PREGÓN DE FIESTAS
2001
Buenas noches y bienvenidos a
este pregón de fiestas en honor de nuestra patrona, la Virgen de Riánsares.
Antes de empezar, me gustaría decirles lo mucho que significa para mí y la gran
satisfacción que me produce estar aquí hoy como pregonera, honor que me ha sido
concedido más por la generosidad de nuestro Ayuntamiento y Comisión de Festejos
que por méritos propios. Vaya, pues por delante, mi agradecimiento a las
autoridades por su confianza y a todos ustedes por su presencia.
He pensado mucho sobre lo que
podría decirles a mis convecinos en un día tan señalado y confieso que la
responsabilidad resulta imponente. Cuando me enfrentaba a los primeros esbozos
del pregón, lamentaba no haber aprendido mucho más y temía presentarme ante ustedes
con las manos vacías. Mis escasos conocimientos se refieren a la época clásica
y mis experiencias son, con toda seguridad, muchas menos que las suyas, aunque
puede que contengan un punto de vista nuevo y diferente. Estos son los dos
elementos que yo puedo aportar a nuestro pregón y que voy a tener el placer de
compartir con ustedes.
Me pareció que, en una ocasión
como ésta, gusta recordar la historia más o menos reciente de nuestro pueblo,
pero contamos con ilustres investigadores, de sobra conocidos por todos y de
los que tan orgullosos nos sentimos, a los que yo nunca igualaría en esta
labor. Del período de nuestra historia del que podría hablar con cierta
confianza es de la época romana, y lo cierto es que no sabemos mucho de
aquellos días. Los únicos restos materiales que conservamos son el puente sobre
el Riánsares, algunos capiteles y basas de columnas en la ermita y unas cuantas
vasijas encontradas en los alrededores del núcleo urbano.
Tarancón no parece haber sido uno
de los grandes asentamientos de la zona y, sin embargo, a los romanos debemos
el inicio de las prácticas agrícolas y comerciales y, lo que es más importante,
la construcción de las calzadas que ya entonces nos colocaron en un destacado
punto de comunicación y con el tiempo darían origen a uno de nuestros grandes
tesoros: nuestra posición de encrucijada.
Se podría decir que el pueblo que
hoy es Tarancón, su primacía prosperidad, su carácter emprendedor, su constante
afán de renovación y su imparable progreso tuvieron su germen en la romanización.
Y aún nos dejaron otra herencia
de tanta o más relevancia: una herencia cultural tan profunda que se puede
decir que muchos de sus elementos no han cambiado demasiado desde entonces y
que nuestras manifestaciones de culto y su carácter festivo conservan la
impronta de aquella gran civilización. También ellos celebraban
comunitariamente festejos en honor a sus dioses, aunque la religión romana era,
en esencia, muy diferente a lo que nosotros entendemos por tal era de carácter
eminentemente práctico y tenía características institucionales, es decir,
aportaba la sacralidad necesaria para justificar los actos del imperio.
A pesar de que el Cristianismo
supuso un cambio radical en el concepto de fe y religiosidad, no se rompió
súbitamente con todas las prácticas anteriores, sino que se adoptaron algunas
de ellas y se les dio un nuevo significado. Por eso, nuestras fiestas tienen
elementos que pueden encontrarse ya en la Antigüedad.
Así, nuestra patrona, la Virgen
de Riánsares, nos pertenece por derecho propio y no por herencia, pero la forma
en que festejaremos su nombre y honramos su persona se nutre de las
manifestaciones de dolor de este pueblo, desde detalles prácticos, como, por ejemplo,
que las fiestas de los romanos en honor a su divinidades corrían a cargo del
magistrado local, igual que hoy los patrocina el ayuntamiento, hasta aspectos
esenciales, como el hecho de que sus celebraciones solían comenzar sacando las
imágenes en procesión para la adoración popular.
Podríamos tomar como ejemplo las Ludi
Magni, las fiestas más importantes del calendario romano, que se celebraban en
honor a Júpiter justamente en septiembre, del 4 al 19, y en las que, durante
dos semanas, salían los ciudadanos a la calle para celebrar sus ritos, bailar y
comer todos juntos: dianas, pasacalles y ferial no ha surgido de la noche a la
mañana.
O podríamos, para no cansarles
con tecnicismos latinos, fijarnos en las prácticas generales de cualquier
festividad local de una ciudad de cierta talla. El espíritu y la significación de
las fiestas era la misma entonces y ahora. Cuántas veces hemos oído decir o
hemos dichos, para dejar claro lo grande e importante que es un pueblo:
“¡Menudas fiestas tiene!”.
