miércoles, 3 de agosto de 2016

PREGON FIESTAS TARANCÓN AÑO 2000

PREGON FIESTAS TARANCÓN AÑO 2000

Taranconeras y Taranconeros, buenas noches,
INTRODUCCIÓN
Sé que muchos esperáis que un periodista que trabaja en la tele lea su pregón sin nervios y seguro. Pues no es tan fácil cuando se hace delante de la gente que más quiero en el mundo: mis paisanos. Aunque no lo creáis, no es lo mismo entrevistar que ser entrevistado, hablar por la tele de esto y de aquello, que hacerlo aquí sobre Tarancón. Me tranquiliza saber que perdonaréis mis errores por el simple hecho de ser taranconero, como vosotros. Y sé que perdonaréis mis olvidos inconscientes, o lo nombres que he tenido que arrinconar porque no es bueno que un pregón se alargue demasiado y quite tiempo a la diversión.
Sabéis que soy taranconero desde hace muchos años. No le perdonaré a José Antonio Magro, Concejal de Cultura, que me propusiera hacer el pregón de este año. Me ha puesto, sin compasión, ante la evidencia de que los años pasan aprisa. Y pregonero de las fiestas del año 2000, año eje de dos siglos. Ni más ni menos. Pero estoy encantado y te perdono. José Antonio. Sé que no ha sido tu intención encorvar mis espaldas con doscientos años a cuestas.
He escrito unas cuantas cosas en el ordenador en el que trabajo, desde hace seis años, con un reducido grupo de compañeros. Periodistas que nos metemos todas las noches en vuestras casas para contarnos las noticias del día. Bueno, lo que nosotros consideramos noticias. Sois muchos, y además de primera categoría, los que veis “La 2 Noticias”, el informativo más informal y fresco de Televisión Española. Estoy convencido de que a esa forma peculiar de contar la realidad le debo estar hoy aquí entre vosotros. Es lo que ha debido de considerar la Comisión de Festejos y lo que hace que vosotros me aguantéis. Lo agradezco profundamente.
LA NOSTALGÍA DEL PASADO
Os decía que preparar este pregón ha hecho que me sienta mayor o, mejor dicho, que me sienta tan mayor como soy. No están tan lejanos los años en que Ruperto Periga, un pregonero de verdad, anunciaba por todas las esquinas, pertrechado de tambor y trompetilla, aquello de “Por orden de la autoridad, se hace saber…” Eran años en los que los de mi generación pasábamos bastante de la tele. Entre otras cosas porque en muy pocas casas se podía comprar un televisor. Para ver “El Fugitivo”, “Furia” o “Los Intocables”, había que acudir a “El Sol”, el bar de Pipe, a “El Descanso”, de María Bonilla, o, al Bar de mi primo Paco Olmedilla que, por cierto, tardó mucho en traer la televisión. Para ver las corridas de toros del Cordobés había colas.
La Plaza del Jesús, ahora de Castilla –La Mancha, (ahora Plaza de los Leones), las calles de San Roque o Zapatería, y la Estación de trenes conformaban el plató de una infancia feliz. En ese plató estaban también Felipe, Matías y Víctor, hijos de Pipe. Una pandilla a la que se sumaban, algunos de los muchos nietos de mi abuela, la tía María la Gita, y otros muchachos mayores del barrio.
Eran tiempos en los que, inexistentes esos incomprensibles prodigios electrónicos de hoy, llenábamos nuestras vidas jugando a los güitos, la péndola, el hinque o el rescate. La bicicleta nos permita extender el espacio de nuestras aventuras: a la Ermita de Riánsares, a bañarnos en el río; al Carril de Huete a por hojas de moreras para los gusanos de seda; a la Fuente Corpa a robarle alzollas o higos a Trifón. O a la Cueva del Molino o a los Hornillos, sitios escondidos donde, sin peligro de sopapos, fumarnos los primeros cigarrillos que Antoñito, el del estanco, le distraía a su padre. Los domingos, cuando las abuelas se estiraban un poco la mano –y siempre la estiraban- nos comprábamos pipas en los puestos del tío Moreno o la tía Celestina e íbamos al gallinero del cine de Don José María para animar y aplaudir a los buenos de las películas del oeste ante la llegada de los indios.
Entre juegos y aventuras había tiempo para leer los chistes de “La codorniz”. La compraba mi tío Visén y yo la tenía que leer a escondidas porque tenía fama de ser muy atrevida. Yo era tan ingenuo que lo creía. Hoy resultaría ingenua hasta para un niño de primaria.
La escuela era una aventura más. Aventura que empezó en la escuela de mis primas “las Olmedillas” (Juliana y Josefa) y que continuó en el edificio situado en la Plaza España que a mí me parecía enorme. Cuestión de diferencia de tamaño entre el edificio y yo, un renacuajo que no levantaba dos palmos del suelo. De sus dos plantas la de arriba era para los chicos y la de abajo para las chicas. Se cumplía a rajatabla la regla de oro de “los chicos con los chicos y las chicas con las chicas”. Ya sabéis todo el tipo de catástrofes que podían sobrevenir si chicos y chicas se juntaban, según nos advertían los mayores. Catástrofes que abrirían de par en par, y para toda la eternidad, las puertas del infierno más abrasador.
Organizando aquella chiquillería incontrolable, a la que nos daban leche en polvo regalo de los americanos, media docena de maestros y maestras.

