PREGON FIESTAS
TARANCÓN AÑO 2000
Taranconeras y Taranconeros, buenas noches,
INTRODUCCIÓN
Sé que muchos esperáis que un
periodista que trabaja en la tele lea su pregón sin nervios y seguro. Pues no
es tan fácil cuando se hace delante de la gente que más quiero en el mundo: mis
paisanos. Aunque no lo creáis, no es lo mismo entrevistar que ser entrevistado,
hablar por la tele de esto y de aquello, que hacerlo aquí sobre Tarancón. Me
tranquiliza saber que perdonaréis mis errores por el simple hecho de ser taranconero,
como vosotros. Y sé que perdonaréis mis olvidos inconscientes, o lo nombres que
he tenido que arrinconar porque no es bueno que un pregón se alargue demasiado
y quite tiempo a la diversión.
Sabéis que soy taranconero desde
hace muchos años. No le perdonaré a José Antonio Magro, Concejal de Cultura,
que me propusiera hacer el pregón de este año. Me ha puesto, sin compasión,
ante la evidencia de que los años pasan aprisa. Y pregonero de las fiestas del
año 2000, año eje de dos siglos. Ni más ni menos. Pero estoy encantado y te
perdono. José Antonio. Sé que no ha sido tu intención encorvar mis espaldas con
doscientos años a cuestas.
He escrito unas cuantas cosas en
el ordenador en el que trabajo, desde hace seis años, con un reducido grupo de
compañeros. Periodistas que nos metemos todas las noches en vuestras casas para
contarnos las noticias del día. Bueno, lo que nosotros consideramos noticias.
Sois muchos, y además de primera categoría, los que veis “La 2 Noticias”, el
informativo más informal y fresco de Televisión Española. Estoy convencido de
que a esa forma peculiar de contar la realidad le debo estar hoy aquí entre
vosotros. Es lo que ha debido de considerar la Comisión de Festejos y lo que
hace que vosotros me aguantéis. Lo agradezco profundamente.
LA NOSTALGÍA DEL PASADO
Os decía que preparar este pregón
ha hecho que me sienta mayor o, mejor dicho, que me sienta tan mayor como soy.
No están tan lejanos los años en que Ruperto Periga, un pregonero de verdad,
anunciaba por todas las esquinas, pertrechado de tambor y trompetilla, aquello
de “Por orden de la autoridad, se hace saber…” Eran años en los que los de mi
generación pasábamos bastante de la tele. Entre otras cosas porque en muy pocas
casas se podía comprar un televisor. Para ver “El Fugitivo”, “Furia” o “Los
Intocables”, había que acudir a “El Sol”, el bar de Pipe, a “El Descanso”, de María
Bonilla, o, al Bar de mi primo Paco Olmedilla que, por cierto, tardó mucho en
traer la televisión. Para ver las corridas de toros del Cordobés había colas.
La Plaza del Jesús, ahora de
Castilla –La Mancha, (ahora Plaza de los Leones), las calles de San Roque o
Zapatería, y la Estación de trenes conformaban el plató de una infancia feliz.
En ese plató estaban también Felipe, Matías y Víctor, hijos de Pipe. Una
pandilla a la que se sumaban, algunos de los muchos nietos de mi abuela, la tía
María la Gita, y otros muchachos mayores del barrio.
Eran tiempos en los que,
inexistentes esos incomprensibles prodigios electrónicos de hoy, llenábamos
nuestras vidas jugando a los güitos, la péndola, el hinque o el rescate. La
bicicleta nos permita extender el espacio de nuestras aventuras: a la Ermita de
Riánsares, a bañarnos en el río; al Carril de Huete a por hojas de moreras para
los gusanos de seda; a la Fuente Corpa a robarle alzollas o higos a Trifón. O a
la Cueva del Molino o a los Hornillos, sitios escondidos donde, sin peligro de
sopapos, fumarnos los primeros cigarrillos que Antoñito, el del estanco, le
distraía a su padre. Los domingos, cuando las abuelas se estiraban un poco la
mano –y siempre la estiraban- nos comprábamos pipas en los puestos del tío
Moreno o la tía Celestina e íbamos al gallinero del cine de Don José María para
animar y aplaudir a los buenos de las películas del oeste ante la llegada de los
indios.
