CUEVAS DE TARANCÓN
El origen de Tarancón se
encuentra en la ocupación de las zonas de las cañadillas limítrofes al Caño
Gordo, manantial de agua que determinó el asentamiento de la población. En el
Castillejo de la Iglesia se encontraron restos celtibéricos romanos y se creó
una primera muralla luego ampliada y mejorada durante la Edad Media,
realizándose en aquellos siglos medios el Arco de la Malena, así como una torre
defensiva ochavada que se construyó con anterioridad a la actual torre de la
iglesia. El Castillejo, antiguo castro ibérico, se convirtió desde el principio
en el punto defensivo de la población que probablemente, con excepción de
algunas villas romanas, vivía en sus alrededores instalada en chozas o incluso
en alguna cueva que comenzó a construirse orientada al mediodía, en lo que
luego serían los barrios de Santa Ana y bajos de Santa Quiteria, junto al
Camino Real (luego carretera de Cuenca), pero también circundando la gran
hondonada del Caño Gordo (Linde la Fuente, Cuesta de la Perejila, Calle del
Agua y Cantón se construían cuevas y lugares de habitación. En algunos casos,
sobre estas cuevas luego con posterioridad se construirían casa. La dominación
musulmana debió ser decisiva para la creación y aumento ostensible de nuevas
cuevas vivienda, que con el tiempo serían ocupadas por la población más
humilde, que no podía construirse una casa de piedra y argamasa y a la que le
era más fácil excavar sobre la tierra de la ladera y así habilitar cuantas
habitaciones necesitase. Estos trabajos de realización y ampliación de cuevas,
en algunos casos llegaron hasta el presente siglo. La mayor parte de las
casas-cueva poseían un mínimo portal o recibidos junto a la boca o puerta de la
cueva en que solía existir un hogar y permitía el acceso a otras salas de la
cueva; cocina y despensa que estaban juntas, habitación del matrimonio y una o
varias habitaciones menores para la prole, y al fondo de todo solía haber una
pequeña cuadra donde se guarecía el asno o el borrico necesario para las tareas
diarias y también otros animales de los que dependía el consumo alimentario
(gallinas, ovejas, cabras, etc). Sobre la ladera se alzaban las chimeneas y
sólo una puerta o ventana permitía la entrada de luz y a la aireación. La
temperatura en la cueva era fresca en el verano y cálida en el invierno.
En Tarancón se utiliza el
apelativo “Cuevero” despectivamente, recogiendo en dicho término todo lo
negativo de la vida de aquella gente humilde que vivía en las cuevas hacinada
en medio de una prole inmensa, se hablaba de promiscuidad sexual, de
analfabetismo y de incultura. Si el que habitaba la cueva no tenía trabajo, se
pasaba hambre y enfermedades, añadiéndose que en la cueva se vivía sin
comodidades y a veces en condiciones deplorables, hasta llegarse el caso de
tener que implorar la caridad pública. Esa imagen ha sido maquillada
contrariamente por autores que dando otra versión muy diferente han cubierto la
vida de las cuevas con un aire de romanticismo y costumbrismo aparente en sus
escritos bucólicos y pastoriles. tal vez la vida en las cuevas tenga un término
medio y haya de todo, como en botica, y donde los que las habitaban se
enfrentaban a los problemas del día a día como unos vecinos más, luchando como
los demás y con la escasez de medios disponibles, para llevar adelante a su
familia.
Manuel de la Ossa atribuye a la
dominación árabe: la conducción de las aguas del Caño Gordo y Chico; las
plantaciones que después se conocieron y conocen con el nombre de Huertas de la
Villa (Principal o Huerta del Caño y la Huerta de los Hilos); la Noria del Coso
(del Caño), sita en el fondo de la hondonada del mismo nombre; los Baños,
después habilitados y reformados para Lavaderos público; las viviendas
subterráneas, que aún se conservan con el nombre de cuevas y la escultura puramente
berebere de sus casas.