Yo tuve la suerte de dar con Don Pablo Carnero, que imponía su autoridad por sí mismo. Otros la imponían mediante reglas de dura madera de carrasco. Chiquillo había que estaba la semana entera con las manos más moradas que las moras. Don Pablo ensanchó mis horizontes y aguijoneó mi curiosidad. Gracias a él tuvo estudios ese hijo de un labrador que escondía su borrica los domingos para que los Guardias Civiles, convertidos en funcionarios celestiales que obligaban a santificar los días santos, no le vieran trabajar. Don Pablo fue el responsable de que yo y otros cuantos, como Benito Torrero, Carlos Párraga o Teófilo Ortega fuéramos a estudiar a Salamanca, en un Colegio de Frailes Agustinos. Entonces apenas existía nada fuera de la Iglesia. No fui fraile, pero cambié el púlpito por los sermones de la tele. A su mujer Doña Germelina, maestra también de muchas taranconeras, un fuerte abrazo. Seguro que no se pierde este pregón.
Hace 30 años no había internet, los aviones eran casi un sueño, las carreteras eran malas y los desvencijados autobuses se desplazaban a paso de tortuga. Del tren más vale no hablar. Salamanca quedaba lejos, sobre todo para mis padres, porque entonces se trillaba en las eras del sol a sol, los garbanzos y las lentejas se arrancaban a mano y sobraban dedos para contar los coches que pasaban por la carretera de Valencia, algunos de los cuales paraban en Rumasa para repostar gasolina.
Salamanca me dio cosas buenas, pero no tantas como las que Tarancón puso en mi maleta. Volver en vacaciones a reponer pueblo era necesario, aunque fui perdiendo poco a poco el contacto con mis amigos de siempre. Pasamos de niños a hombres. Pero lo que me llevé a Salamanca en mi maleta sigue intacto en mi equipaje de hoy, como el recuerdo de un hombre que todos los taranconeros, sean de las ideas que sean, siempre han querido y respetado: D. José María, el Párroco. De su buen corazón y de su sentido del humor aprendí mucho. Cuando se embalaba con el seiscientos por los caminos del Carrizal para la misa de los domingos siempre me decía: “Antonio… no te preocupes, ¡Vamos con Dios!”. Y debía ser verdad, porque milagro fue que no se estampara contra un árbol.
Cuando aquí empezó a funcionar el primer instituto, regresé para terminar mi bachillerato. Tarancón… Salamanca…. Otra vez Tarancón…. Peregrinación que resulta extraña a los  jóvenes de hoy porque ahora no hay problemas para estudiar.
¡Qué dos años pasé en ese Instituto!. Que las clases fueran mixtas no sólo era la releche, sino la evidencia del cambio que se había producido en este país. Los profesores eran jóvenes progresistas que venían de la Universidad y nos enseñaron a mirar la realidad de forma distinta. Con menos caspa…
De aquellos años, recuerdo a Alfredo Pastor, Concejal de Hacienda, que por cierto estaba más delgado que ahora, a su hermano Antonio, a Joaquín Carrasco y a tantos otros compañeros de aquí y de pueblos cercanos que estudiaban en esa escuela de libertad y buen rollo que fue el Instituto en aquellos años. Una larga lista de nombre que siento, por falta de espacio, no incluir en su totalidad.
En las Fiestas nos divertíamos con los galopeos, las vaquillas o los torillos de fuego. No existían “Las peñas”, pero daba igual: participábamos totalmente “empeñados”. También nos los pasábamos bien cuando organizábamos fiestas por nuestra cuenta. ¡Y nos encargábamos de que fueran muy frecuentes!. Nuestra sede social, como se dice ahora, era el Bar de la Esquina, de Juanma, un camarero transmigrado de “El Descanso”. En la Esquina soñábamos con nuestro futuro. Futuro que me obligaba otra vez a abandonar el pueblo, dejar mi familia, y perder el contacto diario con los amigos. Aquellos jóvenes nos hemos convertido en psicólogos, ingenieros, farmacéuticos o periodistas…. Gente, en fin, madura y de apariencia muy seria, que supongo imponemos cierto respeto a quienes ahora son los que nosotros fuimos hace casi un rato.
Hice Periodismo en Madrid. Una suerte… porque eso me permitía volver en el Ruiz casi todos los fines de semana en la época en que empezaron a aflorar no sólo mis afanes periodísticos, sino también mi inquietudes políticas. Hasta entonces la política se había visto como un diablo de siete rabos. Pero de pronto se convirtió en el centro de nuestras vidas. Eran los años de la transición, del cambio de un régimen. “El Régimen” con mayúsculas y en exclusiva, en el que todos éramos párvulos, a un régimen, en minúsculas, en el que pasábamos a ser adultos y podíamos expresarnos con libertad. Y hablar, lo que se dice hablar, hablábamos hasta por los codos. Nuestra boca abrió la cremallera.
Y allí estábamos entre otros, Pedro Antona, Mariano Collado, Miguel Córdoba, Francisco Magro, José Villacañas, y los políticos de los nuevos partidos que se dejaban caer por aquí. El gurú de aquellas reuniones, casi clandestinas, era Manolo González Bonilla “El Tripa”, que nos dejaba generosamente las salas del Hotel Polo para que arreglásemos Tarancón, España y si se terciaba, que siempre se terciaba, el mundo entero.