Entre juegos y aventuras había
tiempo para leer los chistes de “La codorniz”. La compraba mi tío Visén y yo la
tenía que leer a escondidas porque tenía fama de ser muy atrevida. Yo era tan
ingenuo que lo creía. Hoy resultaría ingenua hasta para un niño de primaria.
La escuela era una aventura más.
Aventura que empezó en la escuela de mis primas “las Olmedillas” (Juliana y
Josefa) y que continuó en el edificio situado en la Plaza España que a mí me
parecía enorme. Cuestión de diferencia de tamaño entre el edificio y yo, un
renacuajo que no levantaba dos palmos del suelo. De sus dos plantas la de
arriba era para los chicos y la de abajo para las chicas. Se cumplía a
rajatabla la regla de oro de “los chicos con los chicos y las chicas con las
chicas”. Ya sabéis todo el tipo de catástrofes que podían sobrevenir si chicos
y chicas se juntaban, según nos advertían los mayores. Catástrofes que abrirían
de par en par, y para toda la eternidad, las puertas del infierno más
abrasador.
Organizando aquella chiquillería
incontrolable, a la que nos daban leche en polvo regalo de los americanos,
media docena de maestros y maestras.
Yo tuve la suerte de dar con Don
Pablo Carnero, que imponía su autoridad por sí mismo. Otros la imponían
mediante reglas de dura madera de carrasco. Chiquillo había que estaba la
semana entera con las manos más moradas que las moras. Don Pablo ensanchó mis
horizontes y aguijoneó mi curiosidad. Gracias a él tuvo estudios ese hijo de un
labrador que escondía su borrica los domingos para que los Guardias Civiles,
convertidos en funcionarios celestiales que obligaban a santificar los días
santos, no le vieran trabajar. Don Pablo fue el responsable de que yo y otros
cuantos, como Benito Torrero, Carlos Párraga o Teófilo Ortega fuéramos a
estudiar a Salamanca, en un Colegio de Frailes Agustinos. Entonces apenas
existía nada fuera de la Iglesia. No fui fraile, pero cambié el púlpito por los
sermones de la tele. A su mujer Doña Germelina, maestra también de muchas
taranconeras, un fuerte abrazo. Seguro que no se pierde este pregón.
Hace 30 años no había internet,
los aviones eran casi un sueño, las carreteras eran malas y los desvencijados
autobuses se desplazaban a paso de tortuga. Del tren más vale no hablar.
Salamanca quedaba lejos, sobre todo para mis padres, porque entonces se
trillaba en las eras del sol a sol, los garbanzos y las lentejas se arrancaban
a mano y sobraban dedos para contar los coches que pasaban por la carretera de
Valencia, algunos de los cuales paraban en Rumasa para repostar gasolina.
Salamanca me dio cosas buenas,
pero no tantas como las que Tarancón puso en mi maleta. Volver en vacaciones a
reponer pueblo era necesario, aunque fui perdiendo poco a poco el contacto con
mis amigos de siempre. Pasamos de niños a hombres. Pero lo que me llevé a
Salamanca en mi maleta sigue intacto en mi equipaje de hoy, como el recuerdo de
un hombre que todos los taranconeros, sean de las ideas que sean, siempre han
querido y respetado: D. José María, el Párroco. De su buen corazón y de su
sentido del humor aprendí mucho. Cuando se embalaba con el seiscientos por los
caminos del Carrizal para la misa de los domingos siempre me decía: “Antonio…
no te preocupes, ¡Vamos con Dios!”. Y debía ser verdad, porque milagro fue que
no se estampara contra un árbol.
Cuando aquí empezó a funcionar el
primer instituto, regresé para terminar mi bachillerato. Tarancón… Salamanca….