En las Relaciones Topográficas de
Felipe II, en el siglo XVI, se indica que “Los edificios de las casas de la
dicha villa son de tapiería ordinaria y de yeso en cantidad; hay algunos
cimientos de cal y canto y los materiales los hay en la dicha villa son de
tapiería ordinaria y de yeso en cantidad; hay algunos cimientos de cal y canto
y los materiales los hay en la dicha villa y son casas medianas de vivienda,
aunque diferentes unas de otras y mejores”. La villa por entonces tenía 700
vecinos. No se cita la existencia de cuevas aunque existían.
En el Catastro de Ensenada,
realizado en enero de 1752, siendo alcaldes de Tarancón por los estados
provilegiado y llano D. Gabriel Parada Peña Carrillo y D. Melchor Cano, en la
respuesta 21 se afirma que el número de vecinos de Tarancón es de 880 (a 4
personas de media por casa; 3520 habitantes) y que según se dice en la
respuesta 22, viven en 550 casas habitables (una más y otra menos) y otras 60
casas las cuales la mitad eran inhabitables y la otra mitad arruinadas. No
sabemos si la denominación casa se extiende en algunos casos a las casas-cueva
que estaban habitadas por la gente más humilde, pero es probable que sí, ya que
en la pregunta del propio Catastro sólo se limita a cuantificar las casas del
pueblo como lugar de habitación habitual de los vecinos, sin especificar clases
de vivienda. En el Catastro se denomina Cambronales a la calle, cerro o paraje
que limitaba al barrio del Castillejo, en atención a las plantas del mismo
nombre que allí se dan, también se cita el barrio del Castillejo, o la Calle
del Coso que no la describe D. Dimas Pérez Ramírez: “En uno de los documentos
se especifica “calle que va hacia Santa Ana”. Conducía, en efecto, por debajo
del Cementerio Parroquial y por encima de la Fuente hacia la Ermita de Santa
Ana, partiendo de la plaza del Coso, del Caño actual. Entre la calle y el muro
del mismo Cementerio había, como hoy, algunas casas; también estaban en ella
llamadas “Cuevas de Santa Ana” habitadas por vecinos pobres”. También D. Dimas
recoge lo que dice Pons y el lamento irónico de Barra que en su viaje realizado
hasta Tarancón en el siglo XVIII expresan que “la inmensa mayoría de las
edificaciones estaban hechas a base de “tapias de tierra” o todo lo más, de una
muy pobre y rudimentaria mampostería. Y añade el investigador taranconero: “Lo
que no vio Pons, y es lástima, por lo habría consignado en su libro, es la
cantidad de bodegas subterráneas o cuevas de vino, que existían en este pueblo,
repletas de panzudas tinajas de barro, dispuestas para contener el precioso
licor, las cuales en su mayoría se han conservado hasta hace poco tiempo”. Lo
cierto es que en algunas casas existen aún hoy, estupendas cuevas bodegas y es
reseñable la existencia de una bodega en una casa de la Plazuela de los
Castellanos que no debería perderse.
Pascual Madoz en su Diccionario
Geográfico-Histórico-Estadístico de España y sus posesiones de ultramar
publicado entre 1845-50, reseña, que Tarancón tiene 1100 casas y “tiene también
como 80 cuevas a la salida del Camino Real de Cuenca”. Puntualizado este hecho
D. Dimas nos dice que ellas vivían los vecinos más pobres y señalando el olvido
por parte de Madoz de las cuevas de Santa Ana, todas ellas de reminiscencia
árabe.
Santiago López Saiz, en su “Guía
Ilustrada de la Provincia de Cuenca, editada en 1894 al hablar de Tarancón
señalada que “en cada casa hay una bodega” y explica que el cultivo de la vid y
la fabricación de vino es la principal riqueza que posee la villa. Estas
bodegas en muchos casos eran subterráneas.
