PREGON DE FIESTAS 1995
I.
INTRODUCCIÓN
Taranconeras, taranconeros:
forasteras, forasteros, buenas noches y muchas gracias por vuestra presencia en
este Pregón de las Fiestas y Ferias de 1995.
Los que me conocéis sabéis lo
orgulloso que me siento oficiando de pregonero de las fiestas de mi pueblo: los
que no me conocéis difícilmente dejaréis de advertir que estoy feliz en esta
tribuna dirigiéndome a los míos. A mí los homenajes, incluso los inmerecidos,
me gustan, siempre que no sean póstumos.
Pese a encontrarme muy contento,
no puedo negaros que lo que realmente estoy es sorprendido por la nominación
adoptada por la Comisión de Festejos. También lo están mis hijas Carmen
Riánsares y Julia, ya que desde hace varias semanas no cesan de preguntarme
porqué soy el pregonero.
Las amables palabras que han
servido para presentarme pueden llevaros a engaño. Yo tan solo soy un joven con
un brillante porvenir…pero ya a sus espaldas. Sólo soy un profesional que ha
tenido la enorme suerte de perder su juventud viviendo tiempos interesantes en
un viejo caserón de la calle de Alcalá que cobija al Ministerio de Economía, y
que ahora comienza a malbaratar su madurez por los recovecos del Palacio del
Marqués de Salamanca que sirven de sede de Argentaria.
No he dado ningún pelotazo en la
década pasada, y a la vista de mis convicciones, y de lo que parece estar
viniendo, no resulta probable que lo dé en el corto futuro.
Nunca traje a Tarancón a ninguna
Melanie Griffith –algo que no será nada sorprendente para quien repare, aunque
sea de soslayo, en lo guapa que está Carmen –y lo más que conseguí fue
empapuzar en vino y cordero a algún Ministro de fuerte intelecto, pero ya de
olvidada popularidad. Y no digamos nada de mi carrera en la Televisión: mis
apariciones han sido siempre breves, y al hilo, la mayoría de las veces, de
luctuosas noticias económicas.
Para colmar mi perplejidad, el
Ayuntamiento que me invita es de derechas, y… yo tampoco, aunque sospecho que
para el futuro político de los concejales hubiese sido mucho más arriesgado no
haber contratado a Norma Duval.
Todo lo anterior me hace pensar
que si estoy hoy aquí es sencillamente por un única razón: porque aquí soy José
Juan, el hijo de la Felisita y de Pepe Ruiz, el yerno de Bienve y de Ángel.
Porque aquí, ante vosotros, sencillamente soy uno de los vuestros. Aquí, soy
uno de la tribu.
Una tribu que ciertamente no
tiene RH negativo del que alardear, ni xenofobia alguna de la que avergonzarse.
Es decir, una tribu de buena gente, a la que da gusto pertenecer.
Y quizá sea sencillamente por
eso, por lo que me encuentro, por primera vez en muchas semanas, relajado,
feliz y con ganas de taranconear durante los próximos veinte minutos.
II.
UNA CONCESIÓN A LA NOSTALGIA
Taranconear, como bien sabéis, es
un verbo que admite múltiples significados. Para algunos, el sinónimo más
cercano es borriquear; ara otros, entre los que me encuentro, taranconear no es
otra cosa que evocar –exagerando- los personajes y leyendas de nuestro pueblo.
Sin falsas modestias, en esta acepción del racial verbo he conseguido, con los
años y la práctica, un virtuosismo que ha llevado a muchos de mis mejores
amigos a estar persuadidos de que nuestro término municipal, además de limitar,
entre otros, con Belinchón, La Fuente y Villarubio, también lo hace con
Macondo.
Sin embargo, no caeré en la
tentación de utilizar esta tribuna para someter mis habilidades a vuestro
certero, y seguramente severo, juicio, ni tampoco osaré rivalizar con aquellos
que me han precedido en el empleo de Pregonero tratando de completar la galería
de retratos humanos que paulatinamente van asomándose a los Pregoneros de
Fiestas.