También en aquella época la
consideración de una ciudad estaba estrechamente relacionada con la
grandiosidad y exuberancia de sus juegos públicos, que consistían
principalmente en carreras en el circo, luchas en el anfiteatro y
representaciones teatrales. Y lo mismo nos llena de satisfacción a nosotros
sabes que nuestras fiestas son las mejores de los alrededores y más lejos.
Si hacemos el pregón a la manera
romana, anunciaremos grosso modo los
mismos tipos de espectáculos, eso sí, corregidos y aumentados. Después de
invitar a todo el que quiera acercarse a la procesión y ofrendas a nuestra
patrona, siguiendo con la tradición que ellos instituyeron, pasaremos a
diversiones más mundanas. Para los deportistas, ellos ofrecían carreras en el
circo: a pie, a caballo, en carro…. Las conocidas competiciones deportivas
olímpicas. Nosotros tendremos deportes para todos los gustos: triatlón,
tiro con carabina, con arco, tiro al plato, fútbol, fútbol-sala, motociclismo,
balonmano, tenis, ciclismo…
En cuanto a la oferta cultural,
para ellos consistía principalmente en la representación teatral de las obras
del autor en boga por los actores más populares, junto con certámenes poéticos
y musicales; en nuestros días de feria, a las actuaciones de artistas del
momento se suman desfiles de carrozas y festivales de bandas.
Finalmente, las luchas en el anfiteatro
encuentran su continuación en nuestras corridas de toros. Los espectáculos
taurinos, que sólo en la Península Ibérica se conservan, aunque son de origen
incierto y recorren más de una tradición, encuentran algunos de sus
antecedentes en Roma. Suetonio, en la vida del emperador Claudio, nos cuenta
que en los juegos se exhibían a veces jinetes tesalios, que conducían toros
bravos alrededor del circo y, cuando habían agotado sus fuerzas, los agarraban
los cuernos y los tiraban al suelo.
Esta pelea, que evoca claramente
el rejoneo, se realizó después también a pie y luego se sustituyó la
participación profesional por la popular, como en los encierros o en las
vaquillas.
Los romanos y antes de ellos los
íberos, sacrificaban este animal sagrado, y este sacrificio, que marcaba el
final de un año, aseguraba la abundancia del siguiente. Ahora ya no entendemos
su muerte como un sortilegio de fertilidad, pero sigue siendo elemento esencial
de nuestras fiestas, que también para nosotros señalan el final y el principio
de un cielo.
Incluso ésta mi labor de hoy la
hemos heredado de Roma. Tito Livio, en su
Historia de la Urbe desde su fundación, nos informa de que el encargado de
convocar a la gente a los actos públicos era el pregonero, y ésa era su misión
exclusiva. Las otras funciones de difusión de edictos y anuncios públicos que
después se otorgaron a esta figura, se fueron añadiendo a lo largo del tiempo,
pero, originalmente, el pregón estaba conectado con las fiestas.
Hay que decir que el pregonero de
entonces gozaba exactamente de buena consideración: Marcial, poeta latino
nacido en Hispania, en uno de sus epigramas, aconseja: “Si tu hijo parece duro
de mollera, hazlo pregonero”. Y tampoco sus intervenciones eran siempre
afortunadas; el mismo Suetonio nos cuenta algún caso en que el público se
divirtió a sus anchas a costa del despiste de un pobre pregonero, que se
aprendió de memoria unas cuantas fórmulas, cada una para una ocasión distinta,
y d memoria y sin pensar se equivocó de fórmula y pregonó la fiesta que no era.
En fin, que, como decía, nuestro
carácter sigue siendo esencialmente el mismo. Y conocer el origen de nuestras
tradiciones pueden ayudar a veces a entenderlas mejor, pero afecta poco a los
sentimientos que provocan. Como taranconera, esos sentimientos han sido siempre
para mí los mismos que para ustedes: la impaciencia y expectación cuando va
terminando el mes de agosto; la explosión de júbilo del chupinazo: la euforia y
el despilfarro de entusiasmo del galopeo; la solemnidad y devoción de la procesión
y la Misa Mayor; el pasar tranquilo de la ofrenda de flores; la atmósfera
general de diversión; la emoción d la fiesta nacional.
Estos días son
extraordinariamente significativos y guardan impresiones y recuerdos muy
especiales para cada uno de nosotros.
