin lugar a dudas una auténtica mujer hebrea, de facciones perfectas. Ella era bonita, pero cuando el día 8 de septiembre, subida en su carroza, se pasea por Tarancón, adquiere la belleza, la hermosura y la llaneza del alma taranconera.
Al llegar a la Plaza se quema la última pólvora en su honor, y en ese instante a más de uno de los presentes se le escapa una lágrima furtiva que limpia a hurtadillas con la punta del pañuelo.
Hay ciudades que han sido capaces de conservar el esplendor de sus tradiciones, de su manera especial de ser y de sentir, sin dejar por ello de mirar al presente y al futuro. Este es el caso de Tarancón.
¡Tarancón!, yo llegué esta noche para decirte mi admiración y mi cariño, también para proclamar y pregonar tus bellezas pasadas, pero sé, que el pasado no es nada si no existe el presente. Yo no deseo para ti, Tarancón, el parteluz de la arqueología, yo pido un gran árbol que crezca hacia arriba y en el que se desarrolle tu futuro y tu progreso.
Los deseos se van cumpliendo.
La intensidad de los cambios experimentados los últimos cuarenta años, no tienen precedente en ningún momento de la historia de nuestro pueblo. Tarancón es hoy el primer centro industrial de la provincia y uno de los más importantes de Castilla – La Mancha. El desarrollo en lo económico, en lo cultural, en la sanidad y en los servicios ha sido también muy importante.
Pero el Pregonero descubre con gozo que no todo ha sido cambio, que hay cimientos y muros en su ciudad y en sus hombres, que permanecen firmes e inconmovibles.
Contempla con fruición que las puras esencias, las claves sustantivas, las circunstancias definitorias de lo taranconero persisten vivas y activas, tan viejas como el sol y tan nuevas como la luz de cada día, tan hondas como las raíces y tan altas como las estrellas. Todo ello constituye la inquebrantable voluntad de permanencia de nuestro carácter colectivo como pueblo.
El primer matrimonio de Tarancón, y uno de los factores determinantes de su desarrollo es el carácter de sus gentes: trabajador, orgulloso, decidido y emprendedor y sobre todo su espíritu empresarial, rasgos heredados, sin duda, de nuestros antepasados: romanos, sarracenos, judíos y visigodos, que a través de los siglos fueron dejando sus huellas en este lugar de la Mancha.
El otro pilar determinante de nuestro desarrollo, ha sido, es y será nuestra privilegiada situación geográfica. Tarancón es un importante nudo de comunicaciones que a todas partes conduce. Frontera próxima con Madrid, pasillo natural entre el Centro y Levante y cruce de carreteras a través de la historia.
Pero… apartemos en este instante las serias reflexiones.
Os anuncio, taranconeros, que las fiestas están a la puerta.
Por ello, pregono:
A fiestas te llama mi voz, Tarancón, a la alegría, a la danza y al galopeo, al cabrileo sutil de los fuegos de artificio, mientras los tomboleros, feriantes y  mercachifles vocena su mercancía entre músicas y ruidos, olor a churros y galas de artistas famosos.
¡Disfrutemos y gocemos todos del jolgorio!
Taranconeros, deseo que esta noche mi palabra os haya llegado más que alos sentidos, a vuestro corazón y a vuestro espíritu.
Por nuestro futuro apuesto, al mirar a esta Reina de belleza y a sus compañeras de reinado. De ellas saldrá lo que venga que, como dijo alguna vez el poeta, no puede ser otra cosa que “la lluvia fecunda y armoniosos vientecillos”.
Las Fiestas quedan abiertas.
¡Vitor a la Santísima Virgen de Riánsares!
¡Viva siempre Tarancón!
Muchas gracias.

Luis Lozano García. Tarancón. Agosto 1996

Artículo que se puede encontrar en el programa de Fiestas de 1997

lunes, 27 de junio de 2016

PREGÓN DE FIESTAS 1995

PREGON DE FIESTAS 1995

I.                    INTRODUCCIÓN
Taranconeras, taranconeros: forasteras, forasteros, buenas noches y muchas gracias por vuestra presencia en este Pregón de las Fiestas y Ferias de 1995.
Los que me conocéis sabéis lo orgulloso que me siento oficiando de pregonero de las fiestas de mi pueblo: los que no me conocéis difícilmente dejaréis de advertir que estoy feliz en esta tribuna dirigiéndome a los míos. A mí los homenajes, incluso los inmerecidos, me gustan, siempre que no sean póstumos.
