LA CASA DE PIEDRA
Con este sencillo nombre se
conocía en el pueblo un edificio que conjugaba belleza, sencillez y austeridad,
destacando su singularidad en una zona que finales de los años 40 estaba libre
del agobio urbanístico que ahora la invade.
Pensada como mansión de
labradores acomodados de la Mancha rural, se estructuró, en medio de las
fértiles tierras de labor de la familia Domínguez Azorín, sobre planta
cuadrada, dos niveles de edificación y fachada principal mirando hacia el
camino real de Valencia.
Interiormente el eje central lo
constituía una amplísima escalera de acceso al primer piso, tras la que se
disimulaba un austero patio de luces que limitaba con la fachada oeste. Esta
estructura alejaba al edificio de las clásicas mansiones señoriales
configuradas alrededor de un patio central rodeado de columnas, que en otros
tiempos abundaron en Tarancón.
La fachada principal se
distribuía simétricamente sobre el eje que formaban la puerta principal y el
balcón que la coronaba; a cada lado se distribuían tres ventanales en la planta
baja y tres balcones, sin salientes, en la primera planta. Ventanas inferiores
y balcones enrasados con el paramento eran el único elemento decorativo de la
fachada norte.
Dentro de la sencillez el
paramento sur era el más variado; además de las ventanas inferiores y balcones
superiores, como en el resto de las fachadas, hacia el centro del nivel
superior ostentaba dos pequeñas ventanas ojivales, sin ninguna ornamentación,
que denotaban pertenecer a lo que en tiempos fue la capilla del edificio, que
en mis tiempos se utilizaba como aula de matemáticas. Desde esta fachada sur se
accedía al corral de la labor por sendas puertas situadas en cada uno de los
extremos de la fachada.
La planta baja parecía estar
pensada como zona de servicios, e igual destino tenía durante el tiempo que fue
colegio. A la derecha de la entrada se encontraba un pequeño comedor ara la
comunidad y los profesores, le seguía la cocina y lavandería, luego la clase de
tercer grado de primaria, regentada por D. Pedro Ortiz de León, y por último la
enfermería y taller de costura. A mano izquierda de la planta baja se
encontraban las oficinas, durante muchos años levadas por don Eladio Azorín,
probablemente sirviera de granero.
Separando los cuerpos inferior y superior
del edificio aparecía un friso liso, que rodeaba todo el edificio. Los cuatro
paramentos eran de piedra caliza, finamente labrada en bloques regulares en
jambas y dinteles y de labra más basta e irregular en el resto. El conjunto del
edificio daba sensación de equilibrio, estabilidad, pesadez y armonía, como si
de un bloque de piedra, tallado “in situ”, se tratara. Podemos hacernos una
idea de su aspecto exterior contemplando la fachada sur de la plaza de la
Constitución, antiguos locales del INSS, que en su día también perteneció a la
familia Domínguez Azorín, construido en las mismas fechas y por el mismo
arquitecto.
A la planta alta se accedía por
una amplia escalera, con peldaños de piedra, que desembocaba en un vestíbulo
presidido por el balcón central con sendas habitaciones a derecha e izquierda,
cada una iluminada por tres balcones. Esta zona fue levemente reformada por el
Colegio, uniendo la habitación de ala izquierda con la parte del vestíbulo de
acceso al balcón, para hacer más amplia la zona de estudio, que comprendía todo
el espacio de la fachada oriental, excepto el despacho del padre director que
se encontraba en el ángulo suroeste con un pequeño antedespacho, con el fin d
que el vestíbulo superior no se quedara sin luces, de la zona de estudio lo
separaba una gran mampara acristalada.
La planta alta debió ser, en su
día, la vivienda familiar; al ala sur tenía un largo pasillo desde el que se
accedía a las distintas habitaciones y a la capilla, luego transformadas en
aulas de geografía, matemáticas, física y latín. El ala norte prácticamente
estaba ocupada por un amplísimo salón, habilitado como dormitorio de mayores;
el último morador, D. Isidoro Fernández Azorín, lo utilizaba para ejercicio
físico con un velocípedo, pues rara vez salía de su casa, salvo que lo hiciera
al campo, en su carretín, acompañado de alguno de sus empleados. Frente a la
puerta de este dormitorio se encontraba una escalera que de acceso a un camarón
o buhardilla para subir al tejado, en la que se guardaban las maletas de los
internos y se abría cada día, a la hora de la merienda, por si algún alumno
quería reforzar su ración alimenticia con viandas traídas de casa. Este camarón
era el único espacio utilizado en la zona de la cubierta.
Adosada a la esquina suroeste,
cerrando por el oeste el primitivo corral y luego patio de recreo, se
encontraba una larga nave, también de dos cuerpos –alto y bajo- que en su día
debió servir de establos para las caballerías, con pajares y graneros en su
parte superior a la que se accedía por una plataforma levantada en el ángulo
suroeste. El colegio habilitó la parte inferior como aulas de párvulos, de
primario y capilla. La parte superior se utilizaba como dormitorio de alumnos
menores, al que se accedía primero por la plataforma antedicha y más tarde por
un pasillo que se abrió restando espacio al aula del padre Jesús, “el
abuelete”. La primitiva plataforma quedó así como terraza de dicha aula y en
ella se instaló un quemador de sales de plata, procedente de la ayuda
americana, que se encendía a instancias del servicio meteorológico nacional,
para facilitar la formación de nubes y las precipitaciones. También entonces
había problemas de sequía.
El antiguo corral, luego patio de
recreo, tenía un pozo con brocal de piedra y armazón de hierro para la garrucha
o polea, utilizado, en tiempos, como abrevadero de la labor y abastecimiento de
la casa. Dada la penuria de agua del Tarancón de los años 50, el colegio
instaló una bomba para situaciones de emergencia. Este patio sur conservaba un
viejo y frondoso pino inclinado, así como algunos otros árboles de la primera
época del edificio.
Durante el mandato del padre Juan
Cebrián el viejo corral se amplió hasta el borde de la carretera general e
incluyó el espacio antes ocupado por los servicios de Auxilio Social, junto a
los almacenes de Ignacio Polo. El descampado de la zona norte se convirtió en
nuevo patio con un magnífico frontón mirando a poniente. El espacio que quedaba
entre la puerta principal y la calle se decoró con cuatro pilares de piedra
caliza, rematados por bolas herrerianas, y un pasillo semicircular, también de
piedra caliza, todo ello labrado por canteros de Torrubia del Campo.
Marino Poves Jiménez de la Real Academia Conquense de Artes y
Letras
Articulo que se encuentra reflejado en la Revista Castillejo Nº 14 Año
2005
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