PREGON DE FIESTAS
1997
PERMITIDME que este pregón no lo
empiece como debería empezarse un pregón de fiestas, saludando al Ilustrísimo
Señor Alcalde, a la Corporación Municipal, a las Autoridades, a la Reina y
Damas de Honor, a todos vosotros y a los taranconeros y taranconeras todos,
diciendo: ¡Alegraos, estamos de fiesta!
Eso sería lo lógico, lo normal,
pero para nosotros, unos porque sois taranconeros de pura cepa, otros que,
aunque no hemos sido bautizados con el agua del Caño Gordo, llevamos sangre taranconera
en nuestras venas, y otros muchos, los que, por circunstancias de la vida,
habéis venido a vivir a la noble ciudad de Tarancón y en ella os sentís como en
vuestra propia casa , el pregón de las fiestas tiene que dirigirse, en primer
lugar, ala que es nuestra Madre y en cuyo honor vamos a vivir estos días de
forma especial. Me refiero, lo sabéis muy bien, a nuestra Señora, la Virgen de
Riánsares, a la que desde este estrado, y en nombre de todos vosotros, le pido
que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, que nos cobije bajo su manto,
para que estos días, estas fiestas, sean días de paz, de felicidad, de alegría,
de hermandad, días en los que desaparezcan las envidias, las rencillas y, si
los hubiera, los odios: días en los que a la Virgen le repitamos muchas veces
que siempre, también en medio de la diversión de estas fiestas, nos muestre a
Jesús, Fruto bendito de su vientre, para que nunca nos olvidemos de Él.
Ahora sí, después de haber vuelto
nuestra mirada a la Señora, o mejor, a la Madre ¡qué palabra tan hermosa y, más
si con ella nos referimos a la Virgen!, puedo deciros con todas las fuerzas de
mi voz, una voz que no sale de la garganta sino de lo más hondo del corazón:
¡Taranconeras, taranconeros, Alegraos, estamos de fiesta!.
Hablar a Tarancón de sus Fiestas
debería hacerlo alguien que las conociera bien, que tuviera una bella prosa o
unos cadenciosos versos, que fuera capaz de inflamaros hasta tal punto que
salierais de aquí saltando, lo diré mejor con una palabra taranconera, “galopeando”
de alegría y, sin embargo, aquí me tenéis a mí que nada de eso se me da bien,
me tenéis, exclusivamente, por amabilidad de vuestro Ayuntamiento y de la
Comisión de Fiestas.
Estoy entre vosotros sin más
títulos que el aprecio que siempre me ha demostrado este noble pueblo, afecto
al que, odéis estar seguros., siempre he procurado corresponder y el orgullo de
estar entre los míos, sí, lo digo con orgullo, entre los míos, ya que es
taranconera, desde tiempo inmemorial, la sangre que corre por mis venas.
Hablar a Tarancón de sus Fiestas,
os decía, tendría que hacerle alguien que las conociera bien, no este cura que
¡Dios sabe cuántos años hace que no empiezo las fiestas el quince de agosto
viniendo con la imagen de la virgen desde la Ermita a la Iglesia parroquial!.
En esa procesión más de una vez me tocó dirigir el Rosario cantado, por cierto,
cuando se estaba acabando el quinto misterio, y aún faltaba mucho para llegar a
la Iglesia, le preguntaba a D. José María: Y ahora ¿qué cantamos?. El respondía
siempre por lo bajo: Sigue con el Rosario. Así, el quinto misterio, en vez de
diez Avemarías, tenía cincuenta, sesenta, cien…., todas las que hicieran falta,
acompañadas por el tañer festivo de las campanas de nuestra torre, la
majestuosa Giralda manchega, hasta que llegábamos a la cuesta de las cuevas,
donde el gentío ya era tal, y los Vítores a María Santísima de Riánsares tan
clamorosos y continuos, que no había posibilidad de canto alguno.
Dios sabe también cuántos años
hace que no paso bajo el Arco de la Malena para participar en la solemnísima
novena de la Virgen; ni acompaño en la procesión su imagen, deslumbrante de
luz: ni me sobrecoge la Salve gregoriana cantada por las Misioneras, cuando
éstas tenían aquí su Convento, y la Carroza de la virgen se detenía ante las
rejas de sus ventanas; ni me recorre un temblor por todo el cuerpo cuando la
Víspera de su Fiesta oía la Gran Salve de Eslava y el Himno que nos habla de
Recaredo, rey primero de este nombre, que tajo la imagen desde Toledo.
He sentido una gran alegría al
saber que este Himno, olvidado durante años, ha vuelto a ser cantado y que,
como el humo del incienso, sube desde vuestros corazones hasta el trono de la
Virgen. Tengo que felicitaros, siento la necesidad irreprimible de daros la
enhorabuena, porque habéis recuperado una costumbre, una tradición de vuestros
mayores, y la habéis sabido hacer vuestra para trasmitírsela a las nuevas
generaciones.