Creo que no éramos muy conscientes de lo que hacíamos. Pero, visto desde la distancia de ahora, aquello fue el germen de la nueva forma de hacer política en el pueblo. Participamos con uñas y dientes en las primeras elecciones democráticas. Y durante muchos años seguí siempre viniendo a votar a Tarancón, porque era aquí donde más cerca sentía la política.
De aquel grupo de entonces pudieron salir muchas de las ideas que se han puesto en práctica después. Hablábamos de defender nuestro patrimonio artístico y cultural y, sobre todo, nuestras tradiciones: las verbenas, los mayos o las hogueras de San José. Queríamos también crear una revista y poner en marcha actividades culturales. Pues ahí están ahora revistas, o periódicos como “Castillejo” y “El Debate” y grupos como “El Caño Chico”, recuperadores de nuestro folklore y que acaban de cumplir veinte años. Un esfuerzo que se ha visto reconocido, dedicándole una calle del pueblo a Félix “Huevo”, guía indiscutible de estos grupos durante muchos años. También podemos disfrutar de una coral, de grupos de teatro, de un cineclub, de una renovada y reconocidísima banda municipal de música, de buen número de asociaciones, ecologistas entre otras y, lo digo con satisfacción a pesar de la competencia, de emisoras de radio y televisión.
Os cuento una experiencia profesional que me llena de orgullo: Mi primer artículos periodísticos, publicado en 1977, cuando todavía estaba estudiando periodismo, fue sobre Tarancón y se titulaba “Si la industria no bien, iremos a por ella”. Eran palabras del entonces Alcalde, Francisco Manzanares, que me lió, en el buen sentido de la palabra, para que contase las dificultades y de problemas que tuvo que resolver el Ayuntamiento para traer la empresa Thompson. La primera empresa importante que se instaló en Tarancón. Creo que con eso se dice todo.
UNA MIRADA AL PRESENTE

