PREGON DE FIESTAS 1996
REINA de las Fiestas y Corte de
Honor, Ilmo. Sr. Alcalde, Autoridades. Taranconeras y taranconeros. Queridos
amigos todos:
Gran honor y altísima tarea la
encomendada a mi persona por la Comisión de Festejos del Excm. Ayuntamiento.
Para mi supone una gran ilusión,
la realidad de ser Pregonero de Fiestas de mi pueblo.
Gracias a vuestra generosidad
comparto desde esta noche la amplia nómina de personalidades tan cualificadas
que han pregonado, que han lanzado su voz al viento, anunciando las Fiestas y
Ferias de Tarancón.
Quiero dejar constancia de mi
homenaje de admiración y respeto a todas ellas, y de manera especial a las que
traspasaron el umbral hacia otras luces infinitas y, desde allí, desde lo alto,
nos contemplan seguramente felices, como lo somos nosotros, como yo al menos lo
soy en esta noche, pregonando y anunciando a todos las gentes, el prólogo o
comienzo de las Fiestas y Ferias de Tarancón en honor de la Santísima Virgen de
Riánsares, de este año de gracia de 1996.
Los Pregoneros de hoy, casi
imprescindibles en las fiestas populares, son los descendientes de los antiguos
pregoneros, aquellos oficiales de los Ayuntamientos que iban por las calles y
plazas de los pueblos pregonando, dando a conocer en voz alta, los Bandos de la
Autoridad, los aconteceres y las noticias d todo tipo.
¿Quién no recuerda los últimos
pregoneros de Tarancón, Ruperto Periga y Tomás Priego, que partiendo de la
Plaza del Ayuntamiento recorrían las esquinas de cada barrio anunciando, previo
toque de tambor o trompeta, según la importancia del mensaje: “De orden de la
Autoridad se hace saber….?.
Voy a hablar aquí, en Tarancón,
desde el amor, desde el recuerdo, desde la amistad, por que como dijo el poeta,
“la dolencia de amor no se cura sino con la presencia entre tus gentes y ante
las tierras que te han visto nacer”.
Me dirijo a vosotros, buenas
gentes que me escucháis. A los taranconeros que un día tuvieron que marcharse y
por circunstancias diversas no pueden estar entre nosotros. Todos ellos son los
verdaderos pregoneros y embajadores de Tarancón allí donde se encuentren.
A todos los hijos del pueblo
ausentes, pero que, por una extraña saudade, no fallan en su visita anual a las
Fiestas.
A vosotros componentes de la
Comisión de Festejos, que trabajáis prácticamente todo el año para darlo todo
en una semana, nuestra Semana Grande del 7 al 13 de Septiembre.
A vosotros miembros de las
diferentes Peñas, que con vuestra alegría contagiosa, con vuestras charangas y
vuestro galopeo incansable, sois el sostén colorista de todos los festejos.
A Trinidad y Feliciano,
representantes de una generación esforzada y laboriosa, a la que se ha dado en
llamar de la tercera edad. ¿Tercera edad, puede que sí, pero de primera
división!.
A ti Tarancón, a tus calles
entrañables: calle del Arco, del Agua, del Espejo…, con casas de yeso y madrea.
A tus Ermitas recatadas: San Juan, San Roque, San Isidro y Santa Quiteria,
siempre con los brazos abiertos a todos los caminos. A tu Iglesia, que se eleva
alta y majestuosa con arrogancia de Catedral. A tu Torre esbelta, cuajada de
vencejos. A tu Arco de la Malena, símbolo y motivo principal de tu escudo. A
tus cerros misteriosos de las “Tetas de Diana”.
Aquí estoy para hablar de este
Tarancón que me ha visto nacer, que en mis años mozos terminaba en la Tejera o
en la cerca del “Salchichero”, y en el que junto a sus tapias sembraba aquellos
Alcaceres de cebada verde para las mulas, que al llegar el mes de mayo se
cubrían de amapolas y florecillas del campo.
Nadie mejor que la voz del gran
poeta taranconero Enrique Rius, ha interpretado aquel derroche de colores y
aromas en que se convertían los Alcaceres taranconeros al llegar la primavera,
cuando escribía:
Florecillas
amarillas
de
mis dulces alcaceres
florecillas
amarillas
como
envidias de mujeres…
vergonzosas
amapolas con corolas de pudor…
florecillas
amarillas de mis campos
“Zapatillas”
de mi amor……
Flores
buenas….
Campo
niño
Blanca
el alma como armiño….
