jueves, 25 de febrero de 2016

Pregón de fiestas de Tarancón


PREGON DE FIESTAS DE TARANCON- 1992


Parafraseando al gran poeta clásico Horacio, bien podría yo empezar este pregón festivo con un “feliz y afortunado aquel que reconocimiento encuentra entre los suyos”, pues como una muestra de reconocimiento he de interpretar el honor que la Comisión de Festejos de Tarancón –mi pueblo- me ha hecho al encomendarme, por boca del concejal de cultura D. Julián García Navarro (el amigo “Zaca”) el pregón de fiestas de este año.
Un encargo que he aceptado, claro está, con enorme placer, pero también (y por qué no decirlo) con algo más que una pizca de temor.
Porque ¿Cómo podría yo no ya superar sino también sólo igualar la calidad literaria, el valor estético y la intensidad lírica de mis antecesores en esta tribuna festiva?. ¿Cómo un profesor de física y modesto investigador científico podría ser capaz de emular la fulgurante retórica, en los púlpitos tantas veces probada, del querido padre Bernardino; el hondo, recio saber d este ilustre taranconero que es el Padre Ocaña; la amplísima erudición del investigador y archivero Dimas Pérez; la, en fin, muy notable sabiduría sobre lugares, hechos y costumbres de nuestra región, y en particular de nuestro pueblo, de nuestra región, y en particular de nuestro pueblo, de nuestra región, y en articular de nuestro pueblo, Marino Poves. Vano ciertamente sería el intentarlo, así que en este pregón no trataré de presentar ningún tipo de exposición más o menos erudita acerca de nuestra ciudad, que, en ningún caso, hubiera llegado a tener el valor y la calidad de los trabajos realizados por las personas que acabo de citar.
Hablaré, por el contrario, en un tono más personalista y, por ello, tal vez más coloquial de recuerdos, muchos de ellos supongo que compartidos por bastantes de los presentes, y que sin duda surgen con particular intensidad en estas fechas para los taranconeros tan significativas. Conectaré estos recuerdos con las sensaciones y emociones que el Tarancón actual produce en alguien que aquí ha nacido pero cuyas actividades profesionales le han llevado a residir fuera. Y todo ello, desde luego, enmarcado en el ámbito de nuestras fiestas patronales, que al fin y al cabo es lo que ahora se está pregonando.
Como, supongo, también les ocurre a otros taranconeros (y taranconeras) de mi generación, nuestras fiestas de septiembre en ciertos momentos me retrotraen al Tarancón de mi niñez, de esa ya lejana década de los años cincuenta, cuando todavía no se había iniciado el gran desarrollo comercial y, sobre todo, industrial que experimentaría nuestra ciudad en años posteriores. seguramente el Tarancón de aquellos cincuenta, no se diferenciaría mucho, en lo esencial, del de las décadas precedentes. La sociedad taranconera aún tenía entonces casi todas las características de una colectividad en la cual predominaba el elemento rural, aunque el comercial y de servicios empezaba a adquirir cierta importancia. El ambiente de un pueblo más o menos en esa época (de un pueblo manchego como el nuestro) ha sido fielmente descrito por un excelente escritor de nuestra región, el novelista tomellosero Francisco García Pavón que se hizo muy popular, en la década de los setenta, con sus novelas sobre Plinio, el ficticio jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que con su inteligencia natural y un sentido común muy manchego (recordemos al Sancho Panza gobernador de la ínsula de Barataria) no dejaba en su pueblo delito sin aclarar ni misterio sin resolver. En lo referente a García Pavón, lo más destacable, en mi opinión, de sus novelas no es tanto su faceta policial cuanto las magistrales descripciones de tipos y ambientes manchegos que aparecen en ellas. A una de tales novelas, “El reinado de Witiza”, pertenece al párrafo que seguidamente voy a leer, en el que se expresa con recia y profunda belleza a la fuerza de lo tradicional en la vida de los pueblos de entonces:
“Sólo en los pueblos, donde hay casas, iglesias y muebles y fuentes, columnas y humilladeros, la vida de los hombres se muestra más remisa al borrador. Se engancha en cortinas y veletas, en nichos escritos, en callejones y tabernas, y permanecer más….”