Pese a encontrarme muy contento, no puedo negaros que lo que realmente estoy es sorprendido por la nominación adoptada por la Comisión de Festejos. También lo están mis hijas Carmen Riánsares y Julia, ya que desde hace varias semanas no cesan de preguntarme porqué soy el pregonero.
Las amables palabras que han servido para presentarme pueden llevaros a engaño. Yo tan solo soy un joven con un brillante porvenir…pero ya a sus espaldas. Sólo soy un profesional que ha tenido la enorme suerte de perder su juventud viviendo tiempos interesantes en un viejo caserón de la calle de Alcalá que cobija al Ministerio de Economía, y que ahora comienza a malbaratar su madurez por los recovecos del Palacio del Marqués de Salamanca que sirven de sede de Argentaria.
No he dado ningún pelotazo en la década pasada, y a la vista de mis convicciones, y de lo que parece estar viniendo, no resulta probable que lo dé en el corto futuro.
Nunca traje a Tarancón a ninguna Melanie Griffith –algo que no será nada sorprendente para quien repare, aunque sea de soslayo, en lo guapa que está Carmen –y lo más que conseguí fue empapuzar en vino y cordero a algún Ministro de fuerte intelecto, pero ya de olvidada popularidad. Y no digamos nada de mi carrera en la Televisión: mis apariciones han sido siempre breves, y al hilo, la mayoría de las veces, de luctuosas noticias económicas.
Para colmar mi perplejidad, el Ayuntamiento que me invita es de derechas, y… yo tampoco, aunque sospecho que para el futuro político de los concejales hubiese sido mucho más arriesgado no haber contratado a Norma Duval.
Todo lo anterior me hace pensar que si estoy hoy aquí es sencillamente por un única razón: porque aquí soy José Juan, el hijo de la Felisita y de Pepe Ruiz, el yerno de Bienve y de Ángel. Porque aquí, ante vosotros, sencillamente soy uno de los vuestros. Aquí, soy uno de la tribu.
Una tribu que ciertamente no tiene RH negativo del que alardear, ni xenofobia alguna de la que avergonzarse. Es decir, una tribu de buena gente, a la que da gusto pertenecer.
Y quizá sea sencillamente por eso, por lo que me encuentro, por primera vez en muchas semanas, relajado, feliz y con ganas de taranconear durante los próximos veinte minutos.

II.                  UNA CONCESIÓN A LA NOSTALGIA
Taranconear, como bien sabéis, es un verbo que admite múltiples significados. Para algunos, el sinónimo más cercano es borriquear; ara otros, entre los que me encuentro, taranconear no es otra cosa que evocar –exagerando- los personajes y leyendas de nuestro pueblo. Sin falsas modestias, en esta acepción del racial verbo he conseguido, con los años y la práctica, un virtuosismo que ha llevado a muchos de mis mejores amigos a estar persuadidos de que nuestro término municipal, además de limitar, entre otros, con Belinchón, La Fuente y Villarubio, también lo hace con Macondo.
Sin embargo, no caeré en la tentación de utilizar esta tribuna para someter mis habilidades a vuestro certero, y seguramente severo, juicio, ni tampoco osaré rivalizar con aquellos que me han precedido en el empleo de Pregonero tratando de completar la galería de retratos humanos que paulatinamente van asomándose a los Pregoneros de Fiestas.
Pero sí me perdonaréis que, haciendo una concesión a la nostalgia, aproveche la ocasión para rendir público homenaje a dos espacios colectivos que han influenciado decisivamente mi forma de ser: los cines y algunos bares del pueblo. Desafortunadamente ambos espacios han compartido –junto a la plaza de toros- el mismo destino: han dejado de existir.
Posiblemente pertenezco a la última generación de taranconeros que tuvo una infancia relativamente resguardada del influjo de la televisión. Al iniciarse la década de los 60, el número de aparatos de TV era reducido y las horas de programación limitadas, lo que unido a la escasa densidad del tráfico, convertía a las calles en el espacio natural de los juegos infantiles, y a los cines en la fábrica de sueños por excelencia.
Para muchos de nosotros, fue en el cine parroquial –en el cine de D. José María- donde se produjo nuestro primer contacto con el mundo de las películas. Su sesión infantil nos convirtió en espectadores de legiones y centurias romanas, de tribus indias, de batallones del séptimo de caballería, de valerosos Tarzanes que indefectiblemente acababan luchando a brazo partido con gigantescos cocodrilos, y, sobre todo, de los azulísimos ojos de Marisol.
