lunes, 27 de junio de 2016

PREGÓN DE FIESTAS 1995

PREGON DE FIESTAS 1995

I.                    INTRODUCCIÓN
Taranconeras, taranconeros: forasteras, forasteros, buenas noches y muchas gracias por vuestra presencia en este Pregón de las Fiestas y Ferias de 1995.
Los que me conocéis sabéis lo orgulloso que me siento oficiando de pregonero de las fiestas de mi pueblo: los que no me conocéis difícilmente dejaréis de advertir que estoy feliz en esta tribuna dirigiéndome a los míos. A mí los homenajes, incluso los inmerecidos, me gustan, siempre que no sean póstumos.
Pese a encontrarme muy contento, no puedo negaros que lo que realmente estoy es sorprendido por la nominación adoptada por la Comisión de Festejos. También lo están mis hijas Carmen Riánsares y Julia, ya que desde hace varias semanas no cesan de preguntarme porqué soy el pregonero.
Las amables palabras que han servido para presentarme pueden llevaros a engaño. Yo tan solo soy un joven con un brillante porvenir…pero ya a sus espaldas. Sólo soy un profesional que ha tenido la enorme suerte de perder su juventud viviendo tiempos interesantes en un viejo caserón de la calle de Alcalá que cobija al Ministerio de Economía, y que ahora comienza a malbaratar su madurez por los recovecos del Palacio del Marqués de Salamanca que sirven de sede de Argentaria.
No he dado ningún pelotazo en la década pasada, y a la vista de mis convicciones, y de lo que parece estar viniendo, no resulta probable que lo dé en el corto futuro.
Nunca traje a Tarancón a ninguna Melanie Griffith –algo que no será nada sorprendente para quien repare, aunque sea de soslayo, en lo guapa que está Carmen –y lo más que conseguí fue empapuzar en vino y cordero a algún Ministro de fuerte intelecto, pero ya de olvidada popularidad. Y no digamos nada de mi carrera en la Televisión: mis apariciones han sido siempre breves, y al hilo, la mayoría de las veces, de luctuosas noticias económicas.
Para colmar mi perplejidad, el Ayuntamiento que me invita es de derechas, y… yo tampoco, aunque sospecho que para el futuro político de los concejales hubiese sido mucho más arriesgado no haber contratado a Norma Duval.
Todo lo anterior me hace pensar que si estoy hoy aquí es sencillamente por un única razón: porque aquí soy José Juan, el hijo de la Felisita y de Pepe Ruiz, el yerno de Bienve y de Ángel. Porque aquí, ante vosotros, sencillamente soy uno de los vuestros. Aquí, soy uno de la tribu.
Una tribu que ciertamente no tiene RH negativo del que alardear, ni xenofobia alguna de la que avergonzarse. Es decir, una tribu de buena gente, a la que da gusto pertenecer.
Y quizá sea sencillamente por eso, por lo que me encuentro, por primera vez en muchas semanas, relajado, feliz y con ganas de taranconear durante los próximos veinte minutos.

II.                  UNA CONCESIÓN A LA NOSTALGIA
Taranconear, como bien sabéis, es un verbo que admite múltiples significados. Para algunos, el sinónimo más cercano es borriquear; ara otros, entre los que me encuentro, taranconear no es otra cosa que evocar –exagerando- los personajes y leyendas de nuestro pueblo. Sin falsas modestias, en esta acepción del racial verbo he conseguido, con los años y la práctica, un virtuosismo que ha llevado a muchos de mis mejores amigos a estar persuadidos de que nuestro término municipal, además de limitar, entre otros, con Belinchón, La Fuente y Villarubio, también lo hace con Macondo.
Sin embargo, no caeré en la tentación de utilizar esta tribuna para someter mis habilidades a vuestro certero, y seguramente severo, juicio, ni tampoco osaré rivalizar con aquellos que me han precedido en el empleo de Pregonero tratando de completar la galería de retratos humanos que paulatinamente van asomándose a los Pregoneros de Fiestas.