Pero sí me perdonaréis que,
haciendo una concesión a la nostalgia, aproveche la ocasión para rendir público
homenaje a dos espacios colectivos que han influenciado decisivamente mi forma
de ser: los cines y algunos bares del pueblo. Desafortunadamente ambos espacios
han compartido –junto a la plaza de toros- el mismo destino: han dejado de
existir.
Posiblemente pertenezco a la
última generación de taranconeros que tuvo una infancia relativamente
resguardada del influjo de la televisión. Al iniciarse la década de los 60, el
número de aparatos de TV era reducido y las horas de programación limitadas, lo
que unido a la escasa densidad del tráfico, convertía a las calles en el
espacio natural de los juegos infantiles, y a los cines en la fábrica de sueños
por excelencia.
Para muchos de nosotros, fue en
el cine parroquial –en el cine de D. José María- donde se produjo nuestro
primer contacto con el mundo de las películas. Su sesión infantil nos convirtió
en espectadores de legiones y centurias romanas, de tribus indias, de
batallones del séptimo de caballería, de valerosos Tarzanes que
indefectiblemente acababan luchando a brazo partido con gigantescos cocodrilos,
y, sobre todo, de los azulísimos ojos de Marisol.
Uno sabía que comenzaba a crecer
cuando la sesión infantil se sustituía por el programa vespertino del teatro
cinema Alcázar, y Fantomas, o Weismuller daban paso a John Wayne, Clark Gable,
Rita Hayworth, y, sobre todo a Ava Gadner, a la que muchos niños y mayores,
entre ellos Antonio el Sancho, y Matías Zoyo con su guardapolvos gris- habíamos
visto en la Zapatería con unos pantalones pitillo y una blusa de topos
bajándose del jeep de Luis Miguel Dominguín.
En el cinema Alcázar, con el
run-run de fondo de las pipas y con el estruendo ocasional de botellas de
gaseosa deslizándose por la pendiente de la sala de proyecciones, aprendimos
que el cine americano tenía tratamiento de usía, una sensación que a mí ya no
me abandonaría ni siquiera en los momentos de fervor militante por el cine
europeo comprometido.
Y uno se sentía ya un hombre
cuando acudía al cine de verano a ver a Sarita Montiel en “El Último Cuplé”, al
tiempo que disciplentemente encendía un cigarrillo y vaciaba de un trago el
primer botellín. Me gustaría también acordarme del cien del Tío Mea, pero estoy
convencido de que pese a lo que pueda pensar, yo jamá vi allí “El Litri y su
sombra” y “Los hijos del volcán”, y que ese vívido recuerdo que ahora tengo
sólo es una magnífica alucinación de la que me he apropiado tras disfrutar de
generosas conversaciones con mi amigo Enrique.
Todos esos cines hoy ya no
existen, víctimas del fracaso comercial o de la especulación urbanística que
arrasó el pueblo. Con ellos murió una forma de aprender a convivir, ya que el
cine jamás se iba sólo: se iba con tus amigos, con tus primeras amigas, e
incluso con tu primera amiga, e incluso con tu primera amiga más amiga. Es
verdad que había cortes, que las sillas eran incomodísimas y que no se podía
elegir la programación, pero me siento afortunadísimo por haber disfrutado de aquellas películas en
aquellas condiciones, y lamento que a los jóvenes taranconeros se les haya
condenado al vídeo o al exilio cinematográfico.
Los bares, como antes anticipaba,
también ha sido muy importantes en mi educación sentimental. Como nos recordaba
hace dos años en su pregón José Luis Sánchez, una de las características
básicas de nuestros bares era, hasta hace muy poco, su clara orientación a que
el vino fuese “cascao”, (hablado, para los que no entienden el taranconero).
Podían ser tabernas, bares o cafeterías; podía haber más o menos lujo –bueno,
es un decir- pero en todos ellos, el objetivo era que la gente hablase entre
sí, y no se ensimismara en el vaso, ni en su contenido, como suelen hacer los
pueblos bárbaros del norte.
Eran establecimientos familiares.