Don Luis Rius Zunón, abogado, que
fuera Alcalde de Tarancón, Presidente de la Comisión Gestora de la Diputación
Provincial de Cuenca en 1934, Gobernador Civil de Soria y Jaén y Director de la
Compañía Trasmediterránea durante la República, nació en Tarancón el 17 de
diciembre de 1901 y murió en México en 1974: nació y pasó su infancia en el que
fuera Palacio de los Duques de Riánsares (actualmente en fase de reconstrucción
por la Escuela Taller), junto a otros de sus hermanos, pues allí su padre D.
José María Rius Marcote abrió de segunda enseñanza, Don Luis era gran conocedor
del ambiente y la vida en las cuevas, porque la vieja sirvienta de la casa, la
tía Valentina, le había enseñado dicho mundo y así nos lo cuenta en la introducción
que hace en el “Romancero de Fernando Muñoz y de la Reina María Cristina”,
editado en exilio mejicano en 1966: “A
veces, cuando hacía buen tiempo, la tía Valentina me llevaba a jugar y a tomar
el sol a las cuevas del Camino Real. Allí tenía su cueva, que era como casi
todas: un socavón en el zopetero; a un lado, la cocina de chimenea de campana
pintada de almazarrón, donde ardían tomillos y jaras; del otro, una pequeña
alcoba con un ventanillo sin vidrio, protegido por dos palos en cruz; al fondo,
la reducida cuadra para la borrica, la paja y la leña, bien barrido el piso de
tierra y enjalbegadas de cal las paredes. No faltaba en la cueva la banca, el
cucharero, el polícromo retrato del Duque en traje de Teniente General de los
ejércitos, y el farol de colores para acompañar a la Virgen de Riánsares en sus
viajes de la iglesia a la ermita y de la ermita a la iglesia. A mediodía, el
humo que salía de las chimeneas de las cuevas era denso y oloroso.
En las cuevas me hice de grandes amistades: de Felipe el rochano, hijo
de un pastor que bajaba de El Coscojal todos los sábados a ver a los suyos y a
mudarse de ropa; de Tino, que me enseñó a trenzar tomiza de esparto, y, sobre
todo, de Riansarillas, que a veces me dejaba acariciar su carilla redonda,
coloradota y suave como una manzana y jugar con su cordera blanca de lana
rizosa y collar de cascabeles, que asidos de la mano llevábamos a pastar a los
alcaceres próximos.
En los días de sol, los hombres de las cuevas reacios a la dura faena
de cavar la viña de arar el barbecho, se acomodaban en el poyo de piedra a la
puerta de su rústico albergue. Cada cual se afanaba en lo suyo: pleita, peales,
abarcas, monteras de piel de oveja… Y hasta el tío Tinaja el lañador, fuerte, gordote,
con cara de comer bien, algunas veces gozaba de la solana repantingado sobre un
serijo, dándole al trompo y a las lañas, cuando no le petaba recorrer el pueblo
con la alforja en el hombro, en busca de cacharros que apañar. Todos le daban
vuelo a su tarea con sus cantares y romances, que interrumpían para echar sus
parabienes o echar su parladilla con los mendigos, trajinantes, cazadores de
oficio, vinateros que transitaban por el Camino Real frente a sus cuevas. El diálogo
con estos últimos se prolongaba más de la cuenta, pues la bota de vino, viajera
a un costado del carro, solía ser pródiga. No se iba de vacío-limosna y buen
mosto en la calabaza- el peregrino de alto bordón y raída capa cuajada de
caracolas del Apóstol Santiago que acertaba a pasar por allí.
Los dichos, romances y cantares que escuché con arrobo en las cuevas
del Camino Real se grabaron en mí para siempre”.