A todos ellos se añade todavía
algo más cuando la distancia ofrece una nueva perspectiva, en la que se
difuminan los detalles, pero se abarca un panorama más amplio, y nos pone ante
los ojos aspectos que no nos habían llamado la atención antes, probablemente
porque los dábamos por sentados.
Es curioso: se va uno lejos y se
puede tener la sensación de que el espacio que se nos abre va a hacer que el
que dejamos atrás parezca pequeño, que vamos a ver tantas cosas nuevas que poco
menos que vamos a entender el misterio de la vida; y resulta que lo primero que
se da uno cuenta es dl enorme valor de lo que es sólo nuestro, lo que ya
teníamos y ahora no está al alcance de la mano.
Creo que entre ustedes habrá
muchos que, como yo, viven o han pasado tiempo fuera, y otros tantos que tienen
seres queridos en la misma situación. Cuando se está lejos, el pueblo natal
significas, de repente, mucho más (o, al menos, se es mucho más consciente de
lo que significa). Las raíces no se rompen, sino que se alargan y, cuando se
vuelve a Tarancón se vuelve a casa, al hogar, a la familia, a los amigos, a lo
que nos es conocido y cercano, al único sitio donde se siente uno totalmente a
salvo, como si aquí no nos pudiera pasar nada malo.
El orgullo con que uno dice de
dónde es, no mengua con el tiempo ni la distancia y no sé si esto ocurrirá en
todas partes o si es algo que se da especialmente aquí, pero creo que nadie se
va del todo de Tarancón.
Si los taranconeros llevamos
nuestro pueblo en el corazón todo el año (y lo llevamos. Y se ve en cosas
aparentemente insignificantes, como cuando ves una iglesia y piensas: “Ay mi
parroquia, ay mi arco de la Malena”; o comes un plato que te recuerda a ése de
tu pueblo; o dices algo que los demás no entienden y tienes que explicar: “eso se
dice en mi pueblo. Significa…”; o cuando en un texto latino sale d término
“ansares”, el animal sagrado para los romanos por salvar a Roma con sus
graznidos de la invasión de los galos, según nos cuentan Livio y Columela”, y
explicas a los alumnos que esa palabra sigue siendo sagrada en el nombre de
Nuestra Señora…), hay fechas en la que siempre hacemos todo lo posible por
volver. Ni hará falta que les diga que son el 28 de enero, el 15 de agosto y el
8 de septiembre.
Vivir en una cultura distinta, a
veces hasta contrapuesta a la nuestra, me ha hecho valorar más que nunca
algunos aspectos de estas fechas, especialmente las de septiembre: en primer
lugar, la hospitalidad que las caracteriza. Durante esta semana, todo el mundo
es bienvenido y agasajado.
Si siempre somos generosos, estos
días somos espléndidos.
En segundo lugar, nuestra
capacidad de divertimos como pueblo, más allá del ámbito familiar o el grupo de
amigos, y no como espectadores, sino como protagonista.
Y sobre todo, el efecto
unificador de nuestra fiesta, el punto de referencia cultural que nos provee de
una identidad como pueblo. Para los creyentes, la Virgen de Riánsares es madre
y protectora; los que no tiene fe, entienden sus fiestas como una parte
importante de su vida; para todos, estos días son un lazo que nos une con más
fuerza que ningún otro.
Posiblemente les parezca a
ustedes que estas cosas nada tienen de extraordinario. Que son lo normal. Pero
yo les aseguro que no es así. Y quizá no están garantizadas para las próximas
generaciones. Estos aspectos sociales de nuestras fiestas son los que yo quiero
destacar hoy mismo especialmente valiosas en nuestro mundo y en nuestros días.
Les hablaba al principio de cómo
hemos recogido las tradiciones del pueblo romano. No lo he hecho sólo porque
ésa es la materia de mis estudios, sino porque me interesa hacer hincapié en la
importancia de que hayamos conservado nuestras tradiciones desde siempre y de
que cada civilización que ha llegado a nuestra tierra sino que la haya
incorporado a la propia.
Digo esto porque parece que
asimilar elementos culturales nuevos no es tan sencillo en nuestros tiempos,
que se caracterizan por el cambio constante y veloz. Oímos decir continuamente
que estamos en la era de la técnica y la globalización. Con la técnica (no cabe
duda de que ha mejorado nuestras condiciones de vida de una manera
espectacular), estamos en todo momento contemporizando y cada día aprendemos a
usarla humanamente.