Rojo
rojo el corazón….!
¡Florecillas
amarillas de mis campos….
“Zapatillas”
de tus campos Tarancón!
Cuando llegan estos días, es
inevitable que los taranconeros maduros como yo, vivamos siempre como dos
Fiestas y Ferias diferentes; las del pasado, las de nuestra juventud y
adolescencia, arropadas por el abrigo de la nostalgia, filtrada por los tamices
del tiempo, y las actuales, que con alegría e ilusión renovamos al año con
nuestra presencia.
Sé que recordar es volver a
vivir. Por ello me gustaría, taranconeros, que esta noche ahondárais en vuestra
memoria, y como si penetráramos en el túnel del tiempo, me acompañarais por
aquellas benditas Funciones en Honor de la Santísima Virgen de Riánsares que se
celebraban en los años de mi infancia, allá por la década de los cuarenta y
primeros años de los cincuentas.
De antemano perdonad todo cuanto
os parezca banal en lo que voy a deciros.
Las funciones llegaban
prácticamente cuando el último carro de paja se había metido en los pajares.
Acabadas las faenas de la
recolección, el pueblo presentía, con un instinto especial, que se acercaba
algo grande, algo en lo que había estado pensando todo el año. ¡Se acercaba el
conjuro de las Fiestas!.
Los jóvenes estrenábamos ropa
nueva. Os hombres si necesitaban alguna mula se acercaban al Ferial, situado en
los alrededores del bar Manzanares. Se renovaban los aperos si era menester y,
también, casi siempre, se compraba una navaja nueva.
En los últimos días de agosto, se
iniciaba el solemne novenario dedicado a nuestra Patrona con gran afluencia de
fieles, y el día 7 por la noche con la Iglesia a rebosar de taranconeros, se
cantaba la célebre Salve, sin que al finalizar la misma faltase ningún año la
vocecilla de Abundio, el que vendía Santos, lanzando un “Vítor a la Santísima
Virgen de Riánsares”, que era contestado por los asistentes.
Ese mismo día a las doce de la
mañana, el pueblo y su Ayuntamiento habían esperado a la Banda de Música de
Quintanar de la Orden en la Glorieta de la Estación, y después de lanzar los
primeros cohetes, se iniciaba un alegre pasacalles precedido de los gigantes y
cabezudos. Las fiestas habían comenzado oficialmente.
En la Plaza se instalaban las
barcas, la noria, la ola (todo un signo de modernidad cuando apareció por
primera vez), las casetas del tiro al blanco, los puestos de chucherías y los puestecillos de almortas, pipas y
garbanzos “tostaos”.
Hasta el día 13, la vida social
se desarrollaba prácticamente dentro del recinto de la vieja Plaza, que se
convertía por unos días en meseta de conversaciones, cita de palabras rebrote y
rumor de almas y de amigos encontrados.
Dianas con galopeo, paseos
interminables debajo de las cadenetas, conciertos de la música en el Templete,
vaquillas enmaromadas, torillos de fuego, carrera ciclista que siempre ganaba
“Trompetilla” y fútbol componían el grueso de los festejos. El día 13 por la
noche con la célebre traca final y el sensacional galopeo se cerraban las
Fiestas.
Para nosotros los siete días de
Fiestas, eran como aquellas siete gotitas de felicidad a las que teníamos
derecho a lo largo de todo el año, y que valorábamos enormemente.
Del Tarancón de entonces, se
arraciman los recuerdos y las vivencias. Sin orden cronológico desfilan por mi
mente toda una serie de costumbres, de dichos y de personajes sencillos y
populares, que yo creo que no pueden ni deben permanecer en el olvido, ya que
son testimonio del carácter colectivo de un pueblo.
Y es que, un pueblo no es una
realidad aislada, ni sus hombres son algo circunstancial. Ambos, el pueblo y
sus hombres, son por así decirlo el resultado de una larga andadura a través de
los años y los siglos, a través de sus propias aventuras y de sus propias
glorias.
La mentalidad, la forma de ser de
los taranconeros, nuestras tradiciones, nuestras propias costumbres, son fruto
de circunstancias venidas de lejos, tal vez cuando nuestro Tarancón fabricaba
su propia personalidad, en medio de hechos importantes y también de hechos
sencillos y populares, que han quedado reflejados en las piedras, en cada una
de nuestras calles y plazas, en cada uno de nosotros mismos.
En aquellos años, nos
retrotraemos a 1950, las principales arterias del pueblo nacían de la Plaza del
Ayuntamiento, en éstas se encontraban los mejores establecimientos de toda
clase.
Recuerdo en la calle Zapatería
los tabales de sardinas “salás” a la puerta de los ultramarinos de “Mocete”;
las banderillas y el cartel de toros en la carnicería del tío “Bizco”. El bar
del “Catalán” –centro social d la posguerra- y los nuégados de la confitería
del tío Maximino, el del gato negro.
Añoro las blusas de dril que
todavía vestían bastantes hombres, junto a sus pantalones de pana negra, sus
abarcas, alpargatas y sandalias y sus boinas, capadas y sin capar. En aquellos
domingos de Tarancón, se veía mucha pelliza y poco gabán.
Se paseaba Zapatería de arriba
abajo y de abajo arriba, en un adiós interminable entre la gente, o en un ¡eh!
Con sabor netamente taranconero. Coincidía el paseo cuando al anochecer
llegaban los peones del campo montados en sus borricas y el galgo atado a la
trasera de la albarda, y al llegar al tramo más estrecho de la calle, a la
altura del “Salchichero”, soltaban un “¡arré borrica!, con la pícara intención
de avivar el trotecillo del animal y que algún “aguarón” le diese a las mozas
por detrás, al tiempo que a modo de bocina iban avisando: “¡aibaros que os
ribo!”.
Recuerdo al tío Hontana, honrado
labrador y aficionado a las predicciones meteorológicas, verdadero hombre del
tiempo de la época (se dijo que algún año llegó a acertar hasta el sesenta por
ciento de sus pronósticos). La personalidad singular de Blas, el alguacil del
Juzgado, que por las mañanas recorría medio pueblo con su carpeta azul de
gomillas llenas de exhortos y citaciones, y por las tardes era como si formase
parte del mobiliario urbano de la Plaza. La tolerancia y la campechanería de
Ponce, el policía municipal. La severidad del tío “Chaqueto”, guarda del campo,
terror de los muchachos cuando íbamos a comer uvas a la viña de la “Confitera”,
situada a escasos metros de donde ahora nos encontramos.
Me llamaba la atención la
rigurosidad de las mozas en el acto social de dejarse acompañar en el paseo de
por la tarde. Cuando se les acercaba un joven que no era de su agrado,
principalmente forastero, se lo quitaban de encima con un displicente “veste a
pasear a tu hermana”, y si el joven insistía lo espantaban definitivamente con un
“arrea circuito”.
Tengo presente la estampa típica
y singular de los “Mediores”: el tío Julián Milenta, el tío “Rafa”, el tío
“Ago”, el tío “Roscas”, capitaneados por el tío Galo el botero. Eran hombres de
bien y hombres cabales, que se encargaban de medir el vino que se vendía.
Grandes y musculosos. Buenos comedores y buenos bebedores. Los días de “media”
iniciaban el almuerzo echándose al gaznate un par de catavinos sin otro acompañamiento
que un pedazo de cebolla cruda como la palma de la mano.
Yo compartía con ellos
conversación y viandas cuando se vendía vino en la bodega familiar, y siempre
recordaré la sentencia popular que lanzaba el tío “Roscas”, cuando se dudaba en
hacer o no comida en el corral, en atención a las ganancias que habían obtenido
en el día. Invariablemente se dirigía a sus compañeros diciendo:”¡Señores,
adelante, lo que conviene es guisar que se pierda o que se gane!”. Por
supuesto, siempre se acababa guisando en el corral.
No quiero acabar sin traer el
recuerdo de Emiliano, el encargado del Depósito de las Aguas del Ayuntamiento,
hombre sencillo, amigo mío y de todo el
mundo y dado a toda suerte de fantasías, que un día de verano a la sombra de
los soportales de la Plaza, me confesó en voz baja y a modo de secreto, que en
el paraje de la hondonada del Caño, antiguo barrio moro, existía una vibración
especial y que la fuente del Caño Gordo era un lugar mágico, donde brotaba un
chorro de agua cósmica, y por eso las personas que se bautizaban con sus aguas
cristalinas, o la bebían alguna vez en su vida, eran gentes muy felices y
vivían con más alegría que el resto de los mortales.
Pasado el tiempo, he pensado en
más de una ocasión, sobre todo cuando llegan las Fiestas y no veo más que
bullicio, alegría y buen humor, si aquel secreto que me confesara un día
Emiliano el de las aguas, pudiera constituir una gran verdad.