Estos Romances y cantares
probablemente con añadidos, los recogen en la citada obra del “Romancero” y son
varios los versos que aluden a las Cuevas. En el poema nº 44 titulado “En
Tarancón”, se recogen los siguientes versos en que El Duque de Riánsares
muestra a su esposa la Reina María Cristina el pueblo: “A Cristina, paso a paso Fernando le va diciendo: - El Arco de la
Malena, Las Cuevas, El Castillejo…” y seguirán apareciendo referencias a
los vecinos de las Cuevas en algunos de los poemas siguientes. En el poema nº
46 titulado “La Manda” versifica: “Entre
faroles y cirios, gloria de los de las Cuevas, acompañando a la Virgen va a pie
descalzo la Reina (…) A lo largo del camino y en los cerros, las hogueras.
Junto a la Reina descalza, mocitas taranconeras…”. En el poema nº 53, dedicado a Don Marcos
Aniano González cura taranconero que casó a Fernando Muñoz con María Cristina
en secreto, se cita como una de sus ocupaciones de agosto era “la doctrina de los jueves y la limosna en
las Cuevas”. En el poema nº 65 titulado “La Riánsares” describe las Cuevas:
“Cuevas del Camino Real, bajas de junto
al camino: blanca chimenea en el cerro, poyo, puerta y ventanillo. En tu socavón
no falta lo que juzgas más preciso: un cuadro de la Patrona entre los floreros
y lirios; farol de las procesiones, capa de los días festivos; la zambomba y
las sonajas de adobar los villancicos. U para que bien se vea, -cromo de
colores vivo- un gran retrato del duque sobre el dintel de un portillo.
Riánsares, de cueva baja, guapa, casada y con hijos, tú te afanas en el pueblo
y en el campo tu marido. En tu visita diaria a las casas de los ricos, vendes
setas en otoño; en primavera, cardillos, y criadillas de tierra, y espárragos
de los trigos. En verano, las perdices –ahora fruto prohibido-…”. En el
poema nº 67 titulado “La fiesta de la Patrona D. Luis Rius escribe: “… Hoy es ocho de septiembre, y es un gran
día de fiesta: el de la Virgen de Riánsares que en Tarancón se venera. De la
Ermita trajeron el quince de agosto, apenas, rodeada de faroles que llevan los
de las Cuevas. A la larga del camino y en los cerros hay hogueras…”. Por
último en el poema nº 87, titulado “El leñador” dice: “En las Cuevas de Santa Ana fijaste tu residencia. Sólo ibas cuando
llegaste, y sólo vives en ellas. Lañador, tinajas, cántaros, platos, fuentes,
barro, piedra y toda clase de loza que tenga rajas o quiebras…”.
Más tarde D. Luis Rius, editará
en México en el año 1970 “Ni ná, ni cosa”
poemario, donde recogerá como dice en explicación introductoria: “…Cosas, cosejas de mi pueblo, Tarancón, que
llevo bien guardadas en mi morral” entre los versos, algunos hace alusión a las
Cuevas del Camino Real y de Santa Ana: “Que
soleadica la plaza; qué rebullicio en la gente; cuánto puesto y puestecico en
el mercado del jueves. Mocetonas las de las Cuevas por el Camino Real vienen a
vender, de su esportilla, todo lo que el campo ofrece (…)” Espárragos trigueros
de primavera, van vendiendo en la calle las de las Cuevas” (…) Levantad el
vuelo a escape. Codornices de la Vega. Dejad el grano de trigo, la mies y la
rastrojera. Por el camino Barajas, ya vienen los de las Cuevas con los perros
por delante, cargadas las escopetas… El domingo en Arbolete, dieron dos manos
apenas y el lunes ya no quedaba ni una pluma para muestra. No se ahuyentaron a
tiempo; llegaron los de las Cuevas, y con un sol de justicia, a la hora de la
siesta… de codornices tenían a reventar las talegas. (…) Cueverica, cueverica,
cogollico de las Cuevas; hoguerica en el invierno, alondra en la primavera; en
la asuras de agosto, cantarico de agua fresca… escúchame, que hay motivo;
quisiera que me entendieras: apercollaico estoy como pájaro en ballesta.
