PREGÓN DE FIESTAS Y
FERIAS DE TARANCÓN 1998
Taranconeros todos. Familiares,
amigos y amigas.
Muchas gracias a la Comisión de
Festejos del Excelentísimo Ayuntamiento de Tarancón por haberme nombrado
pregonero.
Ignoro qué desconocidos méritos
han podido ver en mí para moverles a tomar tal decisión.
Esto hace aún mayor mi
agradecimiento. Y me siento muy feliz aquí, junto a la representación de los
niños y los mayores, delegada en las dos parejas elegidas, así como entre estas
hermosas jóvenes, la Reina de las fiestas y sus Damas de Honor, que simbolizan
la belleza de la mujer taranconera.
Cuando se me propuso hacer el
pregón de las Fiestas y Ferias del presenta año de 1998, tuve mis dudas si
debía aceptar tal honor. Pensé que como yo no había nacido aquí, tal vez no
debiera usurpar este privilegio a uno de los nacidos taranconeros. Pero a
medida que meditaba más en ello, he considerado algunos acontecimientos de mi
vida y he rememorado numerosos recuerdos desde mi infancia hasta hoy, y en su
conjunto me ha parecido todo lo suficientemente transcendente y definitorio para
estimar que en este lugar se ha marcado poderosamente mi existencia. Y por ello
decidí hacerlo.
Mis padres nacieron ambos en
Tarancón, con antepasados que se remontan siglos atrás en el tiempo circunstancias
de su trabajo hicieron que, poco más o menos en la época de su matrimonio,
tuvieran que emigrar por las provincias de Madrid, Albacete y Ciudad Real. Pero
desde que tuve uso de razón vi que en mi casa se vivía con añoranza un intenso
ambiente taranconero y se mantiene con firmeza la unión y el afecto hacia la
familia. Los frecuentes viajes que realizábamos al pueblo y las visitas que d
aquí recibiéramos, servían para reavivar recuerdos y reactivar y robustecer los
cariños familiares. En la cabecera de la cama de mis padres había siempre,
presidiendo solemne su dormitorio, un cuadro de la Virgen de Riánsares. Allá
donde iban, entre sus más fieles amigos aparecían taranconeros. De tan buena
enseñanza aprendí yo un comportamiento que he procurado mantener hasta hoy. Mis
hijos, que tampoco han nacido aquí, participan igualmente en el amor a
Tarancón, y en las reuniones familiares, o cuando se intenta halagar a un buen
amigo, no suele faltar nuestro plato tradicional, el cuchifrito, que por cierto
lo hago yo y no es porque esté delante, pero me sale muy rico.
Los primeros recuerdos de la vida
de un niño nunca comienzan cuando ya se ha alcanzado cierto grado de madurez.
Anterior a esto a todos se nos aparecen tres o cuatro recuerdos aislados,
perdidos en la oscuridad de los primeros años, probablemente fruto de unos
acontecimientos que nos impactaron. No saben explicar porqué, pero ahí están en
la memoria. Era yo muy pequeño. Ese día cumplía los cuatro años. Ahora cierro
los ojos y con toda nitidez me veo vestido con un jersey y un pantalón largo,
con las manos en los bolsillos, paseando por la acera de la casa de mi abuela
materna. Algún encanto debió envolverme en aquél momento, porque se me ocurrió
prometerme que no se olvidaría nunca de ese día. Y así ha sido. Eso tuvo que
sucederme en Tarancón, donde no vivía; otros muchos cumpleaños han pasado
después sin dejar huellas notorias y la mayor parte se han perdido en el
olvido.
Mi abuela materna tenía un
escondite donde guardaba celosamente las magdalenas de la tía Máxima. Un primo
mío que conocía el secreto aprendió a colarse por el ventanuco que daba a su
dormitorio para sisarle una sola pieza cada vez a fin de que no se notase el
hurto. Cuando yo venía, él me hacía cómplice de la travesura con gran gozo por
mi parte. Estaban riquísimas. Y seguro que no sabían mejor por aquello de ser
robadas.
Las visitas a mi abuela paterna
estaban llenas de encanto. Nunca faltaban para su nieto ausente una palmerita
recién hecha y una onza de chocolate. Conmigo fue una mujer muy dulce y
cariñosa. No hacían falta esas meriendas para que yo la quisiese. Aunque a
cualquier niño esos inocentes sobornos le ganan el corazón. Hoy que yo soy
abuelo de una deliciosa nieta, practico estos mismos inocentes sobornos para
incrementar el mucho amor que los dos nos tenemos.
