martes, 19 de julio de 2016

PREGON DE FIESTAS 1997

PREGON DE FIESTAS 1997



PERMITIDME que este pregón no lo empiece como debería empezarse un pregón de fiestas, saludando al Ilustrísimo Señor Alcalde, a la Corporación Municipal, a las Autoridades, a la Reina y Damas de Honor, a todos vosotros y a los taranconeros y taranconeras todos, diciendo: ¡Alegraos, estamos de fiesta!
Eso sería lo lógico, lo normal, pero para nosotros, unos porque sois taranconeros de pura cepa, otros que, aunque no hemos sido bautizados con el agua del Caño Gordo, llevamos sangre taranconera en nuestras venas, y otros muchos, los que, por circunstancias de la vida, habéis venido a vivir a la noble ciudad de Tarancón y en ella os sentís como en vuestra propia casa , el pregón de las fiestas tiene que dirigirse, en primer lugar, ala que es nuestra Madre y en cuyo honor vamos a vivir estos días de forma especial. Me refiero, lo sabéis muy bien, a nuestra Señora, la Virgen de Riánsares, a la que desde este estrado, y en nombre de todos vosotros, le pido que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, que nos cobije bajo su manto, para que estos días, estas fiestas, sean días de paz, de felicidad, de alegría, de hermandad, días en los que desaparezcan las envidias, las rencillas y, si los hubiera, los odios: días en los que a la Virgen le repitamos muchas veces que siempre, también en medio de la diversión de estas fiestas, nos muestre a Jesús, Fruto bendito de su vientre, para que nunca nos olvidemos de Él.
Ahora sí, después de haber vuelto nuestra mirada a la Señora, o mejor, a la Madre ¡qué palabra tan hermosa y, más si con ella nos referimos a la Virgen!, puedo deciros con todas las fuerzas de mi voz, una voz que no sale de la garganta sino de lo más hondo del corazón: ¡Taranconeras, taranconeros, Alegraos, estamos de fiesta!.
Hablar a Tarancón de sus Fiestas debería hacerlo alguien que las conociera bien, que tuviera una bella prosa o unos cadenciosos versos, que fuera capaz de inflamaros hasta tal punto que salierais de aquí saltando, lo diré mejor con una palabra taranconera, “galopeando” de alegría y, sin embargo, aquí me tenéis a mí que nada de eso se me da bien, me tenéis, exclusivamente, por amabilidad de vuestro Ayuntamiento y de la Comisión de Fiestas.
Estoy entre vosotros sin más títulos que el aprecio que siempre me ha demostrado este noble pueblo, afecto al que, odéis estar seguros., siempre he procurado corresponder y el orgullo de estar entre los míos, sí, lo digo con orgullo, entre los míos, ya que es taranconera, desde tiempo inmemorial, la sangre que corre por mis venas.
Hablar a Tarancón de sus Fiestas, os decía, tendría que hacerle alguien que las conociera bien, no este cura que ¡Dios sabe cuántos años hace que no empiezo las fiestas el quince de agosto viniendo con la imagen de la virgen desde la Ermita a la Iglesia parroquial!. En esa procesión más de una vez me tocó dirigir el Rosario cantado, por cierto, cuando se estaba acabando el quinto misterio, y aún faltaba mucho para llegar a la Iglesia, le preguntaba a D. José María: Y ahora ¿qué cantamos?. El respondía siempre por lo bajo: Sigue con el Rosario. Así, el quinto misterio, en vez de diez Avemarías, tenía cincuenta, sesenta, cien…., todas las que hicieran falta, acompañadas por el tañer festivo de las campanas de nuestra torre, la majestuosa Giralda manchega, hasta que llegábamos a la cuesta de las cuevas, donde el gentío ya era tal, y los Vítores a María Santísima de Riánsares tan clamorosos y continuos, que no había posibilidad de canto alguno.
Dios sabe también cuántos años hace que no paso bajo el Arco de la Malena para participar en la solemnísima novena de la Virgen; ni acompaño en la procesión su imagen, deslumbrante de luz: ni me sobrecoge la Salve gregoriana cantada por las Misioneras, cuando éstas tenían aquí su Convento, y la Carroza de la virgen se detenía ante las rejas de sus ventanas; ni me recorre un temblor por todo el cuerpo cuando la Víspera de su Fiesta oía la Gran Salve de Eslava y el Himno que nos habla de Recaredo, rey primero de este nombre, que tajo la imagen desde Toledo.
He sentido una gran alegría al saber que este Himno, olvidado durante años, ha vuelto a ser cantado y que, como el humo del incienso, sube desde vuestros corazones hasta el trono de la Virgen. Tengo que felicitaros, siento la necesidad irreprimible de daros la enhorabuena, porque habéis recuperado una costumbre, una tradición de vuestros mayores, y la habéis sabido hacer vuestra para trasmitírsela a las nuevas generaciones.