Cueverica, cueverica, cogollico de las cuevas, destrábame las argollas; y que
respire con fuerza antes que, por mala suerte, con otro te comprometas”. En
los versos de Rius aparecen hombres y mujeres que habitaban las Cuevas en el
siglo pasado, alos que respeta y por lo que siente una especial atracción y se
puede decir eneamoramiento escribiéndolos con un halo costumbrista y romántico
y cuyos oficios detalla: las mujeres buscaban cardillos, espárragos, ciruelas
de la Alameda de Parada, setas, borrajas, criadillas de la tierra, romero,
productos que luego vendían en el mercado del jueves como también vendían
perdices de las Navazas o lavan en la Hontanilla y planchan la ropa de palacio
de los Duques de Riánsares o de cualquiera de los ricos del pueblo. Los hombres
se dedican a la caza o son “labriegos sin
ejido ni rastrojera” peones de viña por cuyos trabajos reciben un jornal o
braceros de la cosecha estival.
Carlos Rius Zunon, hermano de
Luis Rius, dibujará para la obra del “Romancero”
parte del paisaje que se veía desde
la Iglesia de Tarancón: Cuevas del Camino Real, altos de Santa Quiteria, Vega,
Tetas de Diana y camino de la Ermita de Riánsares, en el momento de la romería
del 28 de Enero: La procesión bajaba la cuesta contemplada por los vecinos
situados en las bocas de las cuevas y las hogueras en los Cerros de Santa
Quiteria.
ESTUDIO DEMOGRÁFICO DE LOS HABITANTES DE LAS CUEVAS DE SANTA ANA
En los documentos del Archivo
Municipal también encontramos algunos datos que ilustran la vida en las Cuevas.
En las Cuevas de Santa Ana, según se recoge en el padrón vecinal de 1896
(referido al año 1895) había 40 vecinos y 112 domiciliados, que sumaban un
total de 152 poemas, la mayoría nacidos en Tarancón con la excepción de 7
empadronados: 2 mujeres nacidas en Barajas de Melo y en Fuente de Pedro
Naharro, una mujer y sus tres hijos nacidos en Saelices y un joven de Vallecas.
Por lo que se refiere al nivel de
educación del total de personas que habitaban las cuevas de Santa Ana (152)
sólo dos hombres sabían leer y escribir, el resto no. Así pues, al índice de
analfabetismo era elevadísimo, por no decir que casi total.
La profesión reconocida de forma
general de padres a hijos y reflejada así en el padrón era la de jornalero,
mientras que las madres y las mozas casaderas se clasificaban dentro de la
categoría de “sus labores”. Por lo que se refiere al estado civil, del total de
vecinos, 29 estaban casados, 9 viudos (4 viudos y 5 viudas), una soltera (57
años) y un hijo de viuda pobre.
Con respecto al número de hijos
ya habían abandonado el hogar paterno o bien no se había tenido hijos en el
matrimonio. Con un hijo figuraban 4 familias: con dos, 13 familias; con tres, 9
familias; con cuatro, 5 familias y con cinco hijos, 3 familias. Aparte de los
hijos, algunas familias de las cuevas convivían con el padre o la madre de uno
de los cónyuges o a veces algún hermano.
En la distribución de la
población por edades, tras la realización de los recuentos y cálculos precisos
las cuevas de Santa Ana en 1895-96 estaban habitadas por 82 hombres y 70
mujeres, que presentaban las edades que se recogen en la tabla.
ESTUDIO DEMOGRÁFICO DE LOS HABITANTES DE LAS CUEVAS DEL CAMINO REAL O
CARRETERA DE CUENCA
Por lo que se refiere a los
habitantes y vecinos de las Cuevas de la Carretera de Cuenca y antiguo Camino
Real, en las mismas fechas (1895-96), vivían 58 vecinos y 139 domiciliados, que
sumaban un total de 197 habitantes a los que había que añadir cuatro
transeúntes: una viuda de Santa María de Anurrio (Álava) y sus dos hijas
solteras (nacidas en Pontevedra y León) y un jornalero de Saelices.