Venía luego todos los años en
verano, sobre todo en septiembre, a las Fiestas y Ferias. He sido hijo único, y
cuando llegaba aquí, me salían primos por todas partes de mi larga y en general
prolífica familia. ¡Ay callejón de San Roque, con su higuera y su paraíso!.
Cuantos recuerdos y nostalgias. Y mi posada, siempre abierta, en la casa de mi
tío Tomás, hombre bueno y generoso donde los haya. Puedo asegurar que eran esos
de los día más felices de mi vida.
Empecé a conocer así mismo a
otras gentes que no eran de mi familia. Entre ellas han nacido amistades que se
han consolidado con el tiempo, creando sentimientos de una sincera
confraternidad.
Durante todo el año esperaba
ardientemente el poder venir a las Fiestas. Así era el programa de entonces.
Día 7 de Septiembre, 12 de la mañana. Llegada de la Banda de música de
Quintanar de la Orden dirigida por el eminente maestro D. Jesús Sierra
Martínez, que venía acompañada de las comparsas de gigantes y cabezudos. En ese
momento todo comenzaba y todo era alegría. En los primeros días predominaban
los obligados actos de devoción a la Virgen de Riánsares de unos hijos
agradecidos y reconocidos, que prácticamente en masa acudían a venerar a la
Madre. Luego empezaba lo lúdico, acogido con el ansia de lo que se disfrutaba
con escasez. Con tanta diversión los días se consumían rápidamente. Y llegaba
el día 13, retreta y traca final, en la cual nuestro pirotécnico local Sr.
Ramírez colocaba como último cohete un colosal petardo cuya explosión nos
recordaba que había que volver al trabajo. Y hasta el próximo año.
Luego a luego, la banda de
Quintanar dejó de venir y desde entonces lo hace, orgullosamente, nuestra
Agrupación Musical Nuestra Señora de Riánsares.
Entre las fiestas lúdicas de los
mejor era el baile. No era fácil bailar en aquellos tiempos. A veces sólo de
año en año, y en las bodas. Aquí aprendí a moverme con las chicas al ritmo de
la orquesta y al de la melodía de la animadora de turno. Un día, un 11 de
Septiembre, por la tarde, en el Casino Nuevo, desde el rincón donde se
refugiaban los mirones o los tímidos, alguien me comentó, ¡Mira que chica más
guapa!, ¡a que no bailas con ella!. No sé si fue el aceptar un desafío o mi
inexorable destino. Sí que bailé con ella. Tanto bailamos en aquellas fiestas,
que aún seguimos bailando. Si digo que aquella chica era Blanca Ortega pocos la
conocerán, pero si digo que era Chaty Espiga será más fácil que sepáis de quién
se trata. Mi esposa. Con quien hasta ahora he compartido alegrías y pesares.
Las alegrías, felizmente, las más frecuentes. Los pesares con el apoyo mutuo
que da el amor sincero y con la conformidad y el coraje necesarios para empujar
hacia adelante y hacia arriba. Por cierto, a punto estuve de probar el agua del
caño gordo que no había recibido en el bautismo. Se dice que este agua contiene
hechizos especiales y por eso hubiese sido buena la prueba. Los mozos, que se
enteraron antes que yo de mi noviazgo, una noche, a la salida del cine, me
reclamaron la patente. Un arruinado estudiante las más de las veces no tenía un
duro en el bolsillo. Esa noche era una de ellas. Me ví en el caño recibiendo un
tardío bautismo de confirmación. Pero no pasó nada. Pronto se subsanó el
problema como se pudo. Se pagó lo que había que pagar, la moza la valía y se
cumplió como era debido.
Después, casado y con residencia
en Madrid, mi segunda vivienda ha sido desde entonces Tarancón. Por mi
profesión de Médico he tratado siempre de escuchar y atender como se merecían a
cuantos paisanos acudieron a solicitar algo de mí. Si conseguí orientarles y
resolver su problema me vale con la satisfacción de haberlo hecho. Si no, desde
aquí les pido mis disculpas.
Os he contados todo esto porque
he querido exponeros mis credenciales de Taranconero, orgulloso de serlo y de
que se reconozca. Dice el poeta Antonio Machado.
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más.
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Ya habéis visto cómo mis pasos se
han cruzado muchas veces con los vuestros y juntos los hemos entretejido en el
mismo lugar. En Tarancón.