También hace muchos años que no corro ante la “vaquilla enmaromá”: ni tengo que dar brincos que no me quemen los pies las chisporroteantes carretillas que suelta el “torillo de fuego”; ni me lo paso en grande embistiendo con el coche de choquetones a los que en otros coches circulaban por la pista; ni me lleno los bolsillos de pipas, cogidas en el camarón de la casa de mi abuelo, para comerlas en el cine Rey o en el Alcázar mientras disfrutaba con las películas de Ken Maynard y su caballo Tarzán; ni bajo a la plaza para escuchar la música que la Banda tocaba en el Kiosco; ni me sumo a los gritos de admiración cuando en la eras de la “Mora Encantada” los fuegos artificiales estallaban en un blanco como el albayalde; ni oigo citarse a los mozos y a las mozas para participar –a mi nunca me dejaron porque era niño- en el “galopeo final de fiesta”, galopeo que comenzaba en la Tejera, cuando en la Tejera no había casas porque estaba a las afueras del pueblo, cuando en la Tejera se hacían ladrillos y tejas, y acababa de madrugada, con los últimos compases de la música, normalmente un pasodoble, en la Plaza, ante el Ayuntamiento.
¡Cuántos recuerdos!, pero no penséis que soy de los que dicen que el tiempo pasado fue mejor, el tiempo mejor es el que tenemos, porque el que pasó, pasó, el que vendrá, no sabemos si vamos a disfrutar de él, el que tenemos es el único que podemos aprovechar para mejorar en todo lo que tenemos es el único que podemos aprovechar para mejorar en todo.
El que tenemos es el que nos abre las puertas al año 2000, estamos en el umbral del tercer milenio, milenio que todos deseamos sea mejor que el final del siglo XX, en el que, en algunos lugares continúan las guerras fratricidas y en otros, la miseria, la enfermedad y el hambre hacen estragos. Siglo XX que ha padecido dos guerras mundiales.
Los hombres, si queremos, podemos cambiar ese panorama, a ello nos invita a todos, especialmente a los cristianos, el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Tertio millennio adveniente”. Podemos cambiar ese panorama sí cada uno de nosotros somos fieles en el cumplimiento de nuestros deberes, en casa, en el trabajo, como cristianos. Estos días de fiesta en honor de la Virgen tienen que hacernos pensar que cada uno de nosotros podemos hacer que el mundo cambie.
Recordad aquel dicho castellano “Seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos menos”. Si todos y cada uno de nosotros nos esforzáramos en cambiar, en mejorar, en ser menos “pillos” ¿no estaríamos haciendo un Tarancón mejor?.
¡Qué cambio tan radical en el mundo si los hombres, superados los egoísmos, nos esforzáramos en ese cambio1.
A las puertas del año 2.000 no podemos permanecer como si nada pasara, como si todo tuviera que seguir igual. No estamos solos en esa empresa; en ese trabajo tenemos, somos cristianos, la gracia de Dios, la presencia de Cristo que nos ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo y la protección maternal de la Virgen, a la que nosotros veneramos con el título de Riánsares.
Perdonadme esta digestión, más homilética que pregonera, lo reconozco, pero aunque he dicho que tenemos que cambiar, también, y en honor a la verdad, tengo que reconocer: ¡Cuánto, y para bien, ha cambiado y sigue cambiando Tarancón desde aquellos años de mi infancia!. Al menos, esa es la impresión que yo recibo en las frecuentes aunque meteóricas visitas que venga a hacer a mi familia.
Seguro que hoy las fiestas también han cambiado y para mejor, hoy hay más medios, hay más gente, hay también, y como entonces, muchas ganas de pasarlo bien.
Y ahora que hablo de pasarlo bien. Había en Tarancón algunos personajes curiosos que, por unas razones o por otras, nos alegraban, nos hacían pasarlo bien. Permitidme que recuerde a alguno. ¿Habéis oído hablar del “tío Línea”?. Era un hombre mayor, bonachón, simpático, alegre, siempre con su gorra calada, que hablaba en verso, al menos eso decía la gente, y aunque no era en verso, sin embargo hay que decir en su honor, que repentizaba unos pareados que tenían mucha gracia, a esto le llamábamos “los chistes del tío Línea”.
Recuerdo un día en que unos jóvenes, mozos se decía entonces, estaban en la esquina de Zapatería con Melchor Cano, uno de ellos tenía unos dientes tan grandes que se le salían de la boca, pasó por allí el “tío Línea” y el mozo de los dientes le gritó: “Tío Línea échenos usted un chiste”
Se volvió el tío Línea a ellos, y sin pensarlo, como si hubiera esperado que se le pidiera el chiste, dijo con voz muy solemne. “Por ser tan dientón eres el más feo de toda la reunión”.
Todavía recuerdo las risas estruendosas de los otros mozos y cómo los chavales, perseguidos por el de los dientes, tuvimos que poner pies en polvorosa mientras gritábamos: “Dientón, dientón, dientón”.