Uno sabía que comenzaba a crecer cuando la sesión infantil se sustituía por el programa vespertino del teatro cinema Alcázar, y Fantomas, o Weismuller daban paso a John Wayne, Clark Gable, Rita Hayworth, y, sobre todo a Ava Gadner, a la que muchos niños y mayores, entre ellos Antonio el Sancho, y Matías Zoyo con su guardapolvos gris- habíamos visto en la Zapatería con unos pantalones pitillo y una blusa de topos bajándose del jeep de Luis Miguel Dominguín.
En el cinema Alcázar, con el run-run de fondo de las pipas y con el estruendo ocasional de botellas de gaseosa deslizándose por la pendiente de la sala de proyecciones, aprendimos que el cine americano tenía tratamiento de usía, una sensación que a mí ya no me abandonaría ni siquiera en los momentos de fervor militante por el cine europeo comprometido.
Y uno se sentía ya un hombre cuando acudía al cine de verano a ver a Sarita Montiel en “El Último Cuplé”, al tiempo que disciplentemente encendía un cigarrillo y vaciaba de un trago el primer botellín. Me gustaría también acordarme del cien del Tío Mea, pero estoy convencido de que pese a lo que pueda pensar, yo jamá vi allí “El Litri y su sombra” y “Los hijos del volcán”, y que ese vívido recuerdo que ahora tengo sólo es una magnífica alucinación de la que me he apropiado tras disfrutar de generosas conversaciones con mi amigo Enrique.
Todos esos cines hoy ya no existen, víctimas del fracaso comercial o de la especulación urbanística que arrasó el pueblo. Con ellos murió una forma de aprender a convivir, ya que el cine jamás se iba sólo: se iba con tus amigos, con tus primeras amigas, e incluso con tu primera amiga, e incluso con tu primera amiga más amiga. Es verdad que había cortes, que las sillas eran incomodísimas y que no se podía elegir la programación, pero me siento afortunadísimo por  haber disfrutado de aquellas películas en aquellas condiciones, y lamento que a los jóvenes taranconeros se les haya condenado al vídeo o al exilio cinematográfico.
Los bares, como antes anticipaba, también ha sido muy importantes en mi educación sentimental. Como nos recordaba hace dos años en su pregón José Luis Sánchez, una de las características básicas de nuestros bares era, hasta hace muy poco, su clara orientación a que el vino fuese “cascao”, (hablado, para los que no entienden el taranconero). Podían ser tabernas, bares o cafeterías; podía haber más o menos lujo –bueno, es un decir- pero en todos ellos, el objetivo era que la gente hablase entre sí, y no se ensimismara en el vaso, ni en su contenido, como suelen hacer los pueblos bárbaros del norte.
Eran establecimientos familiares. De hecho, mi primer recuerdo me sitúa en una mesa de la terraza del Bar el Descanso, donde mis padres y sus amigos daban cuenta a los cangrejos de río que acababa de preparar la señora María.
Aunque parezca imposible superar el nombre de “El Descanso”, en nuestro pueblo existió hasta no hace mucho un bar con nombre todavía más prodigioso: el “Aquí me quedo”, en su alargado, estrecho y profundo local, bajo el cartel de toros que anunciaba la última tarde de Manolete en Linares, Arturo y Margarita prepararon aperitivos y propiciaron conversaciones de los que todavía hoy guardo un imborrable recuerdo. Allí, apoyado en la columna que partía la barra, con un tronío que solo soy capaz de adivinar en el Hemingway que frecuentaba el Floridita de la Habana, se encontraba uno de los primeros parados que conocí. Muchos años después me pasaría como a Aurelio Buendía: su recuerdo me ayudaría a comprender mejor el auténtico drama del desempleo.
Angelito, Cordones y Celia son mis últimas referencias nostálgicas. Angelito hace ya mucho tiempo que se trasladó a Madrid, y Celia ha decidido darse un merecido descanso, así que ya no puedo esperar oír el torrente impetuoso de exclamaciones de Celia, o asombrarme del virtuosismo con el que Angelito tira la cerveza, al tiempo que limpia la barra y se sube unas enormes gafas negras que sólo él, Fuentes Quintana y Matías Prat (padre) ya se atreven a llevar. Tan sólo me queda la posibilidad de bajar a Cordones para que Jesús, bajo la mirada atenta de Paca, me cuente el día que por culpa de una artesa no fue ni peatón, ni vehículo.
Los cines de mi adolescencia cerraron. Los bares de mi juventud también. ¿Qué me une a vosotros? Dejadme que aproveche los últimos minutos de este pregón para deciros que por encima del cariño irracional y sentimentaloide, lo que me une a vosotros es la confianza en que este pueblo tiene –si aprovecha sus potencialidades y ventajas comparativas-un futuro económico alentador.
III.                DE VUELTA A LA REALIDAD
No hace falta que a vosotros os señale lo mucho que Tarancón y los taranconeros han progresado en las últimas tres décadas y media. Basta con mirar a nuestro alrededor para rápidamente convenir que nuestro pueblo, como mínimo, no ha perdido comba con el desarrollo general del país. No tengo datos históricos sobre el nivel de renta, pero si consideramos plausible la hipótesis de que ha progresado al mismo ritmo que la media nacional, los taranconeros de hoy día somos casi tres veces más prósperos que lo fueron nuestros padres.
No es, en modo alguno, un resultado despreciable, aunque para algunos de nosotros –para aquellos que pensamos que no sólo importa haber crecido y progresado, sino que también es importante haberlo hecho mejorando la distribución de la renta y de la riqueza- lo verdaderamente espléndido del pasado reciente es que nuestro pueblo- nuestro país- se haya convertido en una sociedad de clases medias.
Podemos discutir si de clases medias bajas, o medias-medias como el café-café, pero no creo que pueda cerrarse los ojos ante la evidencia de que el Tarancón de hoy es una sociedad más homogénea, con menos fracturas sociales que la existía en la década de los sesenta.
Una sociedad en la que la universalización de la Sanidad, la Educación y la red de protección social han felizmente sustituido al paternalismo y “caridad cristiana” del pasado. Una sociedad en la que las angustias del ayer ante el desamparo han dado paso a derechos que se defienden democráticamente. Una sociedad en la que los “ricos” de hoy no son ya todos los que fueron ricos ayer, y en la que los mas han progresado económicamente. Una sociedad en la que la libertad, el esfuerzo personal, y una red de solidaridad han hecho posible la movilidad social.
Desde un punto de vista estrictamente económico  no resulta muy aventurado explicar las razones de este progreso. Aunque este pueblo nunca haya sido una economía exclusivamente agrícola, la desagrarización de los años 60 y 70 permitió que se produjeses las ganancias de eficiencia y de productividad que han financiado gran parte del aumento de nuestro bienestar material. Las políticas de las últimas dos décadas han encauzado y consolidado la solidaridad.
Los efectos sobre la prosperidad de este desplazamiento de parte de la población activa desde el sector agrícola a la industria, la construcción, y, sobre todo, los servicios se habrían visto reforzados por un segundo factor igualmente crítico: una parte importante del aumento de la renta disponible familiar se ha logrado merced a la incorporación definitiva de la mujer al trabajo fuera del hogar.
Con ello, en los hogares taranconeros no sólo ha entrado algo más de dinero, sino que además se han comenzado a resquebrajar las estructuras machistas y autoritarias que habían prevalecido durante siglos. Quizás a un ritmo que todavía parezca a muchas taranconeras insuficiente, pero que todas –y todos- ya saben irreversible.
Desagrarización, mejora de la productividad y aumento de la tasa de empleo de las mujeres serían, en mi opinión, las razones del reciente progreso económico del pueblo. ¿Qué pasará en el futuro?
Quizás a muchos de vosotros os resulte difícil escapar al abatimiento económico que desde hace algún tiempo parece atenazar al país, y, más en particular, a nuestro pueblo.
No hay duda de que la recesión de 1993/94 ha sido muy dura, que su impacto sobre el nivel de empleo ha sido devastador, y que el país colectivamente ha perdido una buena parte de su autoestima al comprobar que algunos de sus sueños explotaban en mil pedazos. Ara la economía taranconera los efectos de la apertura de la autovía han exacerbado las dificultades que plantea el paulatino despoblamiento de la comarca y el aumento de la competencia. Por si todo lo anterior fuese poco, la sequía ha vuelto a dañar los rendimientos de nuestros campos. Con este panorama, ¿quién es el osado que se presenta lanzando un mensaje económico optimista?
Os diré que yo. No puedo negar que hoy existen dificultades, pero seríamos unos pesimistas absurdos si perdiésemos de vista lo que en mi opinión es el activo más importante del pueblo: vosotros los jóvenes –o si me dejáis que se lo diga a vuestros padres que se lo diga a vuestros padres que son los que hicieron y hacen el esfuerzo- vuestros hijos son la generación de taranconeros más culta y mejor preparada de la historia de nuestro pueblo. Nunca antes ha habido en este pueblo tanta gente con estudios medios y superiores: nunca antes han existido tantos taranconeros que hayan pasado por la Universidad; nunca antes han existido tantas taranconeras y taranconeros viajando dentro y fuera del país, el mejor antídoto para curar muchas de las funestas consecuencias del localismo excluyente. Nunca, por tanto, han existido tantas oportunidades para progresar moral y económicamente como hoy exiten.
