viernes, 22 de julio de 2016

PREGÓN DE FIESTAS Y FERIAS DE TARANCÓN 1998

PREGÓN DE FIESTAS Y FERIAS DE TARANCÓN 1998


JOSÉ DOMINGUEZ GARCÍA DE LA PLAZA

Taranconeros todos. Familiares, amigos y amigas.
Muchas gracias a la Comisión de Festejos del Excelentísimo Ayuntamiento de Tarancón por haberme nombrado pregonero.
Ignoro qué desconocidos méritos han podido ver en mí para moverles a tomar tal decisión.
Esto hace aún mayor mi agradecimiento. Y me siento muy feliz aquí, junto a la representación de los niños y los mayores, delegada en las dos parejas elegidas, así como entre estas hermosas jóvenes, la Reina de las fiestas y sus Damas de Honor, que simbolizan la belleza de la mujer taranconera.
Cuando se me propuso hacer el pregón de las Fiestas y Ferias del presenta año de 1998, tuve mis dudas si debía aceptar tal honor. Pensé que como yo no había nacido aquí, tal vez no debiera usurpar este privilegio a uno de los nacidos taranconeros. Pero a medida que meditaba más en ello, he considerado algunos acontecimientos de mi vida y he rememorado numerosos recuerdos desde mi infancia hasta hoy, y en su conjunto me ha parecido todo lo suficientemente transcendente y definitorio para estimar que en este lugar se ha marcado poderosamente mi existencia. Y por ello decidí hacerlo.
Mis padres nacieron ambos en Tarancón, con antepasados que se remontan siglos atrás en el tiempo circunstancias de su trabajo hicieron que, poco más o menos en la época de su matrimonio, tuvieran que emigrar por las provincias de Madrid, Albacete y Ciudad Real. Pero desde que tuve uso de razón vi que en mi casa se vivía con añoranza un intenso ambiente taranconero y se mantiene con firmeza la unión y el afecto hacia la familia. Los frecuentes viajes que realizábamos al pueblo y las visitas que d aquí recibiéramos, servían para reavivar recuerdos y reactivar y robustecer los cariños familiares. En la cabecera de la cama de mis padres había siempre, presidiendo solemne su dormitorio, un cuadro de la Virgen de Riánsares. Allá donde iban, entre sus más fieles amigos aparecían taranconeros. De tan buena enseñanza aprendí yo un comportamiento que he procurado mantener hasta hoy. Mis hijos, que tampoco han nacido aquí, participan igualmente en el amor a Tarancón, y en las reuniones familiares, o cuando se intenta halagar a un buen amigo, no suele faltar nuestro plato tradicional, el cuchifrito, que por cierto lo hago yo y no es porque esté delante, pero me sale muy rico.
Los primeros recuerdos de la vida de un niño nunca comienzan cuando ya se ha alcanzado cierto grado de madurez. Anterior a esto a todos se nos aparecen tres o cuatro recuerdos aislados, perdidos en la oscuridad de los primeros años, probablemente fruto de unos acontecimientos que nos impactaron. No saben explicar porqué, pero ahí están en la memoria. Era yo muy pequeño. Ese día cumplía los cuatro años. Ahora cierro los ojos y con toda nitidez me veo vestido con un jersey y un pantalón largo, con las manos en los bolsillos, paseando por la acera de la casa de mi abuela materna. Algún encanto debió envolverme en aquél momento, porque se me ocurrió prometerme que no se olvidaría nunca de ese día. Y así ha sido. Eso tuvo que sucederme en Tarancón, donde no vivía; otros muchos cumpleaños han pasado después sin dejar huellas notorias y la mayor parte se han perdido en el olvido.
Mi abuela materna tenía un escondite donde guardaba celosamente las magdalenas de la tía Máxima. Un primo mío que conocía el secreto aprendió a colarse por el ventanuco que daba a su dormitorio para sisarle una sola pieza cada vez a fin de que no se notase el hurto. Cuando yo venía, él me hacía cómplice de la travesura con gran gozo por mi parte. Estaban riquísimas. Y seguro que no sabían mejor por aquello de ser robadas.
Las visitas a mi abuela paterna estaban llenas de encanto. Nunca faltaban para su nieto ausente una palmerita recién hecha y una onza de chocolate. Conmigo fue una mujer muy dulce y cariñosa. No hacían falta esas meriendas para que yo la quisiese. Aunque a cualquier niño esos inocentes sobornos le ganan el corazón. Hoy que yo soy abuelo de una deliciosa nieta, practico estos mismos inocentes sobornos para incrementar el mucho amor que los dos nos tenemos.
Venía luego todos los años en verano, sobre todo en septiembre, a las Fiestas y Ferias. He sido hijo único, y cuando llegaba aquí, me salían primos por todas partes de mi larga y en general prolífica familia. ¡Ay callejón de San Roque, con su higuera y su paraíso!. Cuantos recuerdos y nostalgias. Y mi posada, siempre abierta, en la casa de mi tío Tomás, hombre bueno y generoso donde los haya. Puedo asegurar que eran esos de los día más felices de mi vida.
Empecé a conocer así mismo a otras gentes que no eran de mi familia. Entre ellas han nacido amistades que se han consolidado con el tiempo, creando sentimientos de una sincera confraternidad.
Durante todo el año esperaba ardientemente el poder venir a las Fiestas. Así era el programa de entonces. Día 7 de Septiembre, 12 de la mañana. Llegada de la Banda de música de Quintanar de la Orden dirigida por el eminente maestro D. Jesús Sierra Martínez, que venía acompañada de las comparsas de gigantes y cabezudos. En ese momento todo comenzaba y todo era alegría. En los primeros días predominaban los obligados actos de devoción a la Virgen de Riánsares de unos hijos agradecidos y reconocidos, que prácticamente en masa acudían a venerar a la Madre. Luego empezaba lo lúdico, acogido con el ansia de lo que se disfrutaba con escasez. Con tanta diversión los días se consumían rápidamente. Y llegaba el día 13, retreta y traca final, en la cual nuestro pirotécnico local Sr. Ramírez colocaba como último cohete un colosal petardo cuya explosión nos recordaba que había que volver al trabajo. Y hasta el próximo año.
Luego a luego, la banda de Quintanar dejó de venir y desde entonces lo hace, orgullosamente, nuestra Agrupación Musical Nuestra Señora de Riánsares.
Entre las fiestas lúdicas de los mejor era el baile. No era fácil bailar en aquellos tiempos. A veces sólo de año en año, y en las bodas. Aquí aprendí a moverme con las chicas al ritmo de la orquesta y al de la melodía de la animadora de turno. Un día, un 11 de Septiembre, por la tarde, en el Casino Nuevo, desde el rincón donde se refugiaban los mirones o los tímidos, alguien me comentó, ¡Mira que chica más guapa!, ¡a que no bailas con ella!. No sé si fue el aceptar un desafío o mi inexorable destino. Sí que bailé con ella. Tanto bailamos en aquellas fiestas, que aún seguimos bailando. Si digo que aquella chica era Blanca Ortega pocos la conocerán, pero si digo que era Chaty Espiga será más fácil que sepáis de quién se trata. Mi esposa. Con quien hasta ahora he compartido alegrías y pesares. Las alegrías, felizmente, las más frecuentes. Los pesares con el apoyo mutuo que da el amor sincero y con la conformidad y el coraje necesarios para empujar hacia adelante y hacia arriba. Por cierto, a punto estuve de probar el agua del caño gordo que no había recibido en el bautismo. Se dice que este agua contiene hechizos especiales y por eso hubiese sido buena la prueba. Los mozos, que se enteraron antes que yo de mi noviazgo, una noche, a la salida del cine, me reclamaron la patente. Un arruinado estudiante las más de las veces no tenía un duro en el bolsillo. Esa noche era una de ellas. Me ví en el caño recibiendo un tardío bautismo de confirmación. Pero no pasó nada. Pronto se subsanó el problema como se pudo. Se pagó lo que había que pagar, la moza la valía y se cumplió como era debido.
Después, casado y con residencia en Madrid, mi segunda vivienda ha sido desde entonces Tarancón. Por mi profesión de Médico he tratado siempre de escuchar y atender como se merecían a cuantos paisanos acudieron a solicitar algo de mí. Si conseguí orientarles y resolver su problema me vale con la satisfacción de haberlo hecho. Si no, desde aquí les pido mis disculpas.
Os he contados todo esto porque he querido exponeros mis credenciales de Taranconero, orgulloso de serlo y de que se reconozca. Dice el poeta Antonio Machado.
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más.
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Ya habéis visto cómo mis pasos se han cruzado muchas veces con los vuestros y juntos los hemos entretejido en el mismo lugar. En Tarancón.
De aquí en adelante Dios dirá. No se puede ni prever, ni dominar el futuro. Pero lo que sí sé es donde deseo que se acabe el camino de mi existencia. Será en esa atalaya muda que se asoma a la Hontanilla y desde la que se domina un valle de lejanos horizontes. Camposanto donde han acabado las vidas de innumerables antepasados nuestros y donde duermen sus historias íntimas. Tengo allí muchos parientes más o menos cercanos. Pero sobre todo me esperan juntos en su pequeña morada, mis dos raíces básicas, mi padre y mi madre, y una rama desgajada, mi hija, que rompiendo el orden natural de la vida se me fue precozmente. Cuando lo determine mi destino me reuniré con ellos en el silencio, a la búsqueda del ignoto y profundo misterio de lo infinito.
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Creo yo que Tarancón ha alcanzado el desarrollo que actualmente tiene en función de dos hechos fundamentales. Primero, ha tenido el privilegio de estar siempre situado en el estratégico cruce de unos caminos que comunicaban entre sí ciudades importantes. Y segundo, esta privilegiada situación atrajo a gentes de distintas razas, cada una de las cuales aportó sus conocimientos y sus costumbres. De esta diversidad surgió una convivencia variopinta de agricultores, hortelanos, pastores, gestores, soldados, comerciantes, artesanos y religiosos, que, integrándose entre sí, crearon un pueblo que fue capaz de imprimir un crecimiento mayor y más sostenido que el de los pueblos que le rodeaban. Porque en la carrera de la historia otras ciudades de nuestro entorno surgieron antes. Pero luego Tarancón realizó su remontada y hoy es una de las tres ciudades más importantes en el camino de Madrid a Valencia, y la cabeza de partido judicial de mayor número de habitantes de la provincia de Cuenca.
Poco a poco sucedió así. Nació Tarancón, según la tradición, en tiempo de los romanos, que conquistaron la Península Ibérica y la gobernaron durante más de siete siglos. Había entonces por la Alcarria y por La Mancha una serie de aldeas y de pequeñas ciudades, muy dispersas, habitadas principalmente por Celtíberos y Carpetanos. Los romanos, que llegaron a conquistar un inmenso imperio alrededor del Mediterráneo, habitado por más de 50 millones de personas, trajeron una cultura y un modo de gobernar, tan adelantados y tan modernos, que sus influencias aún impregnan nuestras vidas. Enseñaron esta cultura a los pueblos conquistados. Entre otras obras engrandecieron o fundaron muchas ciudades por todo su vasto imperio. Y lo que fue transcendental, construyeron una gran red de comunicaciones y las pusieron en contacto a todas entre sí. Fueron calzadas romanas. Se decía con verdad que todos los caminos conducían a Roma. Esto facilitó el paso de sus legiones. Y, sobre todo, lo que es muy importante, propiciaron el intercambio de productos y manufacturas; con ello potenciaron el comercio, cuyos principales polos de mayor desarrollo coincidían muchas veces en los cruces de caminos.
En nuestro entorno fundaron Ercávica, Valeria y Segóbriga. Y desde los alrededores de Segóbriga surgió una encrucijada de caminos que conducían a lo que hoy son Toledo, Alcalá de Henares, Sigüenza, Cartagena y Sagunto. En esta encrucijada de caminos aparecieron con el tiempo dos asentamientos humanos, Riánsares y Tarancón.
Durante la dominación romana el cristianismo, que se había extendido imparable por todo el imperio, fue como sabéis perseguido, hasta que el emperador Constantino proclamó su conversión y desde entonces somos legar y oficialmente cristianos.
Luego el imperio romano decae y es invalido por los bárbaros del norte. A España la conquistan los visigodos que reinan durante 3 siglos. Los visigodos eran cristianos, pero pertenecían a la herejía arriana, la cual tenía en menor estimación a la Virgen. Cuando Recaredo se convierte al catolicismo enaltece su figura, y tomó una decisión que se convirtió en Estrella de nuestro destino. Fundó un convento de monjas en Riánsares y entronizó una imagen de Nuestra Señora, que se llamó desde entonces Virgen de Riánsares. Tal vez lo hizo, porque en aquel cruce de caminos quiso poner un faro espiritual donde los caminantes la venerasen.
Más tarde los musulmanes nos invaden y, en pocos años, llegaron hasta el norte, donde son derrotados por D. Pelayo en la batalla de Covadonga. Allí comienza una larga Reconquista de 7 siglos de duración, hasta la toma de Granada. Por nuestra región esta reconquista se hizo durante el siglo XII. Debemos a los árabes la traída de las aguas y la construcción del Caño Gordo y del Caño Chico.
Así pues hemos visto como durante el primer milenio y comienzos del segundo se va forjando nuestra raza. Es el resultado de la mezcla de muchos pueblos. Tribus prerromanas, romanos y visigodos se integraron primero formando el núcleo de los “cristianos viejos”. Llegan luego los musulmanes, y los judíos, que tras ser expulsados de Jerusalén se extendieron por todo el mundo. Algunos de estos musulmanes y judíos se convirtieron al catolicismo, y añadieron, como “cristianos nuevos”, sus costumbres y conocimientos al fortalecimiento genético de la raza común resultante. Por otra parte, en el extraordinario libro que sobre Tarancón ha escrito D. Dimas Pérez Ramírez, y donde se cuenta todo, o casi todo, aparecen una serie de apellidos de aquellos primeros tiempos. Son estos los Alvarado, Bustamante, Cano, Cárdenas, Parada, Pascual, Velasco, etc. De ellos, los Cano pudieron ser originarios de Guadalajara, Toledo y Cuenca. Pero la mayor parte de los otros proceden de la repoblación que de nuestras tierras hicieron gentes venidas del norte: gallegos, asturianos, cántabros, vascos, navarros y castellanos. De todo este maridaje polivalente surgieron las gentes de nuestro pueblo, gentes recias y orgullosas, tenaces y hospitalarias, que han conducido Tarancón al estimable desarrollo de nuestros días.
Esto que voy a leer ahora son algunos daos que he entresacado de su historia más reciente.
Tarancón perteneció en principio a Uclés, como aldea dependiente de su jurisdicción. Pronto se fraguó una rivalidad secular y creciente entre ambos pueblos dada la importancia que paulatinamente adquiríamos. Hasta que en el año de 1537, y por voluntad del Emperador Carlos V, Tarancón se convierte en Vila, porque en su crecimiento había alcanzado ya más de 400 vecinos. Desde entonces sus alcaldes tenían los mismos poderes que lo de Uclés. Solo rendían causas mayores en la jurisdicción de Ocaña, que era entonces la capital de la provincia. Luego, Felipe II confirmó definitivamente este privilegio de Villazgo en 1590.
Un año más tarde, en 1591, y en información obtenida del Censo de la Corona de Castilla, consta ya que Tarancón tiene los siguientes datos de población.
Nº. de vecinos 846 equivalente a 3.800 habitantes.
De ellos eran:
  • Pecheros: 778.
Digamos para entendernos, artesanos y labriegos en general
  • Hidalgos: 51.
Los que habían conseguido cierto grado de nobleza.
  • Clérigos. 17.
Llama la atención la cantidad de hidalgos, nada menos que 51. Por entonces, enla valoración de un pueblos, era muy importante la cantidad de hidalgos que tenían. Y sólo tenían más que Tarancón en toda la provincia, Ocaña, que como capital estaba en todo su esplendor, y Corral de Almaguer, que tenía el doble de habitantes, pero proporcionalmente les ganábamos.
El nombramiento de hidalgo se hacía por méritos contraídos. Entre ellos estaba el de aquellos que tenían 11 o más hijos vivos, de los cuales 8 eran varones. O bien 7 hijos varones consecutivos. El humor del pueblo, en el que nunca faltó la agudeza y el ingenio, en base a estos acreditados méritos procreadores, les llamó con sorna y picardía, “hidalgos de bragueta”. Pero bromas aparte era un gran mérito en aquellos tiempos tener y mantener tantos hijos vivos. Pienso yo, que de aquellos 51, en un pueblo como el nuestro, de hombres valientes, mujeres guapas y madres abnegadas, más de uno habría.
Y andando el tiempo, no un hidalgo, sino un Duque tuvimos. Un apuesto taranconero, que con el mérito de su figura y su afabilidad, sedujo a una Reina, despertando en ella tal pasión, que rompiendo todos los convencionalismos se casó con él a los tres meses de haber muerto el Rey. Dios bendijo a la pareja con ocho hijos. Fue un hombre entregado a la vida familiar y a la protección de artistas. Embelleció su pueblo. Se apartó cuanto pudo de la política, pero alguno de sus hijos, como hermanos de madre que eran de la Reina Isabel II y de la Infanta Luisa Fernanda, emparentaron con príncipes y grandes de la nobleza europea.
Más tarde, en el diccionario de Madoz, publicado entre los años de 1845-1850 aparecen nuevos datos de Tarancón en los que ya se aprecia un notorio progreso y se evidencia claramente su destino de pueblo comerciante e industrial.
Estaba habitado por 4.375 almas.
En agricultura, nuestros campesinos luchando muchas veces esfuerzo llegaron a obtener cosechas excedentarias, que permitieron el autoabastecimiento del pueblo, y con el sobrante crear el primitivo núcleo comercial de Tarancón.
En comercio, se vendía grano y vino, y se importaban otros artículos de primera necesidad, como arroz y bacalao, todos los cuales se llevaban a su mercado que se celebraba los jueves de cada semana y al que concurrían todos los pueblos inmediatos. Se llevaba también a la Corte el grano y, de manera especial el vino, donde era muy apreciado por su buena calidad.
En el capítulo de servicios aparecen 5 posada y 1 parador muy estimado, en el que se disfrutaban todas las comodidades. Había también todos los oficios indispensables, 1 oficina de correos, que era la principal de la provincia, 1 hospital, y 1 escuela para niños y 1 para niñas.
En la industria se contaban, aparte de las necesarias bodegas para elaborar y almacenar el vino con 11 molinos de aceite, 1 máquina de presión para aceite, 1 molino de viento, 11 hornos, 1 tahona y 47 telares.
Desde entonces hasta ahora la población de Tarancón se ha triplicado, sobre todos su crecimientos ha sido espectacular en la segunda mitad de nuestro siglo y su desarrollo, en concordancia con el que han seguido la vida y la sociedad en nuestro país, ha sido vertiginoso. Sus resultados, no hace falta describirlos, están obviamente a la vista de todos nosotros.
Permitidme finalmente que haga un canto de fe y de esperanza en Tarancón y su futuro. Estamos ante el comienzo de un nuevo milenio, que ha de traernos beneficios al estar nuestro país dentro de la Unión Europea, y de su unificación monetaria. Esto nos conducirá a la necesidad de afrontar distintas y más complejas competencias. Es un reto difícil, pero apasionante. Yo creo en Tarancón y en su destino. Gozamos de las mismas buenas condiciones que le han elevado en la historia. Seguimos emplazados en la misma y beneficiosa encrucijada de caminos; las carreteras actuales siguen casi idénticos itinerarios a aquellas que trazaron los romanos y que nos convirtieron en lugar de privilegio. Y creo en los Taranconeros, que no temen al trabajo y al desafío. Tenemos que adecuarnos a los tiempos presentes, con inteligencia, que agudiza el ingenio en la visión del mejor proyecto, con fortaleza, para vencer y derribar obstáculos, con esperanza, que estimula las ilusiones, y con una gran fe en nosotros mismos. Se dice que la historia es maestra de la vida. Y también se dice que un pueblo es más noble cuando se siente orgulloso de los hechos de sus mayores. Pues vamos a aprender de nuestros antepasados. Y a no defraudarlos. Yo estoy seguro que vamos a hacer un Tarancón mucho más grande y mucho más próspero, del que nosotros también nos sintamos luego orgullosos, desde el más allá, ante las generaciones que nos sucedan.
Taranconeros, que todos nuestros Santos, San Víctor y Santa Corona, Santa Águeda y San Blas, San Roque, San Isidro, San Juan y Santa Quiteria, bajo el manto acogedor y el infinito Amor de Madre de nuestra Virgen que interceda ante el Altísimo su favor. Ella no nos lo va a negar y, con tan estimable recomendación, allá se andará y lo conseguiremos.
Pero ahora estamos en nuestras tradicionales Fiestas y Ferias, y estos días no son tiempos de agobios ni de problemas. Son, por el contrario, momentos de evasión y de goce, y de pensar sólo y exclusivamente en disfrutar del merecido y bien ganado descanso. A ello nos ayudarán como incansables abanderados nuestras numerosas peñas. Bajo las luminarias que engalanan y embellecen Tarancón, entre el bullicio de atracciones y festejos, y también bajo esas otras luminarias de alegría, mucho más importantes porque brotan de nuestros corazones, que desean desbordarse limpiamente, disfrutad y divertíos.
Disfrutad a tope, como ahora se dice.
Así os lo deseo, con un fuerte abrazo.

JOSÉ DOMINGUEZ GARCÍA DE LA PLAZA
Artículo que se puede encontrar en el Programa de Fiestas Patronales de Tarancón
Año 1999

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