También hace muchos años que no
corro ante la “vaquilla enmaromá”: ni tengo que dar brincos que no me quemen
los pies las chisporroteantes carretillas que suelta el “torillo de fuego”; ni
me lo paso en grande embistiendo con el coche de choquetones a los que en otros
coches circulaban por la pista; ni me lleno los bolsillos de pipas, cogidas en
el camarón de la casa de mi abuelo, para comerlas en el cine Rey o en el
Alcázar mientras disfrutaba con las películas de Ken Maynard y su caballo
Tarzán; ni bajo a la plaza para escuchar la música que la Banda tocaba en el
Kiosco; ni me sumo a los gritos de admiración cuando en la eras de la “Mora
Encantada” los fuegos artificiales estallaban en un blanco como el albayalde;
ni oigo citarse a los mozos y a las mozas para participar –a mi nunca me
dejaron porque era niño- en el “galopeo final de fiesta”, galopeo que comenzaba
en la Tejera, cuando en la Tejera no había casas porque estaba a las afueras
del pueblo, cuando en la Tejera se hacían ladrillos y tejas, y acababa de
madrugada, con los últimos compases de la música, normalmente un pasodoble, en
la Plaza, ante el Ayuntamiento.
¡Cuántos recuerdos!, pero no
penséis que soy de los que dicen que el tiempo pasado fue mejor, el tiempo
mejor es el que tenemos, porque el que pasó, pasó, el que vendrá, no sabemos si
vamos a disfrutar de él, el que tenemos es el único que podemos aprovechar para
mejorar en todo lo que tenemos es el único que podemos aprovechar para mejorar
en todo.
El que tenemos es el que nos abre
las puertas al año 2000, estamos en el umbral del tercer milenio, milenio que
todos deseamos sea mejor que el final del siglo XX, en el que, en algunos
lugares continúan las guerras fratricidas y en otros, la miseria, la enfermedad
y el hambre hacen estragos. Siglo XX que ha padecido dos guerras mundiales.
Los hombres, si queremos, podemos
cambiar ese panorama, a ello nos invita a todos, especialmente a los
cristianos, el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Tertio millennio
adveniente”. Podemos cambiar ese panorama sí cada uno de nosotros somos fieles
en el cumplimiento de nuestros deberes, en casa, en el trabajo, como
cristianos. Estos días de fiesta en honor de la Virgen tienen que hacernos
pensar que cada uno de nosotros podemos hacer que el mundo cambie.
Recordad aquel dicho castellano
“Seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos menos”. Si todos y cada uno de nosotros
nos esforzáramos en cambiar, en mejorar, en ser menos “pillos” ¿no estaríamos
haciendo un Tarancón mejor?.
¡Qué cambio tan radical en el
mundo si los hombres, superados los egoísmos, nos esforzáramos en ese cambio1.
A las puertas del año 2.000 no
podemos permanecer como si nada pasara, como si todo tuviera que seguir igual.
No estamos solos en esa empresa; en ese trabajo tenemos, somos cristianos, la
gracia de Dios, la presencia de Cristo que nos ha prometido estar con nosotros
todos los días hasta el fin del mundo y la protección maternal de la Virgen, a
la que nosotros veneramos con el título de Riánsares.
Perdonadme esta digestión, más
homilética que pregonera, lo reconozco, pero aunque he dicho que tenemos que
cambiar, también, y en honor a la verdad, tengo que reconocer: ¡Cuánto, y para
bien, ha cambiado y sigue cambiando Tarancón desde aquellos años de mi
infancia!. Al menos, esa es la impresión que yo recibo en las frecuentes aunque
meteóricas visitas que venga a hacer a mi familia.
Seguro que hoy las fiestas
también han cambiado y para mejor, hoy hay más medios, hay más gente, hay
también, y como entonces, muchas ganas de pasarlo bien.
Y ahora que hablo de pasarlo
bien. Había en Tarancón algunos personajes curiosos que, por unas razones o por
otras, nos alegraban, nos hacían pasarlo bien. Permitidme que recuerde a
alguno. ¿Habéis oído hablar del “tío Línea”?. Era un hombre mayor, bonachón,
simpático, alegre, siempre con su gorra calada, que hablaba en verso, al menos
eso decía la gente, y aunque no era en verso, sin embargo hay que decir en su
honor, que repentizaba unos pareados que tenían mucha gracia, a esto le
llamábamos “los chistes del tío Línea”.
Recuerdo un día en que unos
jóvenes, mozos se decía entonces, estaban en la esquina de Zapatería con
Melchor Cano, uno de ellos tenía unos dientes tan grandes que se le salían de
la boca, pasó por allí el “tío Línea” y el mozo de los dientes le gritó: “Tío
Línea échenos usted un chiste”
Se volvió el tío Línea a ellos, y
sin pensarlo, como si hubiera esperado que se le pidiera el chiste, dijo con
voz muy solemne. “Por ser tan dientón eres el más feo de toda la reunión”.
Todavía recuerdo las risas
estruendosas de los otros mozos y cómo los chavales, perseguidos por el de los
dientes, tuvimos que poner pies en polvorosa mientras gritábamos: “Dientón,
dientón, dientón”.