De aquí en adelante Dios dirá. No
se puede ni prever, ni dominar el futuro. Pero lo que sí sé es donde deseo que
se acabe el camino de mi existencia. Será en esa atalaya muda que se asoma a la
Hontanilla y desde la que se domina un valle de lejanos horizontes. Camposanto
donde han acabado las vidas de innumerables antepasados nuestros y donde
duermen sus historias íntimas. Tengo allí muchos parientes más o menos
cercanos. Pero sobre todo me esperan juntos en su pequeña morada, mis dos
raíces básicas, mi padre y mi madre, y una rama desgajada, mi hija, que
rompiendo el orden natural de la vida se me fue precozmente. Cuando lo
determine mi destino me reuniré con ellos en el silencio, a la búsqueda del
ignoto y profundo misterio de lo infinito.
**
Creo yo que Tarancón ha alcanzado
el desarrollo que actualmente tiene en función de dos hechos fundamentales.
Primero, ha tenido el privilegio de estar siempre situado en el estratégico
cruce de unos caminos que comunicaban entre sí ciudades importantes. Y segundo,
esta privilegiada situación atrajo a gentes de distintas razas, cada una de las
cuales aportó sus conocimientos y sus costumbres. De esta diversidad surgió una
convivencia variopinta de agricultores, hortelanos, pastores, gestores,
soldados, comerciantes, artesanos y religiosos, que, integrándose entre sí,
crearon un pueblo que fue capaz de imprimir un crecimiento mayor y más
sostenido que el de los pueblos que le rodeaban. Porque en la carrera de la
historia otras ciudades de nuestro entorno surgieron antes. Pero luego Tarancón
realizó su remontada y hoy es una de las tres ciudades más importantes en el
camino de Madrid a Valencia, y la cabeza de partido judicial de mayor número de
habitantes de la provincia de Cuenca.
Poco a poco sucedió así. Nació
Tarancón, según la tradición, en tiempo de los romanos, que conquistaron la
Península Ibérica y la gobernaron durante más de siete siglos. Había entonces
por la Alcarria y por La Mancha una serie de aldeas y de pequeñas ciudades, muy
dispersas, habitadas principalmente por Celtíberos y Carpetanos. Los romanos,
que llegaron a conquistar un inmenso imperio alrededor del Mediterráneo,
habitado por más de 50 millones de personas, trajeron una cultura y un modo de
gobernar, tan adelantados y tan modernos, que sus influencias aún impregnan
nuestras vidas. Enseñaron esta cultura a los pueblos conquistados. Entre otras
obras engrandecieron o fundaron muchas ciudades por todo su vasto imperio. Y lo
que fue transcendental, construyeron una gran red de comunicaciones y las
pusieron en contacto a todas entre sí. Fueron calzadas romanas. Se decía con
verdad que todos los caminos conducían a Roma. Esto facilitó el paso de sus
legiones. Y, sobre todo, lo que es muy importante, propiciaron el intercambio
de productos y manufacturas; con ello potenciaron el comercio, cuyos
principales polos de mayor desarrollo coincidían muchas veces en los cruces de
caminos.
En nuestro entorno fundaron
Ercávica, Valeria y Segóbriga. Y desde los alrededores de Segóbriga surgió una
encrucijada de caminos que conducían a lo que hoy son Toledo, Alcalá de
Henares, Sigüenza, Cartagena y Sagunto. En esta encrucijada de caminos
aparecieron con el tiempo dos asentamientos humanos, Riánsares y Tarancón.
Durante la dominación romana el
cristianismo, que se había extendido imparable por todo el imperio, fue como
sabéis perseguido, hasta que el emperador Constantino proclamó su conversión y
desde entonces somos legar y oficialmente cristianos.
Luego el imperio romano decae y
es invalido por los bárbaros del norte. A España la conquistan los visigodos
que reinan durante 3 siglos. Los visigodos eran cristianos, pero pertenecían a
la herejía arriana, la cual tenía en menor estimación a la Virgen. Cuando
Recaredo se convierte al catolicismo enaltece su figura, y tomó una decisión
que se convirtió en Estrella de nuestro destino. Fundó un convento de monjas en
Riánsares y entronizó una imagen de Nuestra Señora, que se llamó desde entonces
Virgen de Riánsares. Tal vez lo hizo, porque en aquel cruce de caminos quiso
poner un faro espiritual donde los caminantes la venerasen.
Más tarde los musulmanes nos
invaden y, en pocos años, llegaron hasta el norte, donde son derrotados por D.
Pelayo en la batalla de Covadonga. Allí comienza una larga Reconquista de 7
siglos de duración, hasta la toma de Granada. Por nuestra región esta
reconquista se hizo durante el siglo XII. Debemos a los árabes la traída de las
aguas y la construcción del Caño Gordo y del Caño Chico.
