PREGON DE FIESTAS DE TARANCON- 1992
Parafraseando al
gran poeta clásico Horacio, bien podría yo empezar este pregón festivo con un
“feliz y afortunado aquel que reconocimiento encuentra entre los suyos”, pues
como una muestra de reconocimiento he de interpretar el honor que la Comisión
de Festejos de Tarancón –mi pueblo- me ha hecho al encomendarme, por boca del
concejal de cultura D. Julián García Navarro (el amigo “Zaca”) el pregón de
fiestas de este año.
Un encargo que
he aceptado, claro está, con enorme placer, pero también (y por qué no decirlo)
con algo más que una pizca de temor.
Porque ¿Cómo
podría yo no ya superar sino también sólo igualar la calidad literaria, el
valor estético y la intensidad lírica de mis antecesores en esta tribuna
festiva?. ¿Cómo un profesor de física y modesto investigador científico podría
ser capaz de emular la fulgurante retórica, en los púlpitos tantas veces
probada, del querido padre Bernardino; el hondo, recio saber d este ilustre
taranconero que es el Padre Ocaña; la amplísima erudición del investigador y archivero
Dimas Pérez; la, en fin, muy notable sabiduría sobre lugares, hechos y
costumbres de nuestra región, y en particular de nuestro pueblo, de nuestra
región, y en particular de nuestro pueblo, de nuestra región, y en articular de
nuestro pueblo, Marino Poves. Vano ciertamente sería el intentarlo, así que en
este pregón no trataré de presentar ningún tipo de exposición más o menos
erudita acerca de nuestra ciudad, que, en ningún caso, hubiera llegado a tener
el valor y la calidad de los trabajos realizados por las personas que acabo de
citar.
Hablaré, por el
contrario, en un tono más personalista y, por ello, tal vez más coloquial de
recuerdos, muchos de ellos supongo que compartidos por bastantes de los
presentes, y que sin duda surgen con particular intensidad en estas fechas para
los taranconeros tan significativas. Conectaré estos recuerdos con las
sensaciones y emociones que el Tarancón actual produce en alguien que aquí ha
nacido pero cuyas actividades profesionales le han llevado a residir fuera. Y
todo ello, desde luego, enmarcado en el ámbito de nuestras fiestas patronales,
que al fin y al cabo es lo que ahora se está pregonando.
Como, supongo,
también les ocurre a otros taranconeros (y taranconeras) de mi generación,
nuestras fiestas de septiembre en ciertos momentos me retrotraen al Tarancón de
mi niñez, de esa ya lejana década de los años cincuenta, cuando todavía no se
había iniciado el gran desarrollo comercial y, sobre todo, industrial que
experimentaría nuestra ciudad en años posteriores. seguramente el Tarancón de
aquellos cincuenta, no se diferenciaría mucho, en lo esencial, del de las
décadas precedentes. La sociedad taranconera aún tenía entonces casi todas las
características de una colectividad en la cual predominaba el elemento rural,
aunque el comercial y de servicios empezaba a adquirir cierta importancia. El
ambiente de un pueblo más o menos en esa época (de un pueblo manchego como el
nuestro) ha sido fielmente descrito por un excelente escritor de nuestra
región, el novelista tomellosero Francisco García Pavón que se hizo muy
popular, en la década de los setenta, con sus novelas sobre Plinio, el ficticio
jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que con su inteligencia natural y un
sentido común muy manchego (recordemos al Sancho Panza gobernador de la ínsula
de Barataria) no dejaba en su pueblo delito sin aclarar ni misterio sin
resolver. En lo referente a García Pavón, lo más destacable, en mi opinión, de
sus novelas no es tanto su faceta policial cuanto las magistrales descripciones
de tipos y ambientes manchegos que aparecen en ellas. A una de tales novelas,
“El reinado de Witiza”, pertenece al párrafo que seguidamente voy a leer, en el
que se expresa con recia y profunda belleza a la fuerza de lo tradicional en la
vida de los pueblos de entonces:
“Sólo en los pueblos, donde hay casas,
iglesias y muebles y fuentes, columnas y humilladeros, la vida de los hombres
se muestra más remisa al borrador. Se engancha en cortinas y veletas, en nichos
escritos, en callejones y tabernas, y permanecer más….”