La globalización, que aún nos
parece, equivocadamente, lejana y ajena, tiene un aspecto romántico y
benefactor; el de avanzar hacia un mundo sin fronteras, donde todos podemos
estar en todas partes; pero tiene también sus lados oscuros: uno económico, en
el que las grandes multinacionales no dejan espacio para las empresas pequeñas
o especializadas y neutros están empezando (y, en algunos lugares ya han hecho
más que empezar) a destruir la diversidad y el carácter de los pueblos.
Y cuando un pueblo pierde sus
señas de identidad y deja d sentirse un grupo unido y activo, cuando, en
definitiva, pierde su cultura, surge la falta de comunicación, la frialdad, la
inseguridad, el miedo, la desconfianza y, finalmente, el desorden y a veces la
violencia.
Desgraciadamente, hay en el mundo
muchas sociedades que ya están sufriendo los efectos de esta falta de identidad
y coherencia, sociedades que no tenían un tronco consolidado al que unir las
culturas que recibían y que han pasado de ser una unidad multicultural a ser
una multicultural sin unidad, una sociedad desarraigada y hostil.
Es esto nos diferenciamos de
otros pueblos que no han conservado su herencia: nuestros lazos nos hacen más
fuertes hacen de nuestra tierra un lugar donde se vive mejor, porque gracias a
ellos formamos una gran familia y sabemos no sólo colaborar, sino también
convivir y esto nos convierte en un sitio único y afortunado.
Esto que nos hace tan especiales
ya lo observaron antes que yo personas de cultura, como el ilustre Giner de los
ríos, al que cito literalmente: “La originalidad de un pueblo se determina
principalmente en virtud de dos elementos esenciales, a saber: la continuidad
de la tradición en cada momento de su historia y la firmeza para mantener la
vocación que la inspira y hacerla efectiva en el organismo de la sociedad
humana” (Consideraciones sobre el
desarrollo de la literatura moderna, 1862, p. 118). Nosotros tenemos esa
continuidad.
También estamos sintiendo los
efectos globalizadores relacionados con el desarrollo de las comunicaciones:
hoy contamos en nuestra población con gran número de habitantes de dispares
proveniencias (en esto creo que podemos decir con la cabeza bien alta que
Tarancón es un modelo de convivencia). Esta afluencia se produce de una manera
cada vez más rápida y nos plantea un reto importante: el de hacer que entre
nosotros sólo se sientan sus efectos positivos, enriqueciéndonos l más posible
de las formas de vida que acogemos sin perder la nuestra. El reto, en
definitiva, de conservar nuestras tradiciones.
Y yo estoy segura de que va a ser
así, porque nuestro pueblo ha demostrado su interés no sólo en conservarlas,
sino en recuperar las que están casi pérdidas o descuidadas. Como taranconeros,
podemos sentirnos orgullosos de muchas cosas: de nuestra prosperidad, de
nuestra calidad de vida, d nuestro crecimiento económico, pero hoy, más que nunca,
debemos sentirnos orgullosos del simple hecho de ser taranconeros. Y debemos
felicitarnos porque celebramos el inicio de nuestras fiestas y, más aún, porque
tenemos unas fiestas que celebrar.
No quisiera, sin embargo, que
pareciera que me aferro al pasado. Tenemos memoria para aprender de él (y
tengamos en cuenta que hoy día el pasado puede estar sólo a unos meses de
distancia) y así poder mejorar el futuro.
Y con mis deseos para ese
prometedor futuro de Tarancón me despido.
Mi
deseo de que nunca se agote nuestra generosidad con nuestro pueblo,
especialmente con los jóvenes y su desarrollo intelectual, para que el mundo
sepa de lo que son capaces los bautizados con el agua del Caño Gordo.
Mi esperanza de que Tarancón esté
siempre en la vanguardia y consiga todas sus aspiraciones. Para ello hemos
andado ya gran parte del camino, gracias al esfuerzo de todos.
Mi deseo de que nuestra
convivencia sea siempre armónica y alegre, y en especial durante estas fiestas,
que espero que sean las más felices para todos ustedes.
Y, por supuesto, que nos reunamos
para disfrutar de ellas por muchos años.
Sólo falta una cosa por decir
para terminar este pregón: ¡Viva Tarancón! ¡Viva la Virgen de Riánsares!
¡Felices Fiestas a todos!
Artículo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas de
Tarancón
Año 2002
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