Muchos otros personajes podríamos traer a la memoria: Abundio, que salía detrás de nosotros amenazándonos cuando, a la puerta de la tienda en la que vendía imágenes de santos, le gritábamos, y no sé por qué: Abundio sin bastón, levita yesca. Esteba, hombre serio donde los haya, pero que cuando bebía un vaso de más, cosa bastante frecuente, la seriedad se le trocaba en guasa, se reía hasta de su sombra y le tomaba el pelo a todo el que se le pusiera por delante. Sería demasiado prolijo contar alguna de sus guasas, bástenos dcir que era de los que se dice: Tiene buen vino.
Estos son algunos de muchos personajes curiosos que ha tenido Tarancón, pero Tarancón también ha dado grandes hombres, en las ciencias, en las letras y en la milicia, algunos de los cuales viven entre nosotros, por no dejarme en el tintero a ninguno de éstos, quiero recordar sólo a dos de tiempo pasado: Don Fernando Muñoz, Primer Duque de Riánsares, quien, según dejó escrito el abogado y gran taranconero, D. Manuel de la Ossa, era “el hijo guapote de la estanque de Tarancón”, y que contrajo matrimonio con la Reina Regente María Cristina, ante el sacerdote D. Marcos Aniano, a quien Tarancón tiene dedicada una calle.
Melchor Cano, del que no resisto a contar un sucedido que puede, o mejor, que debe ser ejemplo para todos los nacidos y los no nacidos aquí, pero que llevamos a Tarancón en nuestra alma: Se celebraba el concilio de Trento, Melchor Cano era uno de los teólogos que tenían que intervenir. Cuando le tocó el turno de hablar, subió al estrado y expuso una doctrina preciosa, pero expresándose en un latín muy malo, tan malo, que hizo exclamar a uno de los Obispos asistentes: ¡Qué cosas tan bellas pero qué mal dichas!.
Aquellas palabras debieron herirle a Melchor Cano en su amor propio y, vuelto a España, después de la primera sesión del Concilio, en vez de profundizar en el estudio de la Teología, que era lo suyo, se dedicó a estudiar latín, y tan a fondo lo hizo que, tras su intervención en la siguiente sesión del Concilio, aquel Obispo de antaño no tuvo más remedio que exclamar, ¡Qué cosas tan maravillosas y que bellamente dichas!.
En pocos meses, gracias a su esfuerzo, a su tesón, a su fuerza de voluntad, de hablar un latín macarrónico, había pasado a hablar un latín ciceroniano.
¡Taranconeras, taranconeros!. Melchor Cano es un ejemplo a seguir. Esa fuerza de voluntad, ese tesón, es el que habéis de poner todos y cada uno de vosotros para que Tarancón sea lo que todos deseáis, lo que todos queréis, lo que deseamos y queremos los que, sin ser d aquí o sin vivir aquí, llevamos, sin embargo, en nuestro corazón el amor a este pueblo y, en nuestro pecho, la medalla de Riánsares.
¡Taranconeras, taranconeros!, manos a la obra, tenéis ante vosotros un futuro esperanzador, dejad a vuestros hijos, mejorado por vuestros padres, así seréis dignos de vuestros antepasados.
Y para concluir, un recuerdo, un agradecimiento, un deseo, una enhorabuena, un ofrecimiento y una oración.
Mi recuerdo para todos aquellos que, sin duda con más méritos, mayor conocimiento de causa y, por supuesto, con mejor prosa y mayor profundidad en los contenidos de sus pregones, me han precedido en esta tribuna.
Mi agradecimiento a ti, amigo Antonio, Alcalde de este pueblo que considero mío, a la Corporación municipal y la Comisión de Fiestas por invitarme a este acto y, ¡cómo no!, a todos vosotros por vuestra presencia en este pregón.
Mi deseo, que disfrutéis de estas fiestas haciendo de ellas, como os decía al principio, días de paz, de felicidad, de alegría y de hermandad.
Mi enhorabuena a los que habéis elegido a la Reina y Damas de honor como símbolo de la belleza, de la gracia y de la donosura de la mujer taranconera. Enhorabuena también a vosotras que, en vuestro ser y en vuestro comportar, habéis de haceros dignas del galardón con el que habéis sido distinguidas.
Mi ofrecimiento, de mí mismo a todos vosotros, si en algún momento, bien como José Luis Domínguez, hijo de los taranconeros Lorenzo y Concepción, bien como Canciller del Arzobispado de Madrid, pudiera seros de alguna ayuda.
Mi oración, una oración que brota del alma, una oración por todos nosotros, dirigida a la que es y tiene que ser para todos la verdadera Reina, no sólo en las Fiestas, sino en toda nuestra vida, y qué mejor oración que el estribillo de ese Himno del que antes hablaba y que, cantado por todo el pueblo, ha vuelto a resonar, como lo ha hecho durante siglos, bajo las bóvedas de la Iglesia: ¡Virgen de Riánsares pura, ruega por tu Tarancón.

JOSÉ LUIS DOMINGUEZ RUIZ
Artículo que se puede encontrar en el Programa de Fiestas Patronales año 1998

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