Estas líneas creo yo que se corresponden bastante bien con el Tarancón de la época que estábamos mencionando. En ellas se habla de callejones y tabernas. La mayoría de aquellos todavía permanece, casi todas éstas ya han desaparecido. En su lugar, los inapelables dictados del progreso han hecho que el pueblo rebose hoy en día de modernos bares, cafeterías y pubs.
No obstante la taberna era una autentica institución en la vida cotidiana del lugar. Yo, de aquella época, recuerdo sobre todo la del “Tío Palico”, que se hallaba situada en la calle de la Estación, y a donde algunas veces entraba a buscar a mi abuelo. Y recuerdo la fascinación que me producían los parroquianos, la mayoría de ellos de edad avanzada, que jugaban a las cartas, y bebían y, sobre todo, hablaban. Algo más tarde me enteré de que el juego entonces más popular era el trueque. Y asimismo supe que era éste un juego muy antiguo, que con diversos nombres y variantes se venía jugando en casi toda España desde finales de la Edad Media y al que, con cierto exceso de fantasía seguramente, se ha llegado a emparentar con el mágico Tarot.
Pero, fantasías aparte, lo verdaderamente real en esas tabernas, l que inmediatamente saltaba a la vista, eran las conversaciones, el acompañar de la palabra al vino, ejemplo vívido del espíritu mediterráneo; la forma más civilizada de beber, que de uno u otro modo debemos a los antiguos griegos.
Un conocido, que en razón a su trabajo hubo de afincarse en nuestro pueblo más o menos por aquel entonces, me comentó en cierta ocasión que una de las primeras cosas que le habían dicho en una de esas tabernas (o quizás fue en algún bar, para el caso es lo mismo) es que el vino tiene que ser “cascao”; lo cual considero como manifestación de un profundo arte de buen vivir, y que dicho sea de paso, ha tenido su éxito cuando lo he repetido en diversos ambientes (eso sí, una vez traducida del taranconero al castellano común la voz “cascao”).
En esta nuestra tierra manchega la fiesta va unida casi indisolublemente al vino. Y en Tarancón había –y hay- muchas fiestas, pero “las fiestas”, las que el artículo determina sin ambigüedad posible, ésas son las de septiembre que nuestros abuelos conocían por el entrañable nombre de “las funciones”. Una de las fiestas que conservaban, como lo hacen aún hoy, el sabor de antiguas celebraciones, centradas en el culto a la patrona del lugar, la Virgen de Riánsares y, que en los años a que me estoy refiriendo, todavía contaban con el importante añadido de una auténtica feria de ganado, donde, aparte los tratantes, la figura del vendedor ambulante, o charlatán de feria, surgía en todo su esplendor arropada por un verdadero remolino verbal.
Un ilustre poeta taranconero, que acabó afincándose en México después de la guerra, Luis Rius, describió en versos de sencilla y sutil belleza muchos de los aspectos de las fiestas en el Tarancón de la segunda mitad del siglo pasado. La poesía de Luis Rius refleja con fidelidad las tradiciones de nuestro pueblo. Los versos que en un momento leeré pertenecen a su obra “Romancero de Fernando Muñoz y de la Reina María Cristina”, cuya lectura recomiendo encarecidamente a los interesados en los aspectos tradicionales de las costumbres y modo de vivir de Tarancón, pues, además de su indudable calidad literaria, esta obra tiene el valor adicional de reproducir magistralmente una auténtica galería de tipos y ambientes cuyas características esenciales perduran en el Tarancón actual. Tomando como “Leit motiv” los muy famosos amores de nuestro paisano Fernando Muñoz Sánchez con la viuda de Fernando VII, la obra mencionada es como una especie de fresco de la sociedad taranconera de la época.