Pero sí me perdonaréis que, haciendo una concesión a la nostalgia, aproveche la ocasión para rendir público homenaje a dos espacios colectivos que han influenciado decisivamente mi forma de ser: los cines y algunos bares del pueblo. Desafortunadamente ambos espacios han compartido –junto a la plaza de toros- el mismo destino: han dejado de existir.
Posiblemente pertenezco a la última generación de taranconeros que tuvo una infancia relativamente resguardada del influjo de la televisión. Al iniciarse la década de los 60, el número de aparatos de TV era reducido y las horas de programación limitadas, lo que unido a la escasa densidad del tráfico, convertía a las calles en el espacio natural de los juegos infantiles, y a los cines en la fábrica de sueños por excelencia.
Para muchos de nosotros, fue en el cine parroquial –en el cine de D. José María- donde se produjo nuestro primer contacto con el mundo de las películas. Su sesión infantil nos convirtió en espectadores de legiones y centurias romanas, de tribus indias, de batallones del séptimo de caballería, de valerosos Tarzanes que indefectiblemente acababan luchando a brazo partido con gigantescos cocodrilos, y, sobre todo, de los azulísimos ojos de Marisol.
Uno sabía que comenzaba a crecer cuando la sesión infantil se sustituía por el programa vespertino del teatro cinema Alcázar, y Fantomas, o Weismuller daban paso a John Wayne, Clark Gable, Rita Hayworth, y, sobre todo a Ava Gadner, a la que muchos niños y mayores, entre ellos Antonio el Sancho, y Matías Zoyo con su guardapolvos gris- habíamos visto en la Zapatería con unos pantalones pitillo y una blusa de topos bajándose del jeep de Luis Miguel Dominguín.
En el cinema Alcázar, con el run-run de fondo de las pipas y con el estruendo ocasional de botellas de gaseosa deslizándose por la pendiente de la sala de proyecciones, aprendimos que el cine americano tenía tratamiento de usía, una sensación que a mí ya no me abandonaría ni siquiera en los momentos de fervor militante por el cine europeo comprometido.
Y uno se sentía ya un hombre cuando acudía al cine de verano a ver a Sarita Montiel en “El Último Cuplé”, al tiempo que disciplentemente encendía un cigarrillo y vaciaba de un trago el primer botellín. Me gustaría también acordarme del cien del Tío Mea, pero estoy convencido de que pese a lo que pueda pensar, yo jamá vi allí “El Litri y su sombra” y “Los hijos del volcán”, y que ese vívido recuerdo que ahora tengo sólo es una magnífica alucinación de la que me he apropiado tras disfrutar de generosas conversaciones con mi amigo Enrique.
Todos esos cines hoy ya no existen, víctimas del fracaso comercial o de la especulación urbanística que arrasó el pueblo. Con ellos murió una forma de aprender a convivir, ya que el cine jamás se iba sólo: se iba con tus amigos, con tus primeras amigas, e incluso con tu primera amiga, e incluso con tu primera amiga más amiga. Es verdad que había cortes, que las sillas eran incomodísimas y que no se podía elegir la programación, pero me siento afortunadísimo por  haber disfrutado de aquellas películas en aquellas condiciones, y lamento que a los jóvenes taranconeros se les haya condenado al vídeo o al exilio cinematográfico.
Los bares, como antes anticipaba, también ha sido muy importantes en mi educación sentimental. Como nos recordaba hace dos años en su pregón José Luis Sánchez, una de las características básicas de nuestros bares era, hasta hace muy poco, su clara orientación a que el vino fuese “cascao”, (hablado, para los que no entienden el taranconero). Podían ser tabernas, bares o cafeterías; podía haber más o menos lujo –bueno, es un decir- pero en todos ellos, el objetivo era que la gente hablase entre sí, y no se ensimismara en el vaso, ni en su contenido, como suelen hacer los pueblos bárbaros del norte.