Estas líneas
creo yo que se corresponden bastante bien con el Tarancón de la época que
estábamos mencionando. En ellas se habla de callejones y tabernas. La mayoría
de aquellos todavía permanece, casi todas éstas ya han desaparecido. En su
lugar, los inapelables dictados del progreso han hecho que el pueblo rebose hoy
en día de modernos bares, cafeterías y pubs.
No obstante la
taberna era una autentica institución en la vida cotidiana del lugar. Yo, de
aquella época, recuerdo sobre todo la del “Tío Palico”, que se hallaba situada
en la calle de la Estación, y a donde algunas veces entraba a buscar a mi
abuelo. Y recuerdo la fascinación que me producían los parroquianos, la mayoría
de ellos de edad avanzada, que jugaban a las cartas, y bebían y, sobre todo,
hablaban. Algo más tarde me enteré de que el juego entonces más popular era el
trueque. Y asimismo supe que era éste un juego muy antiguo, que con diversos
nombres y variantes se venía jugando en casi toda España desde finales de la
Edad Media y al que, con cierto exceso de fantasía seguramente, se ha llegado a
emparentar con el mágico Tarot.
Pero, fantasías
aparte, lo verdaderamente real en esas tabernas, l que inmediatamente saltaba a
la vista, eran las conversaciones, el acompañar de la palabra al vino, ejemplo
vívido del espíritu mediterráneo; la forma más civilizada de beber, que de uno
u otro modo debemos a los antiguos griegos.
Un conocido, que
en razón a su trabajo hubo de afincarse en nuestro pueblo más o menos por aquel
entonces, me comentó en cierta ocasión que una de las primeras cosas que le
habían dicho en una de esas tabernas (o quizás fue en algún bar, para el caso
es lo mismo) es que el vino tiene que ser “cascao”; lo cual considero como
manifestación de un profundo arte de buen vivir, y que dicho sea de paso, ha
tenido su éxito cuando lo he repetido en diversos ambientes (eso sí, una vez
traducida del taranconero al castellano común la voz “cascao”).
En esta nuestra
tierra manchega la fiesta va unida casi indisolublemente al vino. Y en Tarancón
había –y hay- muchas fiestas, pero “las fiestas”, las que el artículo determina
sin ambigüedad posible, ésas son las de septiembre que nuestros abuelos
conocían por el entrañable nombre de “las funciones”. Una de las fiestas que
conservaban, como lo hacen aún hoy, el sabor de antiguas celebraciones,
centradas en el culto a la patrona del lugar, la Virgen de Riánsares y, que en
los años a que me estoy refiriendo, todavía contaban con el importante añadido
de una auténtica feria de ganado, donde, aparte los tratantes, la figura del
vendedor ambulante, o charlatán de feria, surgía en todo su esplendor arropada
por un verdadero remolino verbal.
Un ilustre poeta
taranconero, que acabó afincándose en México después de la guerra, Luis Rius,
describió en versos de sencilla y sutil belleza muchos de los aspectos de las
fiestas en el Tarancón de la segunda mitad del siglo pasado. La poesía de Luis
Rius refleja con fidelidad las tradiciones de nuestro pueblo. Los versos que en
un momento leeré pertenecen a su obra “Romancero de Fernando Muñoz y de la
Reina María Cristina”, cuya lectura recomiendo encarecidamente a los
interesados en los aspectos tradicionales de las costumbres y modo de vivir de
Tarancón, pues, además de su indudable calidad literaria, esta obra tiene el
valor adicional de reproducir magistralmente una auténtica galería de tipos y
ambientes cuyas características esenciales perduran en el Tarancón actual.
Tomando como “Leit motiv” los muy famosos amores de nuestro paisano Fernando
Muñoz Sánchez con la viuda de Fernando VII, la obra mencionada es como una
especie de fresco de la sociedad taranconera de la época.
(Aparte y entre
paréntesis debe hacerse notar que nuestro muy ilustre paisano tiene el
innegable mérito de aparecer como un claro pionero del pacifismo actual en eso
de “haz el amor y no la guerra”).
Volviendo a la
citada obra de Luis Rius, así empieza la descripción que en ella se hace del
ambiente taranconero en el día grande de nuestras fiestas, el ocho de
septiembre, festividad de la Virgen de Riánsares (los versos siguientes
pertenecen al poema “La fiesta de la Patrona”, contenido en dicha obra).
Hoy
es ocho de septiembre,
y
es un gran día de fiesta;
el
de la Virgen de Riánsares
que
en Tarancón se venera.
De
la ermita la trajeron
el
quince de agosto, apenas,
rodeada
de faroles
que
llevan los de las cuentas.
A
lo largo del camino
y
en los cerros hay hogueras.
Labradores
cuando pasa
a
la Virgen vitorean.
Estas
costumbres en lo esencial perduran. Desde luego , la imagen de la Virgen no va
en la actualidad “rodeada de faroles que llevan los de las cuevas” y, además de
labradores, contemplan su paso comerciantes, empleados, funcionarios y un largo
etc, que comprende la gama de profesiones presente en una colectividad tan
dinámica como la del Tarancón actual. Pero, repito, lo esencial se mantiene. La
imagen de la Virgen, los quinces de agosto, es recibida con los mismos
sentimientos que lo fuera hace un siglo por nuestros bisabuelos. Sentimientos
que se resisten al encasillamiento analítico, porque de algún modo trascienden
el análisis puramente racionalista, porque son cumplida manifestación de emociones colectivas.
Este
tipo de sentimientos y de emociones colectivas es lo que verdaderamente
estructura un pueblo, lo que lo vertebra. Plr eso, aparte el valor religoso
que, es seguro, tienen para los creyentes, ellos resultan tan relevantes para
la convivencia y para la armonía social. Nuestro Tarancón no habría devenido en
lo que es, en lo que hoy representa para nosotros, sin esa devoción secular a
nuestra patrona la Virgen de Riánsares.
El
pasado quince de agosto me encontraba lejos de Tarancón, y como cualquier
taranconero en circunestancias análogas sentía esa especie de morirá que nos
embarga al hallarnos fuera del pueblo en fechas tan señaladas. Mas he aquí, que
ante mi gran sorpresa, ví que en el lugar donde estaba, un pequeño pueblo del
sur de Polonia, cerca de la frontera de ese país y Checoslovaquia, se celebraba
también la festividad de la Virgen de Agosto con festejos populares no muy
diferentes de los nuestros. Al atardecer, podían incluso verse hogueras tiñendo
de rojo en algunos puntos la verde campiña polaca. Alrededor de estas hogueras,
la gente bebe, charla y canta, de manera similar a como solía hacerse en
nuestro pueblo por San José. Todo eso me indujo a reflexionar acerca del valor
casi universal de ciertos símbolos, y de la constancia en el tiempo y el
espacio de los sentimientos a ellos asociados (al margen, ello puede asimismo
sugerirnos alguna consideración anterior a la incorporación al Mercado Común y
tiene raíces mucho más profundas que las estrictamente económicas).
Y
todo estos símbolos, creencias, emociones colectivas han sido repito, decisivos
para forjar el Tarancón de finales del siglo XX, el Tarancón que hoy conocemos
y amamos. Un lugar dinámico, pleno de actividad económica. Una ciudad que,
claro está, tiene problemas de infraestructura, de empleo, de desarrollo, como
corresponde a su complejidad, pero que goza de una evidiable vitalidad que nos
permite contemplar el futuro con un razonable optimismo.
