viernes, 5 de agosto de 2016

PREGÓN DE FIESTAS DE TARANCÓN AÑO 2001

PREGÓN DE FIESTAS 2001


Buenas noches y bienvenidos a este pregón de fiestas en honor de nuestra patrona, la Virgen de Riánsares. Antes de empezar, me gustaría decirles lo mucho que significa para mí y la gran satisfacción que me produce estar aquí hoy como pregonera, honor que me ha sido concedido más por la generosidad de nuestro Ayuntamiento y Comisión de Festejos que por méritos propios. Vaya, pues por delante, mi agradecimiento a las autoridades por su confianza y a todos ustedes por su presencia.
He pensado mucho sobre lo que podría decirles a mis convecinos en un día tan señalado y confieso que la responsabilidad resulta imponente. Cuando me enfrentaba a los primeros esbozos del pregón, lamentaba no haber aprendido mucho más y temía presentarme ante ustedes con las manos vacías. Mis escasos conocimientos se refieren a la época clásica y mis experiencias son, con toda seguridad, muchas menos que las suyas, aunque puede que contengan un punto de vista nuevo y diferente. Estos son los dos elementos que yo puedo aportar a nuestro pregón y que voy a tener el placer de compartir con ustedes.
Me pareció que, en una ocasión como ésta, gusta recordar la historia más o menos reciente de nuestro pueblo, pero contamos con ilustres investigadores, de sobra conocidos por todos y de los que tan orgullosos nos sentimos, a los que yo nunca igualaría en esta labor. Del período de nuestra historia del que podría hablar con cierta confianza es de la época romana, y lo cierto es que no sabemos mucho de aquellos días. Los únicos restos materiales que conservamos son el puente sobre el Riánsares, algunos capiteles y basas de columnas en la ermita y unas cuantas vasijas encontradas en los alrededores del núcleo urbano.
Tarancón no parece haber sido uno de los grandes asentamientos de la zona y, sin embargo, a los romanos debemos el inicio de las prácticas agrícolas y comerciales y, lo que es más importante, la construcción de las calzadas que ya entonces nos colocaron en un destacado punto de comunicación y con el tiempo darían origen a uno de nuestros grandes tesoros: nuestra posición de encrucijada.
Se podría decir que el pueblo que hoy es Tarancón, su primacía prosperidad, su carácter emprendedor, su constante afán de renovación y su imparable progreso tuvieron su germen en la romanización.
Y aún nos dejaron otra herencia de tanta o más relevancia: una herencia cultural tan profunda que se puede decir que muchos de sus elementos no han cambiado demasiado desde entonces y que nuestras manifestaciones de culto y su carácter festivo conservan la impronta de aquella gran civilización. También ellos celebraban comunitariamente festejos en honor a sus dioses, aunque la religión romana era, en esencia, muy diferente a lo que nosotros entendemos por tal era de carácter eminentemente práctico y tenía características institucionales, es decir, aportaba la sacralidad necesaria para justificar los actos del imperio.
A pesar de que el Cristianismo supuso un cambio radical en el concepto de fe y religiosidad, no se rompió súbitamente con todas las prácticas anteriores, sino que se adoptaron algunas de ellas y se les dio un nuevo significado. Por eso, nuestras fiestas tienen elementos que pueden encontrarse ya en la Antigüedad.

Así, nuestra patrona, la Virgen de Riánsares, nos pertenece por derecho propio y no por herencia, pero la forma en que festejaremos su nombre y honramos su persona se nutre de las manifestaciones de dolor de este pueblo, desde detalles prácticos, como, por ejemplo, que las fiestas de los romanos en honor a su divinidades corrían a cargo del magistrado local, igual que hoy los patrocina el ayuntamiento, hasta aspectos esenciales, como el hecho de que sus celebraciones solían comenzar sacando las imágenes en procesión para la adoración popular.
Podríamos tomar como ejemplo las Ludi Magni, las fiestas más importantes del calendario romano, que se celebraban en honor a Júpiter justamente en septiembre, del 4 al 19, y en las que, durante dos semanas, salían los ciudadanos a la calle para celebrar sus ritos, bailar y comer todos juntos: dianas, pasacalles y ferial no ha surgido de la noche a la mañana.
O podríamos, para no cansarles con tecnicismos latinos, fijarnos en las prácticas generales de cualquier festividad local de una ciudad de cierta talla. El espíritu y la significación de las fiestas era la misma entonces y ahora. Cuántas veces hemos oído decir o hemos dichos, para dejar claro lo grande e importante que es un pueblo: “¡Menudas fiestas tiene!”.
También en aquella época la consideración de una ciudad estaba estrechamente relacionada con la grandiosidad y exuberancia de sus juegos públicos, que consistían principalmente en carreras en el circo, luchas en el anfiteatro y representaciones teatrales. Y lo mismo nos llena de satisfacción a nosotros sabes que nuestras fiestas son las mejores de los alrededores y más lejos.
Si hacemos el pregón a la manera romana, anunciaremos grosso modo los mismos tipos de espectáculos, eso sí, corregidos y aumentados. Después de invitar a todo el que quiera acercarse a la procesión y ofrendas a nuestra patrona, siguiendo con la tradición que ellos instituyeron, pasaremos a diversiones más mundanas. Para los deportistas, ellos ofrecían carreras en el circo: a pie, a caballo, en carro…. Las conocidas competiciones deportivas olímpicas. Nosotros tendremos deportes para todos los gustos: triatlón, tiro con carabina, con arco, tiro al plato, fútbol, fútbol-sala, motociclismo, balonmano, tenis, ciclismo…
En cuanto a la oferta cultural, para ellos consistía principalmente en la representación teatral de las obras del autor en boga por los actores más populares, junto con certámenes poéticos y musicales; en nuestros días de feria, a las actuaciones de artistas del momento se suman desfiles de carrozas y festivales de bandas.
Finalmente, las luchas en el anfiteatro encuentran su continuación en nuestras corridas de toros. Los espectáculos taurinos, que sólo en la Península Ibérica se conservan, aunque son de origen incierto y recorren más de una tradición, encuentran algunos de sus antecedentes en Roma. Suetonio, en la vida del emperador Claudio, nos cuenta que en los juegos se exhibían a veces jinetes tesalios, que conducían toros bravos alrededor del circo y, cuando habían agotado sus fuerzas, los agarraban los cuernos y los tiraban al suelo.
Esta pelea, que evoca claramente el rejoneo, se realizó después también a pie y luego se sustituyó la participación profesional por la popular, como en los encierros o en las vaquillas.
Los romanos y antes de ellos los íberos, sacrificaban este animal sagrado, y este sacrificio, que marcaba el final de un año, aseguraba la abundancia del siguiente. Ahora ya no entendemos su muerte como un sortilegio de fertilidad, pero sigue siendo elemento esencial de nuestras fiestas, que también para nosotros señalan el final y el principio de un cielo.
Incluso ésta mi labor de hoy la hemos heredado de Roma. Tito Livio, en su Historia de la Urbe desde su fundación, nos informa de que el encargado de convocar a la gente a los actos públicos era el pregonero, y ésa era su misión exclusiva. Las otras funciones de difusión de edictos y anuncios públicos que después se otorgaron a esta figura, se fueron añadiendo a lo largo del tiempo, pero, originalmente, el pregón estaba conectado con las fiestas.
Hay que decir que el pregonero de entonces gozaba exactamente de buena consideración: Marcial, poeta latino nacido en Hispania, en uno de sus epigramas, aconseja: “Si tu hijo parece duro de mollera, hazlo pregonero”. Y tampoco sus intervenciones eran siempre afortunadas; el mismo Suetonio nos cuenta algún caso en que el público se divirtió a sus anchas a costa del despiste de un pobre pregonero, que se aprendió de memoria unas cuantas fórmulas, cada una para una ocasión distinta, y d memoria y sin pensar se equivocó de fórmula y pregonó la fiesta que no era.
En fin, que, como decía, nuestro carácter sigue siendo esencialmente el mismo. Y conocer el origen de nuestras tradiciones pueden ayudar a veces a entenderlas mejor, pero afecta poco a los sentimientos que provocan. Como taranconera, esos sentimientos han sido siempre para mí los mismos que para ustedes: la impaciencia y expectación cuando va terminando el mes de agosto; la explosión de júbilo del chupinazo: la euforia y el despilfarro de entusiasmo del galopeo; la solemnidad y devoción de la procesión y la Misa Mayor; el pasar tranquilo de la ofrenda de flores; la atmósfera general de diversión; la emoción d la fiesta nacional.