Un pregonero periodista padece el defecto de todos sus colegas: predicar. Y más aún si ha pasado cuatro años cerca de hábitos. Así que permitidme que predique un poco.
Empezar llamando la atención sobre los nuevos taranconeros, los que desde otras partes, vienen en busca de trabajo. Es bueno recordar que hasta hace poco éramos muchos los que viajábamos a otros sitios en busca de lo que ahora buscan ellos. Hay que exigir que cumplan la ley, pero no los convirtamos en chivos expiatorios de nuestros males. Solidaricémonos con sus costumbres, que nos enriquecerán y nos harán tolerantes, y recordemos lo difícil que resulta para un emigrante perder su entorno propio y abrirse camino en un mundo que es extraño.
Preocupémonos por lo que tienen problemas con la delincuencia o con la droga. En Tarancón nos conocemos todos y todos debemos responsabilizarnos de los jóvenes que, por las razones que sea, se ven inmersos en esos infiernos. Hay que sacarlos de la heroína sea como sea, cueste lo que cueste, porque no podemos abandonarlos a su suerte.
Y no olvidemos el medio ambiente. Desde que los ilustres Dimas Pérez o Marino Poves descubrieron lo que se escondía en el paraje de la Ermita de Riánsares como medio natural, muchos pregoneros que me han precedido han cantando las maravillas de ese humedal por donde, en otros tiempos, volaron garzas y ánsares. ¿Por qué conformarnos con evocar el pasado?.
Regeneremos el humedal con nuevos árboles y hagámoslo tan atractivo como lo fue antes para los taranconeros. Incluso atractivo para los patos.

SOÑANDO EL FUTURO
Y soñemos. Soñemos sueños para hacerlos realidad. Otros olmedales que aliviaban nuestro campo han desaparecido por culpa de una plaga que asoló Europa. ¿Por qué no plantamos otras especies y recuperamos esas sombras frescas, donde descansábamos de la vendimia o, en verano, disfrutábamos de una buena merienda con la familia o los amigos?.
Y puestos a soñar, ¿Por qué no creamos granjas escuela en muchas de las huertas que bajan por la ladera de los cerros de la Vega?. Granjas escuelas, o simples lugares que recreo donde poder disfrutar de la naturaleza. Os aseguro que el cuidado del medio ambiente es una apuesta segura de futuro. Cuando vengo los fines de semana a Tarancón, lo que más me pide el cuerpo es, precisamente, perderme con mis sobrinos por ese campo: la huerta del Salchichero, la de los Hilos, la Hontanilla, el Carrizal o la Peña el Águila.
También hay que soñar con nuestro paisaje urbano; seguir recuperando, por ejemplo, ese barrio de “El Caño”. Como lo está haciendo este Ayuntamiento, pero más. Seguro que si hubiéramos sido un pueblo costero, “El Caño” sería la envidia de muchos cascos urbanos antiguos. Cuidar el pavimento de sus callejuelas, su mobiliario (farolas, bancos, papeleras), las fachadas de las casas (con esos colores de antaño) los tejados.
Tenemos que potenciar, en general, la casa frente a los pisos, las calles anchas y en penumbra. No podemos convertirnos en un barrio anodino de Madrid. Debemos hacer todo lo posible por salvar de la picota las casas con historia, como se ha hecho con la casa de Parada o se está haciendo con el Palacio del Duque de Riánsares.
Entre todos tenemos que conseguir un Tarancón donde sea más fácil crear riqueza y poner nuevas ideas en marcha, que creen más puestos de trabajo para que cada vez sean menos lo que tengan que salir de aquí por necesidad.
¿Qué podemos hacer para que nuestros vinos, que en otros tiempos estuvieron en la mesa de los Reyes, vuelvan a ser conocidos fuera? ¿Y con nuestros frutos secos, con los quesos manchegos, con los productos cárnicos o con nuestro rica bollería?. Seguro que podemos hacer más.

Os contaré una anécdota que he conocido hace unos días: en Rivas-Vaciamadrid, un pueblo cerca de Madrid, se vende pan de Tarancón como si fuera un producto con denominación de origen. Está el pan normal y el pan de Tarancón, que se vende más caro como de mejor clase. Os parecerá una tontería, pero me ha llenado de orgullo saberlo.
Lo mismo cabe decir de nuestras celebraciones. Hay que intentar potenciar y difundir más fiestas como las de la Virgen de Riánsares, los Carnavales o la Semana Santa, para que cada día sean más lo que se acerquen por aquí para disfrutarlas, convirtiéndolas, por qué no, en una nueva fuente de riqueza económica..
Estoy intentando poner las pilas o nuestro Ayuntamiento para que no se deje de abordar, como lo está haciendo, mejoras para nuestro pueblo. Porque, a pesar de las cosas que nos gustaría mejorar, Tarancón nos gusta y lo queremos. Y lo queremos porque somos un pueblo con una tradición y una historia que nos llena de orgullo.
PAN, VINO… Y FELICES FIESTAS 2000
En este empeño por hacer un Tarancón mejor y más competitivo, -que sepa combinar el pasado con el futuro, la tradición con las nuevas tecnologías, la industria con el respeto al medioambiente-, tenemos que ir todos juntos: empresarios, trabajadores, agricultores, amas de casa, estudiantes o políticos.
Contáis con mi ayuda, con la modesta ayuda del hijo de Vicente y Paca, nieto de la tía Rafaela Olmedilla, de María “la Gita”, de Esteban “El Rumbón”, y de Eusebio Cuenca. Familias cien por cien taranconeras, pero sobre todo gente cabal y trabajadora que ha llamado siempre al pan, pan y al vino, vino.
Mi vida de periodista no me deja tanto tiempo como quisiera para saber más de mi pueblo y vivir más con vosotros. Aunque intento seguiros de cerca leyendo lo que escribís y oyendo y viendo lo que decís por la radio y la televisión. Vaya por cierto mi saludo a todos estos taranconeros y taranconeras, y en especial a todos los que trabajan en esa ventana de la “tele” que me permite ver el Tarancón de dos mil que no deja de crecer.

Para sacar adelante nuestros mejores deseos para Tarancón es importante que sepamos divertirnos. Ahora es un buen momento: Las fiestas están al caer. Y lo mejor que podemos hacer es disfrutarlas a tope, de verdad. Todos: grandes y chicos, hombres y mujeres, taranconeros y forasteros; todo lo que venga con buen rollo y con ganas de pasarlo bien. Yo intentaré este año aprovecharlas todo lo que pueda, para seguir después, donde sea, presumiendo como siempre en mi pueblo.
Mis felicitaciones a la Reina de las Fiestas y a sus Damas, a esta pareja joven de la Tercera Edad y al futuro de Tarancón, representando aquí por estos dos niños que estarán cansados ya de escucharme.








Articulo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas Patronales de Tarancón
año 2001

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