De hecho, mi primer recuerdo me sitúa en una mesa de la terraza del Bar el
Descanso, donde mis padres y sus amigos daban cuenta a los cangrejos de río que
acababa de preparar la señora María.
Aunque parezca imposible superar
el nombre de “El Descanso”, en nuestro pueblo existió hasta no hace mucho un
bar con nombre todavía más prodigioso: el “Aquí me quedo”, en su alargado,
estrecho y profundo local, bajo el cartel de toros que anunciaba la última
tarde de Manolete en Linares, Arturo y Margarita prepararon aperitivos y
propiciaron conversaciones de los que todavía hoy guardo un imborrable
recuerdo. Allí, apoyado en la columna que partía la barra, con un tronío que
solo soy capaz de adivinar en el Hemingway que frecuentaba el Floridita de la
Habana, se encontraba uno de los primeros parados que conocí. Muchos años
después me pasaría como a Aurelio Buendía: su recuerdo me ayudaría a comprender
mejor el auténtico drama del desempleo.
Angelito, Cordones y Celia son
mis últimas referencias nostálgicas. Angelito hace ya mucho tiempo que se
trasladó a Madrid, y Celia ha decidido darse un merecido descanso, así que ya
no puedo esperar oír el torrente impetuoso de exclamaciones de Celia, o
asombrarme del virtuosismo con el que Angelito tira la cerveza, al tiempo que
limpia la barra y se sube unas enormes gafas negras que sólo él, Fuentes
Quintana y Matías Prat (padre) ya se atreven a llevar. Tan sólo me queda la posibilidad
de bajar a Cordones para que Jesús, bajo la mirada atenta de Paca, me cuente el
día que por culpa de una artesa no fue ni peatón, ni vehículo.
Los cines de mi adolescencia
cerraron. Los bares de mi juventud también. ¿Qué me une a vosotros? Dejadme que
aproveche los últimos minutos de este pregón para deciros que por encima del
cariño irracional y sentimentaloide, lo que me une a vosotros es la confianza
en que este pueblo tiene –si aprovecha sus potencialidades y ventajas
comparativas-un futuro económico alentador.
III.
DE VUELTA A LA REALIDAD
No hace falta que a vosotros os
señale lo mucho que Tarancón y los taranconeros han progresado en las últimas
tres décadas y media. Basta con mirar a nuestro alrededor para rápidamente
convenir que nuestro pueblo, como mínimo, no ha perdido comba con el desarrollo
general del país. No tengo datos históricos sobre el nivel de renta, pero si
consideramos plausible la hipótesis de que ha progresado al mismo ritmo que la
media nacional, los taranconeros de hoy día somos casi tres veces más prósperos
que lo fueron nuestros padres.
No es, en modo alguno, un
resultado despreciable, aunque para algunos de nosotros –para aquellos que
pensamos que no sólo importa haber crecido y progresado, sino que también es
importante haberlo hecho mejorando la distribución de la renta y de la riqueza-
lo verdaderamente espléndido del pasado reciente es que nuestro pueblo- nuestro
país- se haya convertido en una sociedad de clases medias.
Podemos discutir si de clases
medias bajas, o medias-medias como el café-café, pero no creo que pueda
cerrarse los ojos ante la evidencia de que el Tarancón de hoy es una sociedad
más homogénea, con menos fracturas sociales que la existía en la década de los
sesenta.
Una sociedad en la que la
universalización de la Sanidad, la Educación y la red de protección social han
felizmente sustituido al paternalismo y “caridad cristiana” del pasado. Una
sociedad en la que las angustias del ayer ante el desamparo han dado paso a
derechos que se defienden democráticamente. Una sociedad en la que los “ricos”
de hoy no son ya todos los que fueron ricos ayer, y en la que los mas han
progresado económicamente. Una sociedad en la que la libertad, el esfuerzo
personal, y una red de solidaridad han hecho posible la movilidad social.