Otra vez Tarancón…. Peregrinación que resulta extraña a los jóvenes de hoy porque ahora no hay problemas
para estudiar.
¡Qué dos años pasé en ese
Instituto!. Que las clases fueran mixtas no sólo era la releche, sino la
evidencia del cambio que se había producido en este país. Los profesores eran
jóvenes progresistas que venían de la Universidad y nos enseñaron a mirar la
realidad de forma distinta. Con menos caspa…
De aquellos años, recuerdo a
Alfredo Pastor, Concejal de Hacienda, que por cierto estaba más delgado que
ahora, a su hermano Antonio, a Joaquín Carrasco y a tantos otros compañeros de
aquí y de pueblos cercanos que estudiaban en esa escuela de libertad y buen
rollo que fue el Instituto en aquellos años. Una larga lista de nombre que
siento, por falta de espacio, no incluir en su totalidad.
En las Fiestas nos divertíamos
con los galopeos, las vaquillas o los torillos de fuego. No existían “Las
peñas”, pero daba igual: participábamos totalmente “empeñados”. También nos los
pasábamos bien cuando organizábamos fiestas por nuestra cuenta. ¡Y nos
encargábamos de que fueran muy frecuentes!. Nuestra sede social, como se dice
ahora, era el Bar de la Esquina, de Juanma, un camarero transmigrado de “El
Descanso”. En la Esquina soñábamos con nuestro futuro. Futuro que me obligaba
otra vez a abandonar el pueblo, dejar mi familia, y perder el contacto diario
con los amigos. Aquellos jóvenes nos hemos convertido en psicólogos,
ingenieros, farmacéuticos o periodistas…. Gente, en fin, madura y de apariencia
muy seria, que supongo imponemos cierto respeto a quienes ahora son los que
nosotros fuimos hace casi un rato.
Hice Periodismo en Madrid. Una
suerte… porque eso me permitía volver en el Ruiz casi todos los fines de semana
en la época en que empezaron a aflorar no sólo mis afanes periodísticos, sino
también mi inquietudes políticas. Hasta entonces la política se había visto
como un diablo de siete rabos. Pero de pronto se convirtió en el centro de
nuestras vidas. Eran los años de la transición, del cambio de un régimen. “El
Régimen” con mayúsculas y en exclusiva, en el que todos éramos párvulos, a un
régimen, en minúsculas, en el que pasábamos a ser adultos y podíamos
expresarnos con libertad. Y hablar, lo que se dice hablar, hablábamos hasta por
los codos. Nuestra boca abrió la cremallera.
Y allí estábamos entre otros,
Pedro Antona, Mariano Collado, Miguel Córdoba, Francisco Magro, José
Villacañas, y los políticos de los nuevos partidos que se dejaban caer por
aquí. El gurú de aquellas reuniones, casi clandestinas, era Manolo González
Bonilla “El Tripa”, que nos dejaba generosamente las salas del Hotel Polo para
que arreglásemos Tarancón, España y si se terciaba, que siempre se terciaba, el
mundo entero.
Creo que no éramos muy
conscientes de lo que hacíamos. Pero, visto desde la distancia de ahora,
aquello fue el germen de la nueva forma de hacer política en el pueblo.
Participamos con uñas y dientes en las primeras elecciones democráticas. Y
durante muchos años seguí siempre viniendo a votar a Tarancón, porque era aquí
donde más cerca sentía la política.
De aquel grupo de entonces
pudieron salir muchas de las ideas que se han puesto en práctica después.
Hablábamos de defender nuestro patrimonio artístico y cultural y, sobre todo,
nuestras tradiciones: las verbenas, los mayos o las hogueras de San José.
Queríamos también crear una revista y poner en marcha actividades culturales.