Hace más de 200 años. Adam Smith –un escocés de pueblo al que se considera con buen tino el padre intelectual de la economía- demostró que la riqueza de las naciones no dependía exclusivamente de los recursos y riquezas naturales de los pueblos, sino más bien de las cualidades morales y preparación de sus habitantes. Como ya os he dicho creo que en esa liga los taranconeros estamos hoy bien preparados, y no deberíamos renunciar a priori a ninguna aspiración.
Ahora bien… tampoco deberíamos ponerle difíciles las cosas al pobre Adam Smith. Contar con una población preparada es un prerrequisito para competir con éxito en un mundo totalmente interrelacionado, pero ya no garantiza nada. No vivimos en un mundo de certezas, y ya nada está atado y bien atado. Para triunfar colectivamente como pueblo o como nación es preciso que el resto de las normas que regulan la convivencia y actividad económica propicien también la eficiencia y la solidaridad.
Muchas de esas normas no se van a definir aquí, en Tarancón, sino en el Parlamento, en el Consejo de Ministros, en Bruselas, en Madrid, en Toledo o en cualquiera de los centenares de miles de Consejos de Administración de las empresas que en el mundo son. Pero sí hay normas y comportamientos que dependen de nosotros, de los empresarios taranconeros y de nuestro Ayuntamiento que potencialmente pueden mover el futuro económico de este pueblo en un sentido u otro.
Si las taranconeras y los taranconeros se asientan sobre la desesperanza y culpan a la autovía o a los “tiempos que corren” d sus infortunios económicos, el pueblo iniciará un seguro declive: nadie puede vivir del pasado, por muy glorioso que éste haya sido. El futuro hay que ganarlo invirtiendo, innovando, ganando nuevos mercados y nuevos clientes, y la fase histórica en la que Tarancón creció por ser un importante nudo de comunicaciones y un notable centro comercial  comarcal irremediablemente está concluyendo.
Nuevos negocios, nuevas ideas tienen que surgir entre vosotros para que nuestro pueblo sea capaz de emplear a sus hijos. Y no seré yo quien trate de acotar las posibilidades o la imaginación. Sinceramente creo que aquí hay sitio para todo: para la agricultura ecológica, la industria exportadora, las residencias geriátricas o, llegado el caso, las escuelas virtuales de náutica y navegación.
Reparad que no estoy apelando a que sean las autoridades locales, autonómicas, o nacionales o comunitarias las que nos “desarrollen” nuestro pueblo. Estoy apelando a vosotros y a vuestro esfuerzo, porque estoy sinceramente convencido de que al Estado hay que defenderlo tanto de sus entusiastas, como de aquellos que lo quieren miniaturizas hasta el punto de hacerlo vulnerable a sus intereses.
En nuestro pueblo, al “Estado”, a nuestro Ayuntamiento, l que creo que hay que pedirle es que no bloquee el crecimiento del pueblo con normas esterilizadoras y gravosas. En particular, al Ayuntamiento creo que habría que pedirle que tuviera un exquisito cuidado para evitar que e mero planteamiento urbanístico no dañe nuestro futuro haciendo escaso y caro un recurso que es el único que nos sobra: el suelo.
Las leyes urbanísticas del país van inevitablemente a cambiar. No es posible para el país mantener normas que hacen que más de las 2/3 partes de la riqueza de los españoles esté invertida en ladrillos. No es posible que normas oscuras y decisiones arbitrarias permitan que el desplazamiento en un plano de una línea en unos centímetros sea la frontera entre la riqueza o la propiedad de un erial. No es posible seguir manteniendo esa fuente de corrupción y de dislate económico. No es posible que condenemos a que nuestros hijos se hipotequen de por vida por no ser capaces de ser generosos en la creación de suelo urbano.
Tenéis la oportunidad de abanderar ese cambio. No tengáis miedo en hacer normas simples, transparentes, de rápida gestión. No tengáis miedo de contribuir al bienestar de los más, aunque sea al precio de alguna renuncia por los menos. No tengáis miedo en ser generosos, y no titubeéis en apoderaros de la bandera de ser el primer pueblo de España que comienza a apostar por el futuro.
Hacedlo, y así ahorraréis a muchos taranconeros, el dolor que causa el exilio económico no deseado. Aunque como veis, por mucho que nos vayamos y por lejos que estemos, el espíritu taranconero siempre está al acecho, y en cualquier momento surge para darte un zarpazo que te come el alma.
MUCHAS GRACIAS
Tarancón, 2 de septiembre, de 1995
José Juan Ruiz
Articulo encontrado en el programa de fiesta 1996