Muchos otros personajes podríamos
traer a la memoria: Abundio, que salía detrás de nosotros amenazándonos cuando,
a la puerta de la tienda en la que vendía imágenes de santos, le gritábamos, y
no sé por qué: Abundio sin bastón, levita yesca. Esteba, hombre serio donde los
haya, pero que cuando bebía un vaso de más, cosa bastante frecuente, la
seriedad se le trocaba en guasa, se reía hasta de su sombra y le tomaba el pelo
a todo el que se le pusiera por delante. Sería demasiado prolijo contar alguna
de sus guasas, bástenos dcir que era de los que se dice: Tiene buen vino.
Estos son algunos de muchos
personajes curiosos que ha tenido Tarancón, pero Tarancón también ha dado
grandes hombres, en las ciencias, en las letras y en la milicia, algunos de los
cuales viven entre nosotros, por no dejarme en el tintero a ninguno de éstos,
quiero recordar sólo a dos de tiempo pasado: Don Fernando Muñoz, Primer Duque
de Riánsares, quien, según dejó escrito el abogado y gran taranconero, D.
Manuel de la Ossa, era “el hijo guapote de la estanque de Tarancón”, y que
contrajo matrimonio con la Reina Regente María Cristina, ante el sacerdote D.
Marcos Aniano, a quien Tarancón tiene dedicada una calle.
Melchor Cano, del que no resisto
a contar un sucedido que puede, o mejor, que debe ser ejemplo para todos los
nacidos y los no nacidos aquí, pero que llevamos a Tarancón en nuestra alma: Se
celebraba el concilio de Trento, Melchor Cano era uno de los teólogos que tenían
que intervenir. Cuando le tocó el turno de hablar, subió al estrado y expuso
una doctrina preciosa, pero expresándose en un latín muy malo, tan malo, que
hizo exclamar a uno de los Obispos asistentes: ¡Qué cosas tan bellas pero qué
mal dichas!.
Aquellas palabras debieron
herirle a Melchor Cano en su amor propio y, vuelto a España, después de la
primera sesión del Concilio, en vez de profundizar en el estudio de la
Teología, que era lo suyo, se dedicó a estudiar latín, y tan a fondo lo hizo
que, tras su intervención en la siguiente sesión del Concilio, aquel Obispo de
antaño no tuvo más remedio que exclamar, ¡Qué cosas tan maravillosas y que
bellamente dichas!.
En pocos meses, gracias a su
esfuerzo, a su tesón, a su fuerza de voluntad, de hablar un latín macarrónico,
había pasado a hablar un latín ciceroniano.
¡Taranconeras, taranconeros!.
Melchor Cano es un ejemplo a seguir. Esa fuerza de voluntad, ese tesón, es el
que habéis de poner todos y cada uno de vosotros para que Tarancón sea lo que
todos deseáis, lo que todos queréis, lo que deseamos y queremos los que, sin
ser d aquí o sin vivir aquí, llevamos, sin embargo, en nuestro corazón el amor
a este pueblo y, en nuestro pecho, la medalla de Riánsares.
¡Taranconeras, taranconeros!,
manos a la obra, tenéis ante vosotros un futuro esperanzador, dejad a vuestros
hijos, mejorado por vuestros padres, así seréis dignos de vuestros antepasados.
Y para concluir, un recuerdo, un
agradecimiento, un deseo, una enhorabuena, un ofrecimiento y una oración.
Mi recuerdo para todos aquellos
que, sin duda con más méritos, mayor conocimiento de causa y, por supuesto, con
mejor prosa y mayor profundidad en los contenidos de sus pregones, me han precedido
en esta tribuna.
Mi agradecimiento a ti, amigo
Antonio, Alcalde de este pueblo que considero mío, a la Corporación municipal y
la Comisión de Fiestas por invitarme a este acto y, ¡cómo no!, a todos vosotros
por vuestra presencia en este pregón.
Mi deseo, que disfrutéis de estas
fiestas haciendo de ellas, como os decía al principio, días de paz, de
felicidad, de alegría y de hermandad.
Mi enhorabuena a los que habéis
elegido a la Reina y Damas de honor como símbolo de la belleza, de la gracia y
de la donosura de la mujer taranconera. Enhorabuena también a vosotras que, en
vuestro ser y en vuestro comportar, habéis de haceros dignas del galardón con
el que habéis sido distinguidas.
Mi ofrecimiento, de mí mismo a
todos vosotros, si en algún momento, bien como José Luis Domínguez, hijo de los
taranconeros Lorenzo y Concepción, bien como Canciller del Arzobispado de
Madrid, pudiera seros de alguna ayuda.
Mi oración, una oración que brota
del alma, una oración por todos nosotros, dirigida a la que es y tiene que ser para todos la verdadera Reina, no sólo en
las Fiestas, sino en toda nuestra vida, y qué mejor oración que el estribillo
de ese Himno del que antes hablaba y que, cantado por todo el pueblo, ha vuelto
a resonar, como lo ha hecho durante siglos, bajo las bóvedas de la Iglesia: ¡Virgen de Riánsares pura, ruega por tu
Tarancón.
JOSÉ LUIS DOMINGUEZ
RUIZ
Artículo que se puede encontrar en el Programa de Fiestas Patronales
año 1998
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