Aprovecho estas vivencias y
remembranzas para dedicar estas palabras a todos aquellos personajes, y a tantos y tantos otros cuya imagen conservo
en mi recuerdo y en mi corazón. Asimismo, pido perdón a sus raíces familiares
que todavía están presentes en Tarancón.
Con el tiempo todo evoluciona y
todo cambia. Si nuestros padres y abuelos levantaran la cabeza, saliendo del
viejo cementerio, se verían sorprendidos con el progreso de su pueblo y con la
evolución sufrida en sus Fiestas y Ferias, que ahora están cuajadas de festejos
y actividades de todo tipo.
Cuando llega el 7 de septiembre,
Tarancón está ahí como siempre, desparramado en su ilustre solar, con sus
Fiestas, con sus costumbres populares, con sus tradiciones religiosas, con su
amor a la Excelsa Patrona.
El Pregonero siente una gran
emoción al hablar de la Santísima Virgen de Riánsares.
Comencé a sentir un inmenso amor
por Nuestra Virgen, en los mejores años de edad, en esos años infantiles en que
cualquier acontecimiento queda varado en el espíritu… en esos años de buenos
consejos de amor hacia la Virgen de Riánsares, inculcados de manera especial
por mi madre, que fue su Camarera Mayor
hasta el mismo día en que murió.
Cierro los ojos y me veo en
múltiples imágenes curioseando cuando se colocaba a la Virgen en su carroza, y
en los trajines y ruidos que generaba esa entrañable estampa en el interior de
la iglesia, con el ir y venir de las Camareras.
Recordaré siempre, los
ornamentos, los mantos, los vestidos y sabanillas de la Virgen con expresiones
de religiosidad diaria, pero fundamentalmente concretadas en tres fechas: el 28
de enero, 15 de agosto y el 8 de septiembre.
A estas alturas del tiempo,
pretender añadir algo nuevo, por mi parte, sobre estas fechas clave de
religiosidad taranconera, sería cuando menos una osadía imperdonable.
Me atrevo, no obstante, a decir, y ello con
profundo respeto religioso, lo que yo creo ver, mejor dicho, lo que los
taranconeros vemos reflejado en la cara de la Virgen de Riánsares en aquellas
fechas: 28 de enero, TRISTEZA, 15 de agosto, ALEGRÍA y 8 de septiembre,
BELLEZA.
El 28 de enero, festividad de San
Julián, es un día singular. Cuando apenas ha asomado el sol por detrás de la
Torre, penetra en Tarancón como un aire de tristeza.
Es invierno, las cepas y los
árboles están deshojados y desnudos, y los cielos opacos y grises.
A primeras horas de la tarde,
cuando ha muerto el mediodía, tocan las campanas. La Virgen emprende viaje
hacia su Ermita. ¡Se nos va para más de medio año!.
El pueblo y las autoridades la
despiden en la cueva de la Bolita. Al Pregonero le ha parecido siempre que,
precisamente en ese momento, en ese instante, en la cara de la Virgen aparece
un rictus de tristeza.
En Tarancón se palapa la pena
hasta en la voz del poeta cuando decía:
La Virgen Misionera va a volver a su Ermita y se viste de nuevo su
traje de aldeana. Un temblor sollozante en el pueblo palpita…
¡Se nos marcha la Madre… se nos
marcha la Hermana! ¡Callad, callad por Cristo….! Que la Virgen Señora, con ser
Reina del Cielo, ¡Miradla, también llora.
Al anochecer del día 15 de
agosto, la Virgen regresa a su pueblo.
La procesión llega de noche
nuevamente a la curva de la Bolita. La esperan el clero, las autoridades, San
Roque y la Música.
Por la cuesta de la Madre camina
entre sus gentes. Allí está Tarancón entero con su devoción infinita a su
Patrona.
Las mejillas de la Virgen tienen
otro prisma diferente que el día que se fue. ¡Se le nota la alegría! No estaba
igual la cara de la Virgen hasta su Iglesia.
Ritos, costumbres y liturgias se
repiten cada año: “Cartule” con la caña prende el árbol de pólvora y cae el
cuadro con la Sagrada Imagen. Suena el Himno Nacional y todo es gozo y emoción
colectiva.
Ya en la Iglesia se reza la Salve
popular. ¡Dios te salve, Santísima Virgen de Riánsares!
A mediodía el 8 de septiembre,
las Camareras dan los últimos retoques a las flores de la carroza y pliegues
del manto.
Cae la tarde. Entre el volteo de
campanas suena la primera marcha procesional y aparece la Virgen en su carroza
por debajo de las piedras milenarias del Arco de la Malena.