En
nuestros viajes, muchos nos hemos sentido bastantes veces halagados al ver en
remotos lugares productos de nuestro pueblo. Aunque pueda parecer algo pueril,
yo miso sentí una gran emoción al notar que la botella de vino que me servían
en el hotel para científicos del Centro de Investigación Nuclear de Dubna,
cerca de Moscú, lucía en su etiqueta el nombre de una bodega de Tarancón
(Spain). Y con ello orgullo (alguien dirá que provinciano, y yo que a mucha
honra) le dije a mi compañero de mesa, a la sazón un profesor de física del
Instituto Poincará de París (y como buen francés convencido de que sólo el vino
de su país cuenta), que Tarancón era mi pueblo y de allí venía el vino que
estábamos bebiendo.
Aunque,
por otra parte, esa difusión del vino de nuestra comarca no debería
sorprendernos demasiado. de casta le viene al galgo, bien podríamos decir. Ya
en las Relaciones Topográficas que mandara hacer Felipe II, a mediados del
siglo XVI, y que constituyen una especie de detallado inventario de la
producción agrícola de los pueblos de España en esa época, se cita a Tarancón
como lugar donde se produce una apreciable cantidad de buen tinto. Y a mediados
del siglo pasado, Mesonero Romanos decía en alguno de sus magníficos ensayos
acerca de la vida cotidiana en el Madrid de entonces que los blcos de Arganda y
Colmenar de Oreja y el tinto de Tarancón eran ls vinos más apreciados en los
mesones y las posadas de la Cava Baja madrileña. Así también lo entendía
nuestro casi paisano D. Fermín Caballero, ilustre escritor y geógrafo hijo de
Barajas de Melo y contemporáneo del citado D. Ramón de Mesonero romanos, cuando
citaba un dicho ya popular en su tiempo.
En Tarancón vino
en Belinchón sal
y en Barajas pepinos
no pueden faltar.
Algo, en lo concerniente a Tarancón, que el genio popular supo resumir
en la estrofa de una seguidilla manchega:
En Tarancón, señores,
las hay hermosas
las tinajas de vino
y también las mozas.
Y aunque hoy en día, en aras al progreso, la mayoría
de las tinajas han sido sustituidas por conos de cemento, la calidad del vino
de nuestro pueblo y la hermosura de sus mozas gracias al cielo permanecen
incólumes.
Pero la anécdota del vino de Tarancón en Rusia sirve
sólo como un pequeño ejemplo de la pujanza industrial y comercial a la que
antes me refería. Tal vez una de las muestras más claras de dicha pujanza sea
la Feria Regional de Alimentación e Industrias Afines, en cuya sede ahora nos
encontramos, y cuya importancia está trascendiendo los límites de nuestra
comunidad regional para empezar a ser un evento con resonancia nacional.
Se halla muy lejos de mi ánimo el cargar este pregón,
que quiere ser festivo, de reflexiones serias sobre el presente y futuro de
Tarancón. No obstante, permitidme un breve comentario acerca del papel de la
cultura, en la más amplia acepción de la palabra, en la vida comunitaria de un
pueblo como el nuestro.
Las actividades culturales tienen al menos tres
facetas dignas de ser destacadas:
Primero,
su carácter lúdico. La cultura auténtica jamás es aburrida, sólo la
seudocultura lo es. Las actividades culturales bien entendidas deben contribuir
a la sana diversión colectiva, y esto debe ser así, muy particularmente, en las
dirigidas a la juventud.
Segundo,
su interés al contribuir a la formación humanística en una época en la que los
avances tecnológicos, muchas veces no muy bien asimilados, pueden de algún modo
contribuir a una cierta deshumanización.
Y,
tercero, su ayuda inestimable en estrechar los lazos entre las personas,
fortaleiendo el espíritu de comunidad.
Ejemplos numerosos hay de pueblos y naciones que han
conseguido su supervivencia frente a vicisitudes de todo tipo gracias a su
identidad cultural; en el caso de la España de la Reconquista o, más recientemente, el de la Polonia del siglo
pasado son suficientemente significativos. Hoy en día, el Japón, sin ninguna
duda el país económicamente más pujante del mundo, es también el estado que más
dinero emplea en fomentar la cultura.