Así pues hemos visto como durante
el primer milenio y comienzos del segundo se va forjando nuestra raza. Es el
resultado de la mezcla de muchos pueblos. Tribus prerromanas, romanos y
visigodos se integraron primero formando el núcleo de los “cristianos viejos”.
Llegan luego los musulmanes, y los judíos, que tras ser expulsados de Jerusalén
se extendieron por todo el mundo. Algunos de estos musulmanes y judíos se
convirtieron al catolicismo, y añadieron, como “cristianos nuevos”, sus
costumbres y conocimientos al fortalecimiento genético de la raza común
resultante. Por otra parte, en el extraordinario libro que sobre Tarancón ha
escrito D. Dimas Pérez Ramírez, y donde se cuenta todo, o casi todo, aparecen
una serie de apellidos de aquellos primeros tiempos. Son estos los Alvarado,
Bustamante, Cano, Cárdenas, Parada, Pascual, Velasco, etc. De ellos, los Cano
pudieron ser originarios de Guadalajara, Toledo y Cuenca. Pero la mayor parte
de los otros proceden de la repoblación que de nuestras tierras hicieron gentes
venidas del norte: gallegos, asturianos, cántabros, vascos, navarros y
castellanos. De todo este maridaje polivalente surgieron las gentes de nuestro
pueblo, gentes recias y orgullosas, tenaces y hospitalarias, que han conducido
Tarancón al estimable desarrollo de nuestros días.
Esto que voy a leer ahora son
algunos daos que he entresacado de su historia más reciente.
Tarancón perteneció en principio
a Uclés, como aldea dependiente de su jurisdicción. Pronto se fraguó una
rivalidad secular y creciente entre ambos pueblos dada la importancia que
paulatinamente adquiríamos. Hasta que en el año de 1537, y por voluntad del
Emperador Carlos V, Tarancón se convierte en Vila, porque en su crecimiento
había alcanzado ya más de 400 vecinos. Desde entonces sus alcaldes tenían los
mismos poderes que lo de Uclés. Solo rendían causas mayores en la jurisdicción
de Ocaña, que era entonces la capital de la provincia. Luego, Felipe II
confirmó definitivamente este privilegio de Villazgo en 1590.
Un año más tarde, en 1591, y en
información obtenida del Censo de la Corona de Castilla, consta ya que Tarancón
tiene los siguientes datos de población.
Nº. de vecinos 846 equivalente a
3.800 habitantes.
De ellos eran:
- Pecheros:
778.
Digamos para entendernos,
artesanos y labriegos en general
- Hidalgos:
51.
Los que habían conseguido cierto
grado de nobleza.
- Clérigos.
17.
Llama la atención la cantidad de
hidalgos, nada menos que 51. Por entonces, enla valoración de un pueblos, era
muy importante la cantidad de hidalgos que tenían. Y sólo tenían más que Tarancón
en toda la provincia, Ocaña, que como capital estaba en todo su esplendor, y
Corral de Almaguer, que tenía el doble de habitantes, pero proporcionalmente
les ganábamos.
El nombramiento de hidalgo se
hacía por méritos contraídos. Entre ellos estaba el de aquellos que tenían 11 o
más hijos vivos, de los cuales 8 eran varones. O bien 7 hijos varones
consecutivos. El humor del pueblo, en el que nunca faltó la agudeza y el
ingenio, en base a estos acreditados méritos procreadores, les llamó con sorna
y picardía, “hidalgos de bragueta”. Pero bromas aparte era un gran mérito en
aquellos tiempos tener y mantener tantos hijos vivos. Pienso yo, que de
aquellos 51, en un pueblo como el nuestro, de hombres valientes, mujeres guapas
y madres abnegadas, más de uno habría.
Y andando el tiempo, no un
hidalgo, sino un Duque tuvimos. Un apuesto taranconero, que con el mérito de su
figura y su afabilidad, sedujo a una Reina, despertando en ella tal pasión, que
rompiendo todos los convencionalismos se casó con él a los tres meses de haber
muerto el Rey. Dios bendijo a la pareja con ocho hijos. Fue un hombre entregado
a la vida familiar y a la protección de artistas. Embelleció su pueblo. Se
apartó cuanto pudo de la política, pero alguno de sus hijos, como hermanos de
madre que eran de la Reina Isabel II y de la Infanta Luisa Fernanda,
emparentaron con príncipes y grandes de la nobleza europea.
Más tarde, en el diccionario de
Madoz, publicado entre los años de 1845-1850 aparecen nuevos datos de Tarancón
en los que ya se aprecia un notorio progreso y se evidencia claramente su
destino de pueblo comerciante e industrial.
Estaba habitado por 4.375 almas.
En agricultura, nuestros
campesinos luchando muchas veces esfuerzo llegaron a obtener cosechas
excedentarias, que permitieron el autoabastecimiento del pueblo, y con el
sobrante crear el primitivo núcleo comercial de Tarancón.
En comercio, se vendía grano y
vino, y se importaban otros artículos de primera necesidad, como arroz y
bacalao, todos los cuales se llevaban a su mercado que se celebraba los jueves
de cada semana y al que concurrían todos los pueblos inmediatos. Se llevaba
también a la Corte el grano y, de manera especial el vino, donde era muy
apreciado por su buena calidad.
En el capítulo de servicios
aparecen 5 posada y 1 parador muy estimado, en el que se disfrutaban todas las
comodidades. Había también todos los oficios indispensables, 1 oficina de
correos, que era la principal de la provincia, 1 hospital, y 1 escuela para
niños y 1 para niñas.
En la industria se contaban,
aparte de las necesarias bodegas para elaborar y almacenar el vino con 11
molinos de aceite, 1 máquina de presión para aceite, 1 molino de viento, 11
hornos, 1 tahona y 47 telares.
Desde entonces hasta ahora la
población de Tarancón se ha triplicado, sobre todos su crecimientos ha sido
espectacular en la segunda mitad de nuestro siglo y su desarrollo, en
concordancia con el que han seguido la vida y la sociedad en nuestro país, ha
sido vertiginoso. Sus resultados, no hace falta describirlos, están obviamente
a la vista de todos nosotros.
Permitidme finalmente que haga un
canto de fe y de esperanza en Tarancón y su futuro. Estamos ante el comienzo de
un nuevo milenio, que ha de traernos beneficios al estar nuestro país dentro de
la Unión Europea, y de su unificación monetaria. Esto nos conducirá a la
necesidad de afrontar distintas y más complejas competencias. Es un reto
difícil, pero apasionante. Yo creo en Tarancón y en su destino. Gozamos de las
mismas buenas condiciones que le han elevado en la historia. Seguimos
emplazados en la misma y beneficiosa encrucijada de caminos; las carreteras
actuales siguen casi idénticos itinerarios a aquellas que trazaron los romanos
y que nos convirtieron en lugar de privilegio. Y creo en los Taranconeros, que
no temen al trabajo y al desafío. Tenemos que adecuarnos a los tiempos
presentes, con inteligencia, que agudiza el ingenio en la visión del mejor
proyecto, con fortaleza, para vencer y derribar obstáculos, con esperanza, que
estimula las ilusiones, y con una gran fe en nosotros mismos. Se dice que la
historia es maestra de la vida. Y también se dice que un pueblo es más noble
cuando se siente orgulloso de los hechos de sus mayores. Pues vamos a aprender
de nuestros antepasados. Y a no defraudarlos. Yo estoy seguro que vamos a hacer
un Tarancón mucho más grande y mucho más próspero, del que nosotros también nos
sintamos luego orgullosos, desde el más allá, ante las generaciones que nos
sucedan.
Taranconeros, que todos nuestros
Santos, San Víctor y Santa Corona, Santa Águeda y San Blas, San Roque, San
Isidro, San Juan y Santa Quiteria, bajo el manto acogedor y el infinito Amor de
Madre de nuestra Virgen que interceda ante el Altísimo su favor. Ella no nos lo
va a negar y, con tan estimable recomendación, allá se andará y lo
conseguiremos.
Pero ahora estamos en nuestras
tradicionales Fiestas y Ferias, y estos días no son tiempos de agobios ni de
problemas. Son, por el contrario, momentos de evasión y de goce, y de pensar
sólo y exclusivamente en disfrutar del merecido y bien ganado descanso. A ello
nos ayudarán como incansables abanderados nuestras numerosas peñas. Bajo las
luminarias que engalanan y embellecen Tarancón, entre el bullicio de
atracciones y festejos, y también bajo esas otras luminarias de alegría, mucho
más importantes porque brotan de nuestros corazones, que desean desbordarse
limpiamente, disfrutad y divertíos.
Disfrutad a tope, como ahora se
dice.
Así os lo deseo, con un fuerte
abrazo.
JOSÉ DOMINGUEZ GARCÍA DE LA PLAZA
Artículo que se puede encontrar en el Programa de Fiestas Patronales de
Tarancón
Año 1999
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