Estos días son extraordinariamente significativos y guardan impresiones y recuerdos muy especiales para cada uno de nosotros.
A todos ellos se añade todavía algo más cuando la distancia ofrece una nueva perspectiva, en la que se difuminan los detalles, pero se abarca un panorama más amplio, y nos pone ante los ojos aspectos que no nos habían llamado la atención antes, probablemente porque los dábamos por sentados.
Es curioso: se va uno lejos y se puede tener la sensación de que el espacio que se nos abre va a hacer que el que dejamos atrás parezca pequeño, que vamos a ver tantas cosas nuevas que poco menos que vamos a entender el misterio de la vida; y resulta que lo primero que se da uno cuenta es dl enorme valor de lo que es sólo nuestro, lo que ya teníamos y ahora no está al alcance de la mano.
Creo que entre ustedes habrá muchos que, como yo, viven o han pasado tiempo fuera, y otros tantos que tienen seres queridos en la misma situación. Cuando se está lejos, el pueblo natal significas, de repente, mucho más (o, al menos, se es mucho más consciente de lo que significa). Las raíces no se rompen, sino que se alargan y, cuando se vuelve a Tarancón se vuelve a casa, al hogar, a la familia, a los amigos, a lo que nos es conocido y cercano, al único sitio donde se siente uno totalmente a salvo, como si aquí no nos pudiera pasar nada malo.
El orgullo con que uno dice de dónde es, no mengua con el tiempo ni la distancia y no sé si esto ocurrirá en todas partes o si es algo que se da especialmente aquí, pero creo que nadie se va del todo de Tarancón.
Si los taranconeros llevamos nuestro pueblo en el corazón todo el año (y lo llevamos. Y se ve en cosas aparentemente insignificantes, como cuando ves una iglesia y piensas: “Ay mi parroquia, ay mi arco de la Malena”; o comes un plato que te recuerda a ése de tu pueblo; o dices algo que los demás no entienden y tienes que explicar: “eso se dice en mi pueblo. Significa…”; o cuando en un texto latino sale d término “ansares”, el animal sagrado para los romanos por salvar a Roma con sus graznidos de la invasión de los galos, según nos cuentan Livio y Columela”, y explicas a los alumnos que esa palabra sigue siendo sagrada en el nombre de Nuestra Señora…), hay fechas en la que siempre hacemos todo lo posible por volver. Ni hará falta que les diga que son el 28 de enero, el 15 de agosto y el 8 de septiembre.
Vivir en una cultura distinta, a veces hasta contrapuesta a la nuestra, me ha hecho valorar más que nunca algunos aspectos de estas fechas, especialmente las de septiembre: en primer lugar, la hospitalidad que las caracteriza. Durante esta semana, todo el mundo es bienvenido y agasajado.
Si siempre somos generosos, estos días somos espléndidos.
En segundo lugar, nuestra capacidad de divertimos como pueblo, más allá del ámbito familiar o el grupo de amigos, y no como espectadores, sino como protagonista.
Y sobre todo, el efecto unificador de nuestra fiesta, el punto de referencia cultural que nos provee de una identidad como pueblo. Para los creyentes, la Virgen de Riánsares es madre y protectora; los que no tiene fe, entienden sus fiestas como una parte importante de su vida; para todos, estos días son un lazo que nos une con más fuerza que ningún otro.
Posiblemente les parezca a ustedes que estas cosas nada tienen de extraordinario. Que son lo normal. Pero yo les aseguro que no es así. Y quizá no están garantizadas para las próximas generaciones. Estos aspectos sociales de nuestras fiestas son los que yo quiero destacar hoy mismo especialmente valiosas en nuestro mundo y en nuestros días.
Les hablaba al principio de cómo hemos recogido las tradiciones del pueblo romano. No lo he hecho sólo porque ésa es la materia de mis estudios, sino porque me interesa hacer hincapié en la importancia de que hayamos conservado nuestras tradiciones desde siempre y de que cada civilización que ha llegado a nuestra tierra sino que la haya incorporado a la propia.
Digo esto porque parece que asimilar elementos culturales nuevos no es tan sencillo en nuestros tiempos, que se caracterizan por el cambio constante y veloz. Oímos decir continuamente que estamos en la era de la técnica y la globalización. Con la técnica (no cabe duda de que ha mejorado nuestras condiciones de vida de una manera espectacular), estamos en todo momento contemporizando y cada día aprendemos a usarla humanamente.
La globalización, que aún nos parece, equivocadamente, lejana y ajena, tiene un aspecto romántico y benefactor; el de avanzar hacia un mundo sin fronteras, donde todos podemos estar en todas partes; pero tiene también sus lados oscuros: uno económico, en el que las grandes multinacionales no dejan espacio para las empresas pequeñas o especializadas y neutros están empezando (y, en algunos lugares ya han hecho más que empezar) a destruir la diversidad y el carácter de los pueblos.
Y cuando un pueblo pierde sus señas de identidad y deja d sentirse un grupo unido y activo, cuando, en definitiva, pierde su cultura, surge la falta de comunicación, la frialdad, la inseguridad, el miedo, la desconfianza y, finalmente, el desorden y a veces la violencia.
Desgraciadamente, hay en el mundo muchas sociedades que ya están sufriendo los efectos de esta falta de identidad y coherencia, sociedades que no tenían un tronco consolidado al que unir las culturas que recibían y que han pasado de ser una unidad multicultural a ser una multicultural sin unidad, una sociedad desarraigada y hostil.
Es esto nos diferenciamos de otros pueblos que no han conservado su herencia: nuestros lazos nos hacen más fuertes hacen de nuestra tierra un lugar donde se vive mejor, porque gracias a ellos formamos una gran familia y sabemos no sólo colaborar, sino también convivir y esto nos convierte en un sitio único y afortunado.
Esto que nos hace tan especiales ya lo observaron antes que yo personas de cultura, como el ilustre Giner de los ríos, al que cito literalmente: “La originalidad de un pueblo se determina principalmente en virtud de dos elementos esenciales, a saber: la continuidad de la tradición en cada momento de su historia y la firmeza para mantener la vocación que la inspira y hacerla efectiva en el organismo de la sociedad humana” (Consideraciones sobre el desarrollo de la literatura moderna, 1862, p. 118). Nosotros tenemos esa continuidad.

También estamos sintiendo los efectos globalizadores relacionados con el desarrollo de las comunicaciones: hoy contamos en nuestra población con gran número de habitantes de dispares proveniencias (en esto creo que podemos decir con la cabeza bien alta que Tarancón es un modelo de convivencia). Esta afluencia se produce de una manera cada vez más rápida y nos plantea un reto importante: el de hacer que entre nosotros sólo se sientan sus efectos positivos, enriqueciéndonos l más posible de las formas de vida que acogemos sin perder la nuestra. El reto, en definitiva, de conservar nuestras tradiciones.
Y yo estoy segura de que va a ser así, porque nuestro pueblo ha demostrado su interés no sólo en conservarlas, sino en recuperar las que están casi pérdidas o descuidadas. Como taranconeros, podemos sentirnos orgullosos de muchas cosas: de nuestra prosperidad, de nuestra calidad de vida, d nuestro crecimiento económico, pero hoy, más que nunca, debemos sentirnos orgullosos del simple hecho de ser taranconeros. Y debemos felicitarnos porque celebramos el inicio de nuestras fiestas y, más aún, porque tenemos unas fiestas que celebrar.
No quisiera, sin embargo, que pareciera que me aferro al pasado. Tenemos memoria para aprender de él (y tengamos en cuenta que hoy día el pasado puede estar sólo a unos meses de distancia) y así poder mejorar el futuro.
Y con mis deseos para ese prometedor futuro de Tarancón me despido.
                Mi deseo de que nunca se agote nuestra generosidad con nuestro pueblo, especialmente con los jóvenes y su desarrollo intelectual, para que el mundo sepa de lo que son capaces los bautizados con el agua del Caño Gordo.
Mi esperanza de que Tarancón esté siempre en la vanguardia y consiga todas sus aspiraciones. Para ello hemos andado ya gran parte del camino, gracias al esfuerzo de todos.
Mi deseo de que nuestra convivencia sea siempre armónica y alegre, y en especial durante estas fiestas, que espero que sean las más felices para todos ustedes.
Y, por supuesto, que nos reunamos para disfrutar de ellas por muchos años.
Sólo falta una cosa por decir para terminar este pregón: ¡Viva Tarancón! ¡Viva la Virgen de Riánsares!
¡Felices Fiestas a todos!

Artículo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas de Tarancón
Año 2002

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