Del total de 201 personas que
habitaban en el entorno del Camino Real y bajos meridionales de Santa Quiteria,
solamente ocho sabían leer y escribir (4 jornaleros, 1 pastor, 1 peón caminero
y su mujer y el único propietario) y sólo sabían leer dos jóvenes: dos hijas
del peón caminero. Así pues en las Cuevas del Camino Real sólo sabía leer o
escribir un 4,9% de la población frente al 1,3% que sabía en las Cuevas de
Santa Ana. La media de los que sabían
leer y escribir en la población total de ambas barriadas era del 3,3%, siendo
analfabetos el 95,7% restante.
La actividad profesional, más
numerosa de los habitantes de las Cuevas del Camino Real, era la de jornalero
(62 personas); otras actividades minoritarias son: pastos (2 personas),
sirvienta (2 personas), peón caminero (1 persona) y propietario (1 persona).
Sesenta y cinco mujeres se dedican a “sus labores” y sesenta y ocho menores que
ayudan a las tareas de la casa y a sus padres y no tienen profesión ni
estudios.
En estas cuevas de la carretera,
la mayoría son nacidos en Tarancón, pero existen personas, bien el jornalero o
su mujer, algún hermano o ascendiente y algún hijo de ciertas familias que no
nacieron en Tarancón y que proceden de localidades de la Comarca principalmente:
Huete, Fuente de Pedro Naharro, Belinchón, Torrejoncillo del Rey, Carrascosa
del Campo (2), Horcajada de la Torre, Olmedilla, Saelices, Saceda Trasierra y
Alcázar del Rey. Tres familias están emparentadas con 3 hermanos de Arganda del
Rey en Madrid (2 mujeres y 1 hombre).
Por lo que se refiere a los
hijos, veinte familias no tienen hijos, de ellos cuatro son recién casados y el
resto son matrimonios mayores y viudos que ya no conviven con sus hijos y que
tienen edades superiores a 60 años; once vecinos tienen solamente un hijo; con
dos hijos cada uno existen 12 vecinos; con tres hijos, 7; con cuatro hijos, 3
familias; con cinco hijos, 5 vecinos; con seis hijos, 1 familia y con siete
hijos otra.
ANÁLISIS DEMOGRÁFICO GLOBAL DE LOS HABITANTES DE LAS CUEVAS
En el año 1896, era Alcalde de
Tarancón D. Raimundo Moreno, en el resumen general que firma el padrón,
Tarancón poseía a 1º de diciembre de 1895, una población total de 760 vecinos y
1727 domiciliados y 30 transeúntes, con una población de 2487 habitantes, de
los que 1216 era varones y 1241 mujeres. Así pues los 353 habitantes de las
cuevas representaban un 14,1% del total de la población taranconera.
Analizando los grupos de edades
de la población total que vivía en las cuevas de ambas barriadas estudiadas,
Santa Ana y Camino Real, nos encontramos que es una población con un porcentaje
ligeramente superior de varones (52,6% del total) respecto a las mujeres ( que
representan el 47,4%) así del total de 353 habitantes: 186 son hombres y 167
mujeres.
Por otro lado nos encontramos con
una población bastante joven, el 46,4% tiene menos de 20 años (164 personas) y
si establecemos otras categorías en los grupos de edad: la población menor de
30 años supone un 56,9% del total (201 personas) y si subimos el nivel de edad
a los que posean de 1 a 40 años este grupo representa un 68,5% (242 personas
del total de 353 que viven en las cuevas). En el grupo de edad de 40 a 59 años
que inicia la madurez se encuentran 82 personas que representan el 23,2% del
total, mientras los que poseen de 60 años en adelante, es decir las personas
más ancianas solamente suponen un 7,3% del total (26 personas). La persona más
anciana era una mujer de 97 años.