Eran establecimientos familiares. De hecho, mi primer recuerdo me sitúa en una mesa de la terraza del Bar el Descanso, donde mis padres y sus amigos daban cuenta a los cangrejos de río que acababa de preparar la señora María.
Aunque parezca imposible superar el nombre de “El Descanso”, en nuestro pueblo existió hasta no hace mucho un bar con nombre todavía más prodigioso: el “Aquí me quedo”, en su alargado, estrecho y profundo local, bajo el cartel de toros que anunciaba la última tarde de Manolete en Linares, Arturo y Margarita prepararon aperitivos y propiciaron conversaciones de los que todavía hoy guardo un imborrable recuerdo. Allí, apoyado en la columna que partía la barra, con un tronío que solo soy capaz de adivinar en el Hemingway que frecuentaba el Floridita de la Habana, se encontraba uno de los primeros parados que conocí. Muchos años después me pasaría como a Aurelio Buendía: su recuerdo me ayudaría a comprender mejor el auténtico drama del desempleo.
Angelito, Cordones y Celia son mis últimas referencias nostálgicas. Angelito hace ya mucho tiempo que se trasladó a Madrid, y Celia ha decidido darse un merecido descanso, así que ya no puedo esperar oír el torrente impetuoso de exclamaciones de Celia, o asombrarme del virtuosismo con el que Angelito tira la cerveza, al tiempo que limpia la barra y se sube unas enormes gafas negras que sólo él, Fuentes Quintana y Matías Prat (padre) ya se atreven a llevar. Tan sólo me queda la posibilidad de bajar a Cordones para que Jesús, bajo la mirada atenta de Paca, me cuente el día que por culpa de una artesa no fue ni peatón, ni vehículo.
Los cines de mi adolescencia cerraron. Los bares de mi juventud también. ¿Qué me une a vosotros? Dejadme que aproveche los últimos minutos de este pregón para deciros que por encima del cariño irracional y sentimentaloide, lo que me une a vosotros es la confianza en que este pueblo tiene –si aprovecha sus potencialidades y ventajas comparativas-un futuro económico alentador.
III.                DE VUELTA A LA REALIDAD
No hace falta que a vosotros os señale lo mucho que Tarancón y los taranconeros han progresado en las últimas tres décadas y media. Basta con mirar a nuestro alrededor para rápidamente convenir que nuestro pueblo, como mínimo, no ha perdido comba con el desarrollo general del país. No tengo datos históricos sobre el nivel de renta, pero si consideramos plausible la hipótesis de que ha progresado al mismo ritmo que la media nacional, los taranconeros de hoy día somos casi tres veces más prósperos que lo fueron nuestros padres.
No es, en modo alguno, un resultado despreciable, aunque para algunos de nosotros –para aquellos que pensamos que no sólo importa haber crecido y progresado, sino que también es importante haberlo hecho mejorando la distribución de la renta y de la riqueza- lo verdaderamente espléndido del pasado reciente es que nuestro pueblo- nuestro país- se haya convertido en una sociedad de clases medias.
Podemos discutir si de clases medias bajas, o medias-medias como el café-café, pero no creo que pueda cerrarse los ojos ante la evidencia de que el Tarancón de hoy es una sociedad más homogénea, con menos fracturas sociales que la existía en la década de los sesenta.
Una sociedad en la que la universalización de la Sanidad, la Educación y la red de protección social han felizmente sustituido al paternalismo y “caridad cristiana” del pasado. Una sociedad en la que las angustias del ayer ante el desamparo han dado paso a derechos que se defienden democráticamente. Una sociedad en la que los “ricos” de hoy no son ya todos los que fueron ricos ayer, y en la que los mas han progresado económicamente. Una sociedad en la que la libertad, el esfuerzo personal, y una red de solidaridad han hecho posible la movilidad social.