Yo, desde mi sencilla posición actual de pregonero de
festejos pido a todos los taranconeros y muy en especial a las autoridades
municipales que hagan todo lo que esté en su mano para fomentar la cultura en
Tarancón. Es un empeño cuyos resultados tal vez no se nos muestren a muy corto
plazo, pero que ciertamente merece la pena.
Ahora bien, llegados a este punto de justicia señalar
que existen en Tarancón organismos oficiales y grupos de personas que ya están
llevando a cabo encomiable labor
cultural. Pido perdón ante el probable olvide de alguien, pero no puedo
por menos que empezar mencionando el gran trabajo que en tal sentido vienen
realizando la Casa de la Juventud y la Casa de la Cultura, sede ésta de la
Biblioteca Municipal. Fue en dicha biblioteca, a la sazón situada en el caserón
que fuera antiguo palacio de los duques de Riánsares, donde muchos de mi
generación, y yo mismo, tuvimos los primeros contactos con la literatura.
Espero y confío que nuestra querida y venerable biblioteca sirva aún para
satisfacer, al menos en parte, los anhelos culturales de los vecinos de
Tarancón y, sobre todo, para despertar tales anhelos entre la juventud
taranconera.
En este sentido, deben citarse el loable empeño de
difusión cultural que representa la revista Malena y las brillantes actividades
musicales de la coral del mismo nombre. Y, hablando de música, resultan de
obligada mención la ecelente banda “Agrupación musical Nuestra Señora de
Riánsares” y el grupo “Caño Gordo” y sus simpáticos alevines del “Caño Chico”,
que tanto hacen por nuestra música opular. Asimismo, en lo referente al teatro,
la esforzqada labor del grupo “Llave” es digna de elogio.
Grupos de personas, en fin, que muchas veces
prácticamente desde el anonimato están batallando con un auténtico fervor para
mantener viva la llamada cultural en Tarancón.
Querría ahora hablar, aunque sea muy brevemente, de
algo que a primera vista puede parecer que no tiene mucho que ver con la
cultura, y que seguramente así es si entendemos ésta en un sentido
estrictamente académico, pero no desde luego en el sentido más amplio de la
palabra. Una cosa que yo me atrevería a calificar de esencial para la
convivencia es disponer dentro del casco urbano de zonas de esparcimiento, de
zonas verdes, de parques, en suma; es algo que a nuestro querido pueblo le está
haciendo mucha falta y que esperemos no tarde en conseguirse.
Pero he prometido no sobrecargar con tintes d
seriedad este pregón, así que no voy a insistir más en estos temas. En realidad
creo que debo ir acabando, siguiendo la sabia conseja del moralista francés Fenelón:
“Mientras más digas, menos se recordará; cuantas menos palabras, mayor cosecha”
O (y quizás más apropiado en el presente caso) la sentencia no menos sabia del
misionero lazarista del siglo pasado, padre Juan Mª Odín: “Jamás se descubre
mejor a un hombre que sabe poco que cuando habla mucho”. Así que estoy
dispuesto a terminar, pero no sin antes desear a todos los taranconeros y
visitantes de nuestra ciudad lo mejor durante estas fiestas, recomendándoles
que, al menos hasta el día catorce, sigan el consejo latino:
“Omissis
curis, juncunde vivendum ese”
Que, como me enseñaron en el colegio Melchor Cano el
padre de Eloy y, sobre todo, mi querido profesor y amigo D. Julio González
Laganá, viene a decir que perdamos el cuidado y vivamos alegremente. Buena
receta ala que yo quiero añadir, ahora sí como final de este pregón, un saludo
a nuestra manera tradicional:
¡Vitor
a la Santísma Virgen de Riánsares y buenas funciones a todos!
Muchas
gracias.
JOSE LUIS SÁNCHEZ GÓMEZ
Artículo se puede encontrar en el programa de fiestas de 1993
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