Tras la explosión del polvorín
militar de Tarancón el 26 de julio de 1949, algunas cuevas se destruyeron o
taparon, otras debieron abandonase por las grietas y algunas quedaron
integradas dentro de casas en el Camino Real mientras que en la barriada de
Santa Ana apenas si se construyó nada que no fuera en las inmediaciones del
Castillejo. Como consecuencia de la noche fatídica en que se celebraba Santiago
y Santa Ana y explotó el polvorín militar cercano al pueblo, matando a 31
personas, hiriendo a centenares y destruyendo más de 1048 viviendas, la zona de
las Cuevas y el pueblo de Tarancón quedó en unas condiciones deplorables.
El
Ayuntamiento en los días posteriores realizó un cuestionario para censar a los
residentes en la zona de las Cuevas, principalmente de los que vivían en la
Carretera de Cuenca, asignándose un número a cada cueva. En la ficha al efecto
se reseñaba el cabeza de familia, a nombre del cual estaba la cueva, su edad,
profesión y estado civil, si era propietario o arrendatario de la cueva, si
trabajaba o no y si su trabajo era permanente o eventual. Se hacía la pregunta
“¿Está evacuado?”, es decir, residiendo en casa de familiares o en albergue
facilitado por el Ayuntamiento por causa del hundimiento de la cueva en la que
habitaba. También se preguntaba si tenía familia que convenía enviar a un asilo
o escuela de trabajo, es decir ancianos que no podían cuidarse y deficientes
mentales o niños sobre los que debía intervenir la beneficencia.
Con respecto a la cueva, donde
vivían aún después de la explosión algunas familias, se preguntaba sobre su
habitabilidad y si se podía repara por una cantidad de pesetas que debía
consignarse. También se solicitaba información de los daños en el mobiliario y
de las condiciones de moralidad (hacinamiento humano) y limpieza.
Junto a los datos anteriores se
colocaba una foto en blanco y negro de los familiares junto a la cueva
identificada con un número.
En el reverso de la ficha y bajo
el título genérico de observaciones se reflejaba el nº de hijos y la edad de
los familiares que convivían con el cabeza de familia en la cueva, el día de la
catástrofe. Y se hacían las preguntas: “¿Es labrador?” “Necesita casa o corral”
“¿Tiene pajar?” “¿Lo tiene fuera?”. En realidad, la condición laboral de los
vecinos de las cuevas, en su mayoría dedicados al campo, era la de jornalero y
bracero, con una evolución mínima desde principios de siglo.
El Ayuntamiento pedirá estos
datos que enviará a Regiones Devastadas con el; ánimo de facilitar vivienda a
los vecinos de las cuevas, realizando a su vez una “Relación de los
propietarios de las cuevas, expresiva el número de personas que las habitan y
si tienen casa pedida”. Del total de 46 cuevas reseñadas en la relación
veintiséis están a nombre de mujeres y diecisiete pertenecen a varones, en
todas ellas habitaba un total de ciento cuarenta y cuatro personas, cuyos
miembros familiares eran los siguientes: una persona en tres cuevas: dos
personas vivían en seis cuevas; tres personas en cinco cuevas; cuatro personas
en seis cuevas; cinco personas en nueve cuevas; seis personas en cuatro cuevas
y siete personas convivían en tres cuevas. Se consignaba una deshabitada y
cinco hundidas. En la relación realizada a máquina de escribir, existen ocho
nombres escritos a mano por el secretario al final de la lista que
probablemente corresponden a vecinos con casa hundidas en la calle del Cedazo y
San Ana y otras zonas don sólo aparece el nombre de los propietarios junto a
una apostilla como “tiene la cocina sin techo y una habitación sin utilizar
toda hundida”, “vive en una casa hundida” o refiriéndose a la vivienda que se
solicita se indica: “no puede pagar alquiler”. Del total de cuarenta y tres
cuevas citadas, diez de los propietarios de las mismas las tienen alquiladas a
particulares. De la relación citada treinta y tres vecinos solicitan nueva casa
en la Barriada de ochenta viviendas sociales que se está construyendo en Santa
Quiteria por Regiones Devastadas haciendo la observación de tener la cueva
alquilada o deshabitada. Los diez propietarios restantes que no piden casa
hacen las siguientes observaciones: “tiene la cueva en condiciones” y a veces
con “animales” o existe el caso de un soltero que dice “no quiere irse, ni
vivir con nadie”. Otro propietario afirma que “no la necesita (la casa) y tiene
cuatro cuevas que alquila”.