Desde un punto de vista
estrictamente económico no resulta muy
aventurado explicar las razones de este progreso. Aunque este pueblo nunca haya
sido una economía exclusivamente agrícola, la desagrarización de los años 60 y
70 permitió que se produjeses las ganancias de eficiencia y de productividad
que han financiado gran parte del aumento de nuestro bienestar material. Las
políticas de las últimas dos décadas han encauzado y consolidado la
solidaridad.
Los efectos sobre la prosperidad
de este desplazamiento de parte de la población activa desde el sector agrícola
a la industria, la construcción, y, sobre todo, los servicios se habrían visto
reforzados por un segundo factor igualmente crítico: una parte importante del
aumento de la renta disponible familiar se ha logrado merced a la incorporación
definitiva de la mujer al trabajo fuera del hogar.
Con ello, en los hogares
taranconeros no sólo ha entrado algo más de dinero, sino que además se han
comenzado a resquebrajar las estructuras machistas y autoritarias que habían
prevalecido durante siglos. Quizás a un ritmo que todavía parezca a muchas
taranconeras insuficiente, pero que todas –y todos- ya saben irreversible.
Desagrarización, mejora de la
productividad y aumento de la tasa de empleo de las mujeres serían, en mi
opinión, las razones del reciente progreso económico del pueblo. ¿Qué pasará en
el futuro?
Quizás a muchos de vosotros os
resulte difícil escapar al abatimiento económico que desde hace algún tiempo
parece atenazar al país, y, más en particular, a nuestro pueblo.
No hay duda de que la recesión de
1993/94 ha sido muy dura, que su impacto sobre el nivel de empleo ha sido
devastador, y que el país colectivamente ha perdido una buena parte de su
autoestima al comprobar que algunos de sus sueños explotaban en mil pedazos.
Ara la economía taranconera los efectos de la apertura de la autovía han
exacerbado las dificultades que plantea el paulatino despoblamiento de la
comarca y el aumento de la competencia. Por si todo lo anterior fuese poco, la
sequía ha vuelto a dañar los rendimientos de nuestros campos. Con este
panorama, ¿quién es el osado que se presenta lanzando un mensaje económico
optimista?
Os diré que yo. No puedo negar
que hoy existen dificultades, pero seríamos unos pesimistas absurdos si perdiésemos
de vista lo que en mi opinión es el activo más importante del pueblo: vosotros
los jóvenes –o si me dejáis que se lo diga a vuestros padres que se lo diga a
vuestros padres que son los que hicieron y hacen el esfuerzo- vuestros hijos
son la generación de taranconeros más culta y mejor preparada de la historia de
nuestro pueblo. Nunca antes ha habido en este pueblo tanta gente con estudios
medios y superiores: nunca antes han existido tantos taranconeros que hayan
pasado por la Universidad; nunca antes han existido tantas taranconeras y
taranconeros viajando dentro y fuera del país, el mejor antídoto para curar
muchas de las funestas consecuencias del localismo excluyente. Nunca, por
tanto, han existido tantas oportunidades para progresar moral y económicamente
como hoy exiten.
Hace más de 200 años. Adam Smith
–un escocés de pueblo al que se considera con buen tino el padre intelectual de
la economía- demostró que la riqueza de las naciones no dependía exclusivamente
de los recursos y riquezas naturales de los pueblos, sino más bien de las
cualidades morales y preparación de sus habitantes. Como ya os he dicho creo
que en esa liga los taranconeros estamos hoy bien preparados, y no deberíamos
renunciar a priori a ninguna aspiración.
Ahora bien… tampoco deberíamos
ponerle difíciles las cosas al pobre Adam Smith. Contar con una población
preparada es un prerrequisito para competir con éxito en un mundo totalmente
interrelacionado, pero ya no garantiza nada. No vivimos en un mundo de
certezas, y ya nada está atado y bien atado. Para triunfar colectivamente como
pueblo o como nación es preciso que el resto de las normas que regulan la
convivencia y actividad económica propicien también la eficiencia y la
solidaridad.