Pues ahí están ahora revistas, o periódicos como “Castillejo” y “El Debate” y
grupos como “El Caño Chico”, recuperadores de nuestro folklore y que acaban de
cumplir veinte años. Un esfuerzo que se ha visto reconocido, dedicándole una
calle del pueblo a Félix “Huevo”, guía indiscutible de estos grupos durante
muchos años. También podemos disfrutar de una coral, de grupos de teatro, de un
cineclub, de una renovada y reconocidísima banda municipal de música, de buen
número de asociaciones, ecologistas entre otras y, lo digo con satisfacción a
pesar de la competencia, de emisoras de radio y televisión.
Os cuento una experiencia
profesional que me llena de orgullo: Mi primer artículos periodísticos,
publicado en 1977, cuando todavía estaba estudiando periodismo, fue sobre
Tarancón y se titulaba “Si la industria no bien, iremos a por ella”. Eran
palabras del entonces Alcalde, Francisco Manzanares, que me lió, en el buen
sentido de la palabra, para que contase las dificultades y de problemas que
tuvo que resolver el Ayuntamiento para traer la empresa Thompson. La primera
empresa importante que se instaló en Tarancón. Creo que con eso se dice todo.
UNA MIRADA AL PRESENTE
Un pregonero periodista padece el
defecto de todos sus colegas: predicar. Y más aún si ha pasado cuatro años
cerca de hábitos. Así que permitidme que predique un poco.
Empezar llamando la atención
sobre los nuevos taranconeros, los que desde otras partes, vienen en busca de
trabajo. Es bueno recordar que hasta hace poco éramos muchos los que viajábamos
a otros sitios en busca de lo que ahora buscan ellos. Hay que exigir que
cumplan la ley, pero no los convirtamos en chivos expiatorios de nuestros
males. Solidaricémonos con sus costumbres, que nos enriquecerán y nos harán
tolerantes, y recordemos lo difícil que resulta para un emigrante perder su
entorno propio y abrirse camino en un mundo que es extraño.
Preocupémonos por lo que tienen
problemas con la delincuencia o con la droga. En Tarancón nos conocemos todos y
todos debemos responsabilizarnos de los jóvenes que, por las razones que sea,
se ven inmersos en esos infiernos. Hay que sacarlos de la heroína sea como sea,
cueste lo que cueste, porque no podemos abandonarlos a su suerte.
Y no olvidemos el medio ambiente.
Desde que los ilustres Dimas Pérez o Marino Poves descubrieron lo que se
escondía en el paraje de la Ermita de Riánsares como medio natural, muchos
pregoneros que me han precedido han cantando las maravillas de ese humedal por
donde, en otros tiempos, volaron garzas y ánsares. ¿Por qué conformarnos con
evocar el pasado?.
Regeneremos el humedal con nuevos
árboles y hagámoslo tan atractivo como lo fue antes para los taranconeros.
Incluso atractivo para los patos.
SOÑANDO EL FUTURO
Y soñemos. Soñemos sueños para
hacerlos realidad. Otros olmedales que aliviaban nuestro campo han desaparecido
por culpa de una plaga que asoló Europa. ¿Por qué no plantamos otras especies y
recuperamos esas sombras frescas, donde descansábamos de la vendimia o, en
verano, disfrutábamos de una buena merienda con la familia o los amigos?.
Y puestos a soñar, ¿Por qué no
creamos granjas escuela en muchas de las huertas que bajan por la ladera de los
cerros de la Vega?. Granjas escuelas, o simples lugares que recreo donde poder
disfrutar de la naturaleza. Os aseguro que el cuidado del medio ambiente es una
apuesta segura de futuro. Cuando vengo los fines de semana a Tarancón, lo que
más me pide el cuerpo es, precisamente, perderme con mis sobrinos por ese
campo: la huerta del Salchichero, la de los Hilos, la Hontanilla, el Carrizal o
la Peña el Águila.
También hay que soñar con nuestro
paisaje urbano; seguir recuperando, por ejemplo, ese barrio de “El Caño”. Como
lo está haciendo este Ayuntamiento, pero más. Seguro que si hubiéramos sido un
pueblo costero, “El Caño” sería la envidia de muchos cascos urbanos antiguos.
Cuidar el pavimento de sus callejuelas, su mobiliario (farolas, bancos,
papeleras), las fachadas de las casas (con esos colores de antaño) los tejados.