Desde un punto de vista estrictamente económico  no resulta muy aventurado explicar las razones de este progreso. Aunque este pueblo nunca haya sido una economía exclusivamente agrícola, la desagrarización de los años 60 y 70 permitió que se produjeses las ganancias de eficiencia y de productividad que han financiado gran parte del aumento de nuestro bienestar material. Las políticas de las últimas dos décadas han encauzado y consolidado la solidaridad.
Los efectos sobre la prosperidad de este desplazamiento de parte de la población activa desde el sector agrícola a la industria, la construcción, y, sobre todo, los servicios se habrían visto reforzados por un segundo factor igualmente crítico: una parte importante del aumento de la renta disponible familiar se ha logrado merced a la incorporación definitiva de la mujer al trabajo fuera del hogar.
Con ello, en los hogares taranconeros no sólo ha entrado algo más de dinero, sino que además se han comenzado a resquebrajar las estructuras machistas y autoritarias que habían prevalecido durante siglos. Quizás a un ritmo que todavía parezca a muchas taranconeras insuficiente, pero que todas –y todos- ya saben irreversible.
Desagrarización, mejora de la productividad y aumento de la tasa de empleo de las mujeres serían, en mi opinión, las razones del reciente progreso económico del pueblo. ¿Qué pasará en el futuro?
Quizás a muchos de vosotros os resulte difícil escapar al abatimiento económico que desde hace algún tiempo parece atenazar al país, y, más en particular, a nuestro pueblo.
No hay duda de que la recesión de 1993/94 ha sido muy dura, que su impacto sobre el nivel de empleo ha sido devastador, y que el país colectivamente ha perdido una buena parte de su autoestima al comprobar que algunos de sus sueños explotaban en mil pedazos. Ara la economía taranconera los efectos de la apertura de la autovía han exacerbado las dificultades que plantea el paulatino despoblamiento de la comarca y el aumento de la competencia. Por si todo lo anterior fuese poco, la sequía ha vuelto a dañar los rendimientos de nuestros campos. Con este panorama, ¿quién es el osado que se presenta lanzando un mensaje económico optimista?
Os diré que yo. No puedo negar que hoy existen dificultades, pero seríamos unos pesimistas absurdos si perdiésemos de vista lo que en mi opinión es el activo más importante del pueblo: vosotros los jóvenes –o si me dejáis que se lo diga a vuestros padres que se lo diga a vuestros padres que son los que hicieron y hacen el esfuerzo- vuestros hijos son la generación de taranconeros más culta y mejor preparada de la historia de nuestro pueblo. Nunca antes ha habido en este pueblo tanta gente con estudios medios y superiores: nunca antes han existido tantos taranconeros que hayan pasado por la Universidad; nunca antes han existido tantas taranconeras y taranconeros viajando dentro y fuera del país, el mejor antídoto para curar muchas de las funestas consecuencias del localismo excluyente. Nunca, por tanto, han existido tantas oportunidades para progresar moral y económicamente como hoy exiten.
Hace más de 200 años. Adam Smith –un escocés de pueblo al que se considera con buen tino el padre intelectual de la economía- demostró que la riqueza de las naciones no dependía exclusivamente de los recursos y riquezas naturales de los pueblos, sino más bien de las cualidades morales y preparación de sus habitantes. Como ya os he dicho creo que en esa liga los taranconeros estamos hoy bien preparados, y no deberíamos renunciar a priori a ninguna aspiración.
Ahora bien… tampoco deberíamos ponerle difíciles las cosas al pobre Adam Smith. Contar con una población preparada es un prerrequisito para competir con éxito en un mundo totalmente interrelacionado, pero ya no garantiza nada. No vivimos en un mundo de certezas, y ya nada está atado y bien atado. Para triunfar colectivamente como pueblo o como nación es preciso que el resto de las normas que regulan la convivencia y actividad económica propicien también la eficiencia y la solidaridad.
Muchas de esas normas no se van a definir aquí, en Tarancón, sino en el Parlamento, en el Consejo de Ministros, en Bruselas, en Madrid, en Toledo o en cualquiera de los centenares de miles de Consejos de Administración de las empresas que en el mundo son. Pero sí hay normas y comportamientos que dependen de nosotros, de los empresarios taranconeros y de nuestro Ayuntamiento que potencialmente pueden mover el futuro económico de este pueblo en un sentido u otro.
Si las taranconeras y los taranconeros se asientan sobre la desesperanza y culpan a la autovía o a los “tiempos que corren” d sus infortunios económicos, el pueblo iniciará un seguro declive: nadie puede vivir del pasado, por muy glorioso que éste haya sido. El futuro hay que ganarlo invirtiendo, innovando, ganando nuevos mercados y nuevos clientes, y la fase histórica en la que Tarancón creció por ser un importante nudo de comunicaciones y un notable centro comercial  comarcal irremediablemente está concluyendo.
Nuevos negocios, nuevas ideas tienen que surgir entre vosotros para que nuestro pueblo sea capaz de emplear a sus hijos. Y no seré yo quien trate de acotar las posibilidades o la imaginación. Sinceramente creo que aquí hay sitio para todo: para la agricultura ecológica, la industria exportadora, las residencias geriátricas o, llegado el caso, las escuelas virtuales de náutica y navegación.
Reparad que no estoy apelando a que sean las autoridades locales, autonómicas, o nacionales o comunitarias las que nos “desarrollen” nuestro pueblo. Estoy apelando a vosotros y a vuestro esfuerzo, porque estoy sinceramente convencido de que al Estado hay que defenderlo tanto de sus entusiastas, como de aquellos que lo quieren miniaturizas hasta el punto de hacerlo vulnerable a sus intereses.
En nuestro pueblo, al “Estado”, a nuestro Ayuntamiento, l que creo que hay que pedirle es que no bloquee el crecimiento del pueblo con normas esterilizadoras y gravosas. En particular, al Ayuntamiento creo que habría que pedirle que tuviera un exquisito cuidado para evitar que e mero planteamiento urbanístico no dañe nuestro futuro haciendo escaso y caro un recurso que es el único que nos sobra: el suelo.
Las leyes urbanísticas del país van inevitablemente a cambiar. No es posible para el país mantener normas que hacen que más de las 2/3 partes de la riqueza de los españoles esté invertida en ladrillos. No es posible que normas oscuras y decisiones arbitrarias permitan que el desplazamiento en un plano de una línea en unos centímetros sea la frontera entre la riqueza o la propiedad de un erial. No es posible seguir manteniendo esa fuente de corrupción y de dislate económico. No es posible que condenemos a que nuestros hijos se hipotequen de por vida por no ser capaces de ser generosos en la creación de suelo urbano.
Tenéis la oportunidad de abanderar ese cambio. No tengáis miedo en hacer normas simples, transparentes, de rápida gestión. No tengáis miedo de contribuir al bienestar de los más, aunque sea al precio de alguna renuncia por los menos. No tengáis miedo en ser generosos, y no titubeéis en apoderaros de la bandera de ser el primer pueblo de España que comienza a apostar por el futuro.
Hacedlo, y así ahorraréis a muchos taranconeros, el dolor que causa el exilio económico no deseado. Aunque como veis, por mucho que nos vayamos y por lejos que estemos, el espíritu taranconero siempre está al acecho, y en cualquier momento surge para darte un zarpazo que te come el alma.
MUCHAS GRACIAS
Tarancón, 2 de septiembre, de 1995
José Juan Ruiz
Articulo encontrado en el programa de fiesta 1996

2 comentarios:

  1. No recuerdo por qué no pude asistir a este pregón, pero me ha gustado leerlo, es brillante y vigoroso.
    Felicito a Jose Juan Ruiz con más de veinte años de retraso.

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  2. No recuerdo por qué no pude asistir a este pregón, pero me ha gustado leerlo, es brillante y vigoroso.
    Felicito a Jose Juan Ruiz con más de veinte años de retraso.

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