(Aparte y entre paréntesis debe hacerse notar que nuestro muy ilustre paisano tiene el innegable mérito de aparecer como un claro pionero del pacifismo actual en eso de “haz el amor y no la guerra”).
Volviendo a la citada obra de Luis Rius, así empieza la descripción que en ella se hace del ambiente taranconero en el día grande de nuestras fiestas, el ocho de septiembre, festividad de la Virgen de Riánsares (los versos siguientes pertenecen al poema “La fiesta de la Patrona”, contenido en dicha obra).
Hoy es ocho de septiembre,
y es un gran día de fiesta;
el de la Virgen de Riánsares
que en Tarancón se venera.
De la ermita la trajeron
el quince de agosto, apenas,
rodeada de faroles
que llevan los de las cuentas.
A lo largo del camino
y en los cerros hay hogueras.
Labradores cuando pasa
a la Virgen vitorean.
Estas costumbres en lo esencial perduran. Desde luego , la imagen de la Virgen no va en la actualidad “rodeada de faroles que llevan los de las cuevas” y, además de labradores, contemplan su paso comerciantes, empleados, funcionarios y un largo etc, que comprende la gama de profesiones presente en una colectividad tan dinámica como la del Tarancón actual. Pero, repito, lo esencial se mantiene. La imagen de la Virgen, los quinces de agosto, es recibida con los mismos sentimientos que lo fuera hace un siglo por nuestros bisabuelos. Sentimientos que se resisten al encasillamiento analítico, porque de algún modo trascienden el análisis puramente racionalista, porque son cumplida  manifestación de emociones colectivas.
Este tipo de sentimientos y de emociones colectivas es lo que verdaderamente estructura un pueblo, lo que lo vertebra. Plr eso, aparte el valor religoso que, es seguro, tienen para los creyentes, ellos resultan tan relevantes para la convivencia y para la armonía social. Nuestro Tarancón no habría devenido en lo que es, en lo que hoy representa para nosotros, sin esa devoción secular a nuestra patrona la Virgen de Riánsares.
El pasado quince de agosto me encontraba lejos de Tarancón, y como cualquier taranconero en circunestancias análogas sentía esa especie de morirá que nos embarga al hallarnos fuera del pueblo en fechas tan señaladas. Mas he aquí, que ante mi gran sorpresa, ví que en el lugar donde estaba, un pequeño pueblo del sur de Polonia, cerca de la frontera de ese país y Checoslovaquia, se celebraba también la festividad de la Virgen de Agosto con festejos populares no muy diferentes de los nuestros. Al atardecer, podían incluso verse hogueras tiñendo de rojo en algunos puntos la verde campiña polaca. Alrededor de estas hogueras, la gente bebe, charla y canta, de manera similar a como solía hacerse en nuestro pueblo por San José. Todo eso me indujo a reflexionar acerca del valor casi universal de ciertos símbolos, y de la constancia en el tiempo y el espacio de los sentimientos a ellos asociados (al margen, ello puede asimismo sugerirnos alguna consideración anterior a la incorporación al Mercado Común y tiene raíces mucho más profundas que las estrictamente económicas).
Y todo estos símbolos, creencias, emociones colectivas han sido repito, decisivos para forjar el Tarancón de finales del siglo XX, el Tarancón que hoy conocemos y amamos. Un lugar dinámico, pleno de actividad económica. Una ciudad que, claro está, tiene problemas de infraestructura, de empleo, de desarrollo, como corresponde a su complejidad, pero que goza de una evidiable vitalidad que nos permite contemplar el futuro con un razonable optimismo.
En nuestros viajes, muchos nos hemos sentido bastantes veces halagados al ver en remotos lugares productos de nuestro pueblo. Aunque pueda parecer algo pueril, yo miso sentí una gran emoción al notar que la botella de vino que me servían en el hotel para científicos del Centro de Investigación Nuclear de Dubna, cerca de Moscú, lucía en su etiqueta el nombre de una bodega de Tarancón (Spain). Y con ello orgullo (alguien dirá que provinciano, y yo que a mucha honra) le dije a mi compañero de mesa, a la sazón un profesor de física del Instituto Poincará de París (y como buen francés convencido de que sólo el vino de su país cuenta), que Tarancón era mi pueblo y de allí venía el vino que estábamos bebiendo.
Aunque, por otra parte, esa difusión del vino de nuestra comarca no debería sorprendernos demasiado. de casta le viene al galgo, bien podríamos decir. Ya en las Relaciones Topográficas que mandara hacer Felipe II, a mediados del siglo XVI, y que constituyen una especie de detallado inventario de la producción agrícola de los pueblos de España en esa época, se cita a Tarancón como lugar donde se produce una apreciable cantidad de buen tinto. Y a mediados del siglo pasado, Mesonero Romanos decía en alguno de sus magníficos ensayos acerca de la vida cotidiana en el Madrid de entonces que los blcos de Arganda y Colmenar de Oreja y el tinto de Tarancón eran ls vinos más apreciados en los mesones y las posadas de la Cava Baja madrileña. Así también lo entendía nuestro casi paisano D. Fermín Caballero, ilustre escritor y geógrafo hijo de Barajas de Melo y contemporáneo del citado D. Ramón de Mesonero romanos, cuando citaba un dicho ya popular en su tiempo.
En Tarancón vino
en Belinchón sal
y en Barajas pepinos
no pueden faltar.
Algo, en lo concerniente a Tarancón, que el genio popular supo resumir en la estrofa de una seguidilla manchega:
En Tarancón, señores,
las hay hermosas
las tinajas de vino
y también las mozas.
Y aunque hoy en día, en aras al progreso, la mayoría de las tinajas han sido sustituidas por conos de cemento, la calidad del vino de nuestro pueblo y la hermosura de sus mozas gracias al cielo permanecen incólumes.
Pero la anécdota del vino de Tarancón en Rusia sirve sólo como un pequeño ejemplo de la pujanza industrial y comercial a la que antes me refería. Tal vez una de las muestras más claras de dicha pujanza sea la Feria Regional de Alimentación e Industrias Afines, en cuya sede ahora nos encontramos, y cuya importancia está trascendiendo los límites de nuestra comunidad regional para empezar a ser un evento con resonancia nacional.
Se halla muy lejos de mi ánimo el cargar este pregón, que quiere ser festivo, de reflexiones serias sobre el presente y futuro de Tarancón. No obstante, permitidme un breve comentario acerca del papel de la cultura, en la más amplia acepción de la palabra, en la vida comunitaria de un pueblo como el nuestro.
Las actividades culturales tienen al menos tres facetas dignas de ser destacadas:
                Primero, su carácter lúdico. La cultura auténtica jamás es aburrida, sólo la seudocultura lo es. Las actividades culturales bien entendidas deben contribuir a la sana diversión colectiva, y esto debe ser así, muy particularmente, en las dirigidas a la juventud.
                Segundo, su interés al contribuir a la formación humanística en una época en la que los avances tecnológicos, muchas veces no muy bien asimilados, pueden de algún modo contribuir a una cierta deshumanización.
                Y, tercero, su ayuda inestimable en estrechar los lazos entre las personas, fortaleiendo el espíritu de comunidad.
Ejemplos numerosos hay de pueblos y naciones que han conseguido su supervivencia frente a vicisitudes de todo tipo gracias a su identidad cultural; en el caso de la España de la Reconquista o,  más recientemente, el de la Polonia del siglo pasado son suficientemente significativos. Hoy en día, el Japón, sin ninguna duda el país económicamente más pujante del mundo, es también el estado que más dinero emplea en fomentar la cultura.
Yo, desde mi sencilla posición actual de pregonero de festejos pido a todos los taranconeros y muy en especial a las autoridades municipales que hagan todo lo que esté en su mano para fomentar la cultura en Tarancón. Es un empeño cuyos resultados tal vez no se nos muestren a muy corto plazo, pero que ciertamente merece la pena.
Ahora bien, llegados a este punto de justicia señalar que existen en Tarancón organismos oficiales y grupos de personas que ya están llevando a cabo encomiable labor  cultural. Pido perdón ante el probable olvide de alguien, pero no puedo por menos que empezar mencionando el gran trabajo que en tal sentido vienen realizando la Casa de la Juventud y la Casa de la Cultura, sede ésta de la Biblioteca Municipal. Fue en dicha biblioteca, a la sazón situada en el caserón que fuera antiguo palacio de los duques de Riánsares, donde muchos de mi generación, y yo mismo, tuvimos los primeros contactos con la literatura. Espero y confío que nuestra querida y venerable biblioteca sirva aún para satisfacer, al menos en parte, los anhelos culturales de los vecinos de Tarancón y, sobre todo, para despertar tales anhelos entre la juventud taranconera.
En este sentido, deben citarse el loable empeño de difusión cultural que representa la revista Malena y las brillantes actividades musicales de la coral del mismo nombre. Y, hablando de música, resultan de obligada mención la ecelente banda “Agrupación musical Nuestra Señora de Riánsares” y el grupo “Caño Gordo” y sus simpáticos alevines del “Caño Chico”, que tanto hacen por nuestra música opular. Asimismo, en lo referente al teatro, la esforzqada labor del grupo “Llave” es digna de elogio.
Grupos de personas, en fin, que muchas veces prácticamente desde el anonimato están batallando con un auténtico fervor para mantener viva la llamada cultural en Tarancón.
Querría ahora hablar, aunque sea muy brevemente, de algo que a primera vista puede parecer que no tiene mucho que ver con la cultura, y que seguramente así es si entendemos ésta en un sentido estrictamente académico, pero no desde luego en el sentido más amplio de la palabra. Una cosa que yo me atrevería a calificar de esencial para la convivencia es disponer dentro del casco urbano de zonas de esparcimiento, de zonas verdes, de parques, en suma; es algo que a nuestro querido pueblo le está haciendo mucha falta y que esperemos no tarde en conseguirse.
Pero he prometido no sobrecargar con tintes d seriedad este pregón, así que no voy a insistir más en estos temas. En realidad creo que debo ir acabando, siguiendo la sabia conseja del moralista francés Fenelón: “Mientras más digas, menos se recordará; cuantas menos palabras, mayor cosecha” O (y quizás más apropiado en el presente caso) la sentencia no menos sabia del misionero lazarista del siglo pasado, padre Juan Mª Odín: “Jamás se descubre mejor a un hombre que sabe poco que cuando habla mucho”. Así que estoy dispuesto a terminar, pero no sin antes desear a todos los taranconeros y visitantes de nuestra ciudad lo mejor durante estas fiestas, recomendándoles que, al menos hasta el día catorce, sigan el consejo latino:
“Omissis curis, juncunde vivendum ese”
Que, como me enseñaron en el colegio Melchor Cano el padre de Eloy y, sobre todo, mi querido profesor y amigo D. Julio González Laganá, viene a decir que perdamos el cuidado y vivamos alegremente. Buena receta ala que yo quiero añadir, ahora sí como final de este pregón, un saludo a nuestra manera tradicional:
¡Vitor a la Santísma Virgen de Riánsares y buenas funciones a todos!
Muchas gracias.

JOSE LUIS SÁNCHEZ GÓMEZ

Artículo se puede encontrar en el programa de fiestas de 1993

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