Lo cierto es que la mayoría de
los vecinos solicitará una de las ochenta viviendas proyectadas en Santa
Quiteria, que se construyeron según explica en un documento oficial para que en
ellas pudiesen tener albergue las familias que habitan las cuevas destruidas
por la explosión”. Las bocas de las cuevas de Santa Quiteria por orden del
alcalde D. Inocente Ballesteros, se taparon, pues se daban las casas a cambio
de las cuevas y algunos vecinos construyeron sus casas junto a la carretera
dejando las cuevas dentro de las mismas.
La adjudicación de viviendas se
hizo a personas que fueron albergadas en un edificio común después de la
explosión, y que carecían de enseres y mobiliario y se encontraban, según se
dice en algún documento, en un estado de “promiscuidad y hacinamiento”, otros
se catalogan como pobres de solemnidad, que no poseían recursos y trabajaban de
obreros o braceros en el campo y que se encontraban habitando en el domicilio
de otros familiares o convecinos utilizando “habitaciones insolubles” según el
alcalde.
Se hicieron grupos entre los residentes
del barrio de “Las Cuevas”:
En el grupo 1º- 1º se englobó a
los que vivían en situaciones deplorables y con problemas económicos, siendo el
cabeza de familia viuda o impedido para todo trabajo y que vivían de la caridad
pública. A estos se les debía entregar la vivienda solicitada sin pago de renta
alguna-.
En el grupo 1º- 2º se tenía en
cuenta a los trabajadores que contaban sólo con los recursos de su jornal como
braceros agrícolas con carácter eventual a los que debía adjudicarse vivienda
con una renta módica.
En el grupo 2º se reuní desde el
punto de vista administrativo a todos aquellos que vivían en habitaciones y
mezcla de sexos en la misma habitación, para los que solicitaba una renta
módica que no podía sobrepasar las 30 pesetas pues estos jornaleros del campo
no cobraban más de 13 o 15 pesetas de jornal diario.
En el grupo 3º y por último, se
adjudicaban viviendas también a funcionarios públicos o empleados al servicio
de una empresa particular que vivían en condiciones deplorables por la escasez
de viviendas de la localidad a consecuencia de la explosión del polvorín (se
destruyeron 1048 casa, a las que reconstruidas por Regiones Devastadas, se les
colocaba un azulejo blanco con las letras “R.D” y luego el año de
reconstrucción: 1949, 1950…) fijándoles un alquiler máximo de 50 pesetas
mensuales.
Sería interesante que la
Corporación Municipal realizase una labor de recuperación de alguna de las
cuevas enterradas que se encuentren en mejores condiciones en los dos barrios
(Santa Ana y Cuevas de la carreta de Cuenca, colocándole el mobiliario adecuado
y permitiendo su visita a los turistas, así como limpiar la zona de Cuevas de
los escombros y ruinas que aún perduran desde hace cincuenta años que explotó
el polvorín y mejorar los enlaces y vías de acceso así como el embellecimiento
de las zonas citadas, tratar de realizar la plantación de árboles en la
carretera de la Ermita y recuperar el entorno de la muralla de la Iglesia, el
Caño Gordo y el acceso al Castillejo desde Santa Ana y su enlace con la
carretera, así como la subida de Santa Quiteria, donde existe un estupendo
mirador natural de toda esta zona descrita. Así se crearán vía alternativas de
entrada en Tarancón y la recuperación de zonas bastante abandonadas.
Este artículo aparece en el programa de fiestas de 1999
FOTOS DEL AÑO 2016 DEL CAMINO REAL, CARRETERA DE CUENCA, CUESTA DE LA BOLITA