Allí está Tarancón entero, lleno
de devoción.
A ritmo cadencioso, la Virgen
avanza en su carroza, como montada en un barco que navegara por las calles de
Tarancón. Las velas del navío las mueven las oraciones y plegarias de todo un
pueblo. En la punta de la quilla, flores de pureza blanca. En la ropa, el
despliegue de su manto de rojo terciopelo sembrado de bordados de oro.
A su paso por las calles del
recorrido, la gente comenta: ¡Qué hermosa y qué guapa va la Virgen!
María fue sin lugar a dudas una
auténtica mujer hebrea, de facciones perfectas. Ella era bonita, pero cuando el
día 8 de septiembre, subida en su carroza, se pasea por Tarancón, adquiere la
belleza, la hermosura y la llaneza del alma taranconera.
Al llegar a la Plaza se quema la
última pólvora en su honor, y en ese instante a más de uno de los presentes se
le escapa una lágrima furtiva que limpia a hurtadillas con la punta del pañuelo.
Hay ciudades que han sido capaces
de conservar el esplendor de sus tradiciones, de su manera especial de ser y de
sentir, sin dejar por ello de mirar al presente y al futuro. Este es el caso de
Tarancón.
¡Tarancón!, yo llegué esta noche
para decirte mi admiración y mi cariño, también para proclamar y pregonar tus
bellezas pasadas, pero sé, que el pasado no es nada si no existe el presente.
Yo no deseo para ti, Tarancón, el parteluz de la arqueología, yo pido un gran
árbol que crezca hacia arriba y en el que se desarrolle tu futuro y tu
progreso.
Los deseos se van cumpliendo.
La intensidad de los cambios
experimentados los últimos cuarenta años, no tienen precedente en ningún
momento de la historia de nuestro pueblo. Tarancón es hoy el primer centro
industrial de la provincia y uno de los más importantes de Castilla – La
Mancha. El desarrollo en lo económico, en lo cultural, en la sanidad y en los
servicios ha sido también muy importante.
Pero el Pregonero descubre con
gozo que no todo ha sido cambio, que hay cimientos y muros en su ciudad y en
sus hombres, que permanecen firmes e inconmovibles.
Contempla con fruición que las
puras esencias, las claves sustantivas, las circunstancias definitorias de lo
taranconero persisten vivas y activas, tan viejas como el sol y tan nuevas como
la luz de cada día, tan hondas como las raíces y tan altas como las estrellas.
Todo ello constituye la inquebrantable voluntad de permanencia de nuestro
carácter colectivo como pueblo.
El primer matrimonio de Tarancón,
y uno de los factores determinantes de su desarrollo es el carácter de sus
gentes: trabajador, orgulloso, decidido y emprendedor y sobre todo su espíritu
empresarial, rasgos heredados, sin duda, de nuestros antepasados: romanos,
sarracenos, judíos y visigodos, que a través de los siglos fueron dejando sus
huellas en este lugar de la Mancha.
El otro pilar determinante de
nuestro desarrollo, ha sido, es y será nuestra privilegiada situación
geográfica. Tarancón es un importante nudo de comunicaciones que a todas partes
conduce. Frontera próxima con Madrid, pasillo natural entre el Centro y Levante
y cruce de carreteras a través de la historia.
Pero… apartemos en este instante
las serias reflexiones.
Os anuncio, taranconeros, que las
fiestas están a la puerta.
Por ello, pregono:
A fiestas te llama mi voz,
Tarancón, a la alegría, a la danza y al galopeo, al cabrileo sutil de los
fuegos de artificio, mientras los tomboleros, feriantes y mercachifles vocena su mercancía entre
músicas y ruidos, olor a churros y galas de artistas famosos.
¡Disfrutemos y gocemos todos del
jolgorio!
Taranconeros, deseo que esta
noche mi palabra os haya llegado más que alos sentidos, a vuestro corazón y a
vuestro espíritu.
Por nuestro futuro apuesto, al
mirar a esta Reina de belleza y a sus compañeras de reinado. De ellas saldrá lo
que venga que, como dijo alguna vez el poeta, no puede ser otra cosa que “la
lluvia fecunda y armoniosos vientecillos”.
Las Fiestas quedan
abiertas.
¡Vitor a la Santísima
Virgen de Riánsares!
¡Viva siempre
Tarancón!
Muchas gracias.
Luis Lozano García.
Tarancón. Agosto 1996
Artículo que se puede encontrar en el programa de Fiestas de 1997