Muchas de esas normas no se van a
definir aquí, en Tarancón, sino en el Parlamento, en el Consejo de Ministros,
en Bruselas, en Madrid, en Toledo o en cualquiera de los centenares de miles de
Consejos de Administración de las empresas que en el mundo son. Pero sí hay
normas y comportamientos que dependen de nosotros, de los empresarios
taranconeros y de nuestro Ayuntamiento que potencialmente pueden mover el
futuro económico de este pueblo en un sentido u otro.
Si las taranconeras y los
taranconeros se asientan sobre la desesperanza y culpan a la autovía o a los
“tiempos que corren” d sus infortunios económicos, el pueblo iniciará un seguro
declive: nadie puede vivir del pasado, por muy glorioso que éste haya sido. El
futuro hay que ganarlo invirtiendo, innovando, ganando nuevos mercados y nuevos
clientes, y la fase histórica en la que Tarancón creció por ser un importante
nudo de comunicaciones y un notable centro comercial comarcal irremediablemente está concluyendo.
Nuevos negocios, nuevas ideas
tienen que surgir entre vosotros para que nuestro pueblo sea capaz de emplear a
sus hijos. Y no seré yo quien trate de acotar las posibilidades o la
imaginación. Sinceramente creo que aquí hay sitio para todo: para la
agricultura ecológica, la industria exportadora, las residencias geriátricas o,
llegado el caso, las escuelas virtuales de náutica y navegación.
Reparad que no estoy apelando a
que sean las autoridades locales, autonómicas, o nacionales o comunitarias las
que nos “desarrollen” nuestro pueblo. Estoy apelando a vosotros y a vuestro
esfuerzo, porque estoy sinceramente convencido de que al Estado hay que
defenderlo tanto de sus entusiastas, como de aquellos que lo quieren
miniaturizas hasta el punto de hacerlo vulnerable a sus intereses.
En nuestro pueblo, al “Estado”, a
nuestro Ayuntamiento, l que creo que hay que pedirle es que no bloquee el
crecimiento del pueblo con normas esterilizadoras y gravosas. En particular, al
Ayuntamiento creo que habría que pedirle que tuviera un exquisito cuidado para
evitar que e mero planteamiento urbanístico no dañe nuestro futuro haciendo
escaso y caro un recurso que es el único que nos sobra: el suelo.
Las leyes urbanísticas del país
van inevitablemente a cambiar. No es posible para el país mantener normas que
hacen que más de las 2/3 partes de la riqueza de los españoles esté invertida
en ladrillos. No es posible que normas oscuras y decisiones arbitrarias
permitan que el desplazamiento en un plano de una línea en unos centímetros sea
la frontera entre la riqueza o la propiedad de un erial. No es posible seguir
manteniendo esa fuente de corrupción y de dislate económico. No es posible que
condenemos a que nuestros hijos se hipotequen de por vida por no ser capaces de
ser generosos en la creación de suelo urbano.
Tenéis la oportunidad de
abanderar ese cambio. No tengáis miedo en hacer normas simples, transparentes,
de rápida gestión. No tengáis miedo de contribuir al bienestar de los más,
aunque sea al precio de alguna renuncia por los menos. No tengáis miedo en ser
generosos, y no titubeéis en apoderaros de la bandera de ser el primer pueblo
de España que comienza a apostar por el futuro.
Hacedlo, y así ahorraréis a
muchos taranconeros, el dolor que causa el exilio económico no deseado. Aunque
como veis, por mucho que nos vayamos y por lejos que estemos, el espíritu
taranconero siempre está al acecho, y en cualquier momento surge para darte un
zarpazo que te come el alma.
MUCHAS GRACIAS
Tarancón, 2 de septiembre, de 1995
José Juan Ruiz
Articulo encontrado en el
programa de fiesta 1996
No recuerdo por qué no pude asistir a este pregón, pero me ha gustado leerlo, es brillante y vigoroso.
ResponderEliminarFelicito a Jose Juan Ruiz con más de veinte años de retraso.
No recuerdo por qué no pude asistir a este pregón, pero me ha gustado leerlo, es brillante y vigoroso.
ResponderEliminarFelicito a Jose Juan Ruiz con más de veinte años de retraso.