Tenemos que potenciar, en
general, la casa frente a los pisos, las calles anchas y en penumbra. No
podemos convertirnos en un barrio anodino de Madrid. Debemos hacer todo lo
posible por salvar de la picota las casas con historia, como se ha hecho con la
casa de Parada o se está haciendo con el Palacio del Duque de Riánsares.
Entre todos tenemos que conseguir
un Tarancón donde sea más fácil crear riqueza y poner nuevas ideas en marcha,
que creen más puestos de trabajo para que cada vez sean menos lo que tengan que
salir de aquí por necesidad.
¿Qué podemos hacer para que
nuestros vinos, que en otros tiempos estuvieron en la mesa de los Reyes,
vuelvan a ser conocidos fuera? ¿Y con nuestros frutos secos, con los quesos
manchegos, con los productos cárnicos o con nuestro rica bollería?. Seguro que
podemos hacer más.
Os contaré una anécdota que he conocido
hace unos días: en Rivas-Vaciamadrid, un pueblo cerca de Madrid, se vende pan
de Tarancón como si fuera un producto con denominación de origen. Está el pan
normal y el pan de Tarancón, que se vende más caro como de mejor clase. Os
parecerá una tontería, pero me ha llenado de orgullo saberlo.
Lo mismo cabe decir de nuestras
celebraciones. Hay que intentar potenciar y difundir más fiestas como las de la
Virgen de Riánsares, los Carnavales o la Semana Santa, para que cada día sean
más lo que se acerquen por aquí para disfrutarlas, convirtiéndolas, por qué no,
en una nueva fuente de riqueza económica..
Estoy intentando poner las pilas
o nuestro Ayuntamiento para que no se deje de abordar, como lo está haciendo,
mejoras para nuestro pueblo. Porque, a pesar de las cosas que nos gustaría
mejorar, Tarancón nos gusta y lo queremos. Y lo queremos porque somos un pueblo
con una tradición y una historia que nos llena de orgullo.
PAN, VINO… Y FELICES FIESTAS 2000
En este empeño por hacer un
Tarancón mejor y más competitivo, -que sepa combinar el pasado con el futuro,
la tradición con las nuevas tecnologías, la industria con el respeto al
medioambiente-, tenemos que ir todos juntos: empresarios, trabajadores,
agricultores, amas de casa, estudiantes o políticos.
Contáis con mi ayuda, con la
modesta ayuda del hijo de Vicente y Paca, nieto de la tía Rafaela Olmedilla, de
María “la Gita”, de Esteban “El Rumbón”, y de Eusebio Cuenca. Familias cien por
cien taranconeras, pero sobre todo gente cabal y trabajadora que ha llamado
siempre al pan, pan y al vino, vino.
Mi vida de periodista no me deja
tanto tiempo como quisiera para saber más de mi pueblo y vivir más con
vosotros. Aunque intento seguiros de cerca leyendo lo que escribís y oyendo y
viendo lo que decís por la radio y la televisión. Vaya por cierto mi saludo a
todos estos taranconeros y taranconeras, y en especial a todos los que trabajan
en esa ventana de la “tele” que me permite ver el Tarancón de dos mil que no
deja de crecer.
Para sacar adelante nuestros
mejores deseos para Tarancón es importante que sepamos divertirnos. Ahora es un
buen momento: Las fiestas están al caer. Y lo mejor que podemos hacer es
disfrutarlas a tope, de verdad. Todos: grandes y chicos, hombres y mujeres,
taranconeros y forasteros; todo lo que venga con buen rollo y con ganas de
pasarlo bien. Yo intentaré este año aprovecharlas todo lo que pueda, para
seguir después, donde sea, presumiendo como siempre en mi pueblo.
Mis felicitaciones a la Reina de
las Fiestas y a sus Damas, a esta pareja joven de la Tercera Edad y al futuro
de Tarancón, representando aquí por estos dos niños que estarán cansados ya de
escucharme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario