miércoles, 31 de agosto de 2016

PREGÓN DE FIESTAS 2005

PREGÓN DE FIESTAS 2005


 Buenas noches, muy sinceras felicitaciones a quienes hoy representas a las diversas generaciones de Tarancón y muchísimas gracias a quienes habéis venido a compartir este acto que anuncia la inminente llegada de las Fiestas en honor de nuestra querida patrona la Virgen de Riánsares, que es, a no dudarlo, un elemento esencial en la unión y la identidad del pueblo de Tarancón, como reflejan las concentraciones populares y las emociones que consigue movilizar, así como el profundo arraigo que tiene en el corazón de quienes hemos nacido aquí, independientemente de nuestro compromiso religioso.
En el mío, como posiblemente en el vuestro, ese arraigo se fue desarrollando con historias de higueras y pastores, con novenas en la ermita de madrugada y canciones de salvación en novenarios parroquiales, de la mano de mi madre, desde muy niña. La tradicional despedida de Enero con mis padres, en la cuesta de la Bolita, y la preparación de la hoguera en familia cada 15 de Agosto, para recibir a la Virgen a su paso por la vega, debieron fortalecerlo más de lo que yo misma era capaz de intuir.
Ha sido un gran honor para mí haber recibido la propuesta del Señor Alcalde, en nombre de la Comisión de Fiestas, de hacerme cargo de pregonarlas en este años del Cuarto Centenario del Quijote, obra sobre la que tantas veces conversé con mi tía Carmen.
Un honor por múltiples razones, pero quiero destacar la esencial, la que me conmueve y me llena de orgullo, la que me hace sentir que, a pesar de ser una emigrante desde hace tantos años que prefiero no contarlos, se me sigue considerando como yo no he dejado de sentirme nunca, es decir, muy de aquí. Y esto me lleva a las palabras que justificaron mi aceptación: agradecimiento y sentido de obligada correspondencia por todo lo que aquí recibí, en diferentes momentos, desde muy diversos ámbitos y sectores.
No basta con nacer en un lugar para tener el sentido de permanencia. El mío, que efectivamente nací aquí y fui bautizad –y no metafórica, sino realmente con el agua del Caño Gordo, se forjó pausada y firmemente en el ámbito familiar, en profundas relaciones de amistad, en las experiencias de vida y de formación que Tarancón me ofreció –colegio, cuentos en el quiosco de Morritos, libros en El Noventa y Cinco, películas en el Teatro-Cinema Alcázar y en la propia distancia.
Del compromiso de mi familia paterna con Tarancón, que llegó aquí hacia 1870 –atraída posiblemente por la nostalgia del lugar de mi tatarabuela, la taranconera Paz de la Ossa- da cuenta el recuerdo popular que ha quedado de su hijo, mi bisabuelo Luis Fernández, quien recibió y transmitió a todos sus descendientes el apodo de Jabalera, que llevamos con tanto orgullo. Él levantó la Plaza de toros –hoy perdida como tantas otras arquitecturas que no supimos conservar-, luchó por conseguir un mercado estable y cerrado –medidas higiénicas- y fue el segundo de una saga de practicantes en Tarancón que ha continuado activa en la rama de su hijo Luis “El Bizco”, mote convertido en entrañable distintivo familiar –los bizcos- como tantos otros en nuestro pueblo, por la personalidad de quienes los llevaron. Aún lo recuerdo sacando de mis orejas infantiles caramelos y algunas monedillas, con sus mágicos dedos largos y finos, cuando me encontraba en Zapatería.
El recuerdo de mi abuelo Saturnino, tercero de la saga, por cuyas manos vieron las primeras luces más de 4000 taranconeros/as, decidisteis que permaneciera vivo dando su nombre a una de nuestras calles.
Mi padre, concejal en el equipo de Santiago Moya, acompañaba a una de las damas de honor de las Fiestas, hace exactamente 40 años, en un acto similar a este en el teatro Alcázar.
Podréis entender como me siento.
La familia de mi madre, los Valencia Algarra, como alguna de las vuestras, apostó por Tarancón en la postguerra y se implicó activamente en la vida económica y social, llegando a sentirse esencialmente de aquí aunque no renunciaron nunca a sus orígenes, como refleja el nombre que dieron a su negocio y que serviría para identificarlos popularmente: Los Parrillanos, apodo extendido a otros familiares y amigos que les siguieron en su viaje a Tarancón.
Los matrimonios, como en la mayoría de las sociedades rurales hasta mediados del siglo XX, se realizaron en la misma comunidad, enlazando con familias profunda raigambre tarancoenra (Martínez, García, Zacarías, Alcázar, Saceda, Pérez, Lozano, Domínguez, Díaz…) que fortalecieron la relación con el lugar.
Y lo más importante: con sus relaciones y comportamientos, consiguieron que sus descendientes no enraizáramos y desarrolláramos un alto concepto de la familia extensa –el valor de los parientes- que, al hilo de los nuevos tiempos, se ha ido ampliando con gente estupenda de otros lugares que siguen engrosando el censo de Tarancón.
Los apellidos de ambas familias me sirven para recordar, en estos tiempos de inmigración, el carácter multicultural de estas tierras conquenses, repobladas por castellanos viejos del norte –los Fernández, García, Martínez- pero con una base de población musulmana y judía, que decidió convertirse antes que emigrar en tiempos de Isabel I de Castilla, y cuyo recuerdo permanece en los apellidos identificables con lugares o con nombres de oficios –tan familiares para nosotros-, en el lenguaje, en algunos de nuestros platos más típicos y en las huellas que dejaron en los archivos de la Inquisición que organizara nuestro reconocido historiador y querido paisano Don Dimas Pérez. Sirvan como ejemplo de esa permanencia de las causas de Leonor González la Montora –juzgada por judaísmo en 495-, de Capurra la morisca –por hechicería en 1524- (los motes tienen una larga tradición, como podéis observar) o de Catalina Aparicio, por palabras contra la fe.
La mayor parte de los descendientes de ambas familias siguen aquí, trabajando y empujando a Tarancón con vosotros. No tengo ninguna duda de que la posición en que hoy me habéis colocado es deudora, en gran parte, del respeto y afecto que ambas familias han sabido crearse con su trajo, honestidad y buenas relaciones d vecindad; de los valores que, compartidos con vosotros me enseñaron con su ejemplo de vida, aunque me aseguréis que una conferencia mía en Tarancón haya sido la causa directa de esta invitación.
Mis recuerdos familiares de Fiestas van asociados ineludiblemente a la Misa Mayor y la procesión del día 8 –día de estreno de trajes-, a la charlotada del día 9 y la corrida del día 12 –difícil de olvidar la imagen de D. Álvaro y D. José Pola sentados sobre el burladero que había junto a la enfermería para atender prestos cualquier incidente-, a las vaquillas en la plaza del mercado –con el escándalo en las ventanas de las cámaras de la casa de mi abuelo, estratégicamente situada para el evento, con la tía Manolita, la tía Juliana, la Sabina, la colección de críos de mil familias que llegaban-, a los  puestos de regalos que inundaban de colores Zapatería, a los carruseles, las barcas, los coches de choque y los espectáculos populares en la plaza del antiguo Ayuntamiento, a los esperados regalos del día 12,… Y las Fiestas, siempre ligadas al grupo de amigas y amigos.
Las primeras relaciones de amistad nos enseñan a convivir con ellas aprendemos gran parte de las reglas de funcionamiento de las sociedades sin apenas dirección de los adultos. Yo las tuve excelentes: Ana Ruiz, Herminia Rius, Marisa Cañas – llegadas cada verano-; Carmita Bonilla, Mª Isabel Maldonado, Mª Candy Sanz, Isabel Imperial, Mercedes Cuesta….., fueron inseparables amigas a las que muy precozmente se irían añadiendo compañeros del otro sexo (Josemi Lozano, Puig, Pozo, Pepe Benito, Carlos, Ramón, Luis, Jesús, tantos otros…). Los fotógrafos ambulantes que llegaban en Fiestas – y más tarde el estudio de Mejías- dejaron recuerdo impreso de esta primera fase en sociedad.
Esas pandillas iniciales se irían ampliando con el tiempo (Marisa de la Osa, Pablo Monedero, Consuelo Loriente, Chema, Pili Polo, Carmen Irance y Philipe Hospitalier, Antonio…) y hoy disfruta con placer los reencuentros y, más frecuentemente, las tertulias con el dinámigo grupo del bar Antonio.
La amistad perdura más allá de la distancia que la vida nos impuso, como si el tiempo no hubiera pasado, y es uno d mis más valiosos patrimonios.
Los recuerdos juveniles de Fiestas van ligados a los galopeos –menos regados que ahora pero, como hoy un paso iniciático para tener la sensación de ser miembro de un grupo-, a los “Vermuts” del Casino Nuevo, los guateques en casa de Pepe Tena, Ramón Imperial o Félix Manuel, los paseos a Rumasa… Discutíamos mucho, y eso debió tener buenos efectos para entrenarnos en la argumentación y la capacidad de diálogo.
Esos años, que sin que apenas pudiéramos percibirlo estaban abriendo las puerta a una “nueva época”, ofreciendo a una parte de mi generación soñar con horizontes más amplios que a la que nos precedió, se han convertido en un referente para nuestra juventud, como refleja la Fiesta de los 60 que celebra con cierta devoción, y para la que todos los años revuelve nuestros baúles, ¿verdad María?
Obviamente, no todo era juego y fiesta. La escuela era una pieza esencial en nuestras vidas y el profesorado, altamente respetado por nuestros padres, tuvo un importante papel en la planificación de nuestro futuro. También en el mío. Siempre encontré en él el aval que apoyara mis deseos de seguir estudiando. Y tuve la fortuna de formar parte de un excelente equipo de compañeras, con muchas ganas de aprender (Pili Poves, Petri y Misi Fernández, Mary Campanero, Mila de la Ossa, Tita Torres, Pili Domínguez, Faustina Sellés, Elena Lucas, Alicia Martínez, Matilde Gómez, Remedios….), al que D. Julio González –de tan grato recuerdo para varias generaciones. Luchó por introducir en lenguas vivas y muertas y una profesora mercedaria (Sor Anunciación), algo atípica en sus métodos, consiguió despertar intelectualmente (tarea nada fácil como bien sabes quienes se dedican a la enseñanza), e incluso hacer brillar académicamente en el Instituto de Cuenca, a pesar de que los exámenes finales de todas las asignaturas se realizaban en una única y maratoniana jornada de 8 de la mañana a 6 de la tarde –y casi sin comer-. ¡Quién iba a imaginar, queridas compañeras, los aprobados por curso y las repescas de 5 evaluaciones que llegarían!!.
Las chicas siempre lo tuvimos algo más difícil que los chicos. Aun asumiendo que podíamos tener las mismas capacidades que ellos, no se tenía nada claro que se nos debieran dar las mismas opciones de futuro. Sin embargo, creo que mi rechazo de las limitaciones profesionales que algunos sectores  cercanos sugerían por el hecho de ser mujer –afortunadamente no compartidas por mis padres ni por mis abuelos- debió nacer en el profundo sentido de igualdad de responsabilidades entre hombres y mujeres que ofrecía el Tarancón de base agrícola y comercial de entonces. Mujeres en la escarda de las tierras, la siega, la trilla, la recogida de las legumbres, la uva y la aceituna; mujeres a rebuscar, a recoger lo que quedó de lo recogido para ayudar a la supervivencia familiar.
Y mujeres dirigiendo o gestionando, como hoy, numerosos negocios: Magdalena la modista y su taller de aprendizas, la tía Paula y su negocio de venta de cal, María la Alpargatera, las Bibianas, Juliana la Tomata, las “torteras” Máxima, Eulalia y Valentina, mi madre en el negocio familiar –en el de su padre y en el propio- … y tantas otras que, como he podido comprobar después en los archivos conquense de los siglos XV-XVIII, continuaban una tradición histórica de trabajo femenino que los libros de historia habían ignorado, como ignoraron las importantes tareas de parir, criar y cuidar, de gestión del ámbito doméstico que habían ejercido siempre. Un olvido que había contribuido a desvalorizar la función social de las mujeres y, con la ayuda de las leyes, a cerrarles opciones de futuro.
Mi interés por la historia de las mujeres quizá se explique más de lo que había imaginado en estos referentes de infancia, en la curiosidad que despertaba es Dª Inés de la Carrera que daba nombre a mi calle –mecenas de la educación, por cierto- y en ese ritmo lento que sólo las expertas –Paca la Chorretas, María la del torero, Ciri, entre otras- sabían enseñar: “Las mujeres a peseta y los hombres a dos reales y como se pongan tontos los vamos a dar de balde”.
El afán por conocer de las mujeres no es algo nuevo. Nuestro Quijote dejó buena huella y Tarancón puede presumir de haber sido cuna de Luisa Sigea humanista, poeta, maestra y dama de compañía en Casas Reales, una de las más importantes intelectuales de la Europa del Siglo XVI. No me cuesta imaginarla, junto a su hermana Ángeles –excelente música, aunque menos conocida- como se auto describiera Cristine de Pisa, dama de Corte y escritora como ella, en el comienzo de su obra La ciudad de las damas: “Sentada en mi cuarto de estudio, rodeada mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre…”.
Hoy, por fin, cientos de jóvenes taranconeras podrían hablar en estos términos y tienen abiertas como sus compañeros, todas las puertas profesionales.
Tampoco el compromiso político y social de las taranconeras es una característica exclusiva de nuestro tiempo. Joaquin Burgos, Csárea y Andrea García fueron encerradas en la Casa de Recogidas de Cuenca, el 16 de marzo de 1839, tiempos en que nuestro Fernando Muñoz bebía los vientos por Mª Cristina y con ella defendía el trono de la heredera Dª Isabel “por sublevación e incorporación a las filas del pretendiente y Cabrera”, es decir, por apoyar a los carlistas; en los años 20 del pasado siglo XX las mujeres de Tarancón tomaron la iniciativa en la protesta por la subida de los precios del pan y sufrieron la dura represión que aún queda en la memoria y reflejó en sus escritos otra taranconera por todos los poros de la que este años se cumple el centenario de su nacimiento la pintora María Rius Zunón.
Una estudiante de raíz taranconera Luchy Alonso, estaba entre las líderes del movimiento democrático universitario cuando yo llegué a la Universidad en 1968-1969. Hoy podemos felicitarnos de encontrar taranconeras en casi todas las instancias de la actividad política y esperamos que esa presencia se incremente cada día.
Pero retomemos el plan inicial:
Los veranos eran tiempos de retorno de familias que tenían aquí sus raíces. Y fue a través de esos retornos, y de las noticias y recuerdos de los que tardaron en poder volver, como aprendimos la nostalgia del lugar de origen. La familia Rius nos dio una de las mejores lecciones y nos regaló, en la distancia, un patrimonio cultural que desde hace años pasea con orgullo y apoyo popular el grupo al que mi hermano Mariano, miembro del mismo en sus orígenes, dio el afortunado nombre de Caño Gordo.
No han pasado tantos años, aunque hayan sido muy intensos, desde el período que estoy evocando 1955-1965. Los cambios políticos, económicos, en la organización social, en el comer y el vestir, en las posibilidades de comunicación…. Hacen sentir todo aquellos demasiado lejano y, quizá demasiado ajeno, al menos a las jóvenes generaciones.
Tienes razón en la primera; afortunadamente su mundo, nuestro mundo actual, es absolutamente otro. Pero deben saber que ese cambio tan profundo, y en tan breve tiempo desde una perspectiva histórica, no ha sido fruto del azar sino de la actividad, el esfuerzo, el trabajo, la colaboración y la generosidad de muchas personas que pensaron mejores futuros para sus pueblos. En esa tarea tuvieron un papel esencial los sueños, sueños de libertad, de igualdad, de justicia social, de progreso… sueños que no habrían sido posibles sin las ideas que favorecen el estudio, la reflexión, el debate, la tolerancia y la planificación conjunta de un modelo social de futuro.
Y quizá es conveniente que lo recordemos y se lo recordemos más frecuentemente a nuestros jóvenes; que les ayudemos a ser conscientes de que la democracia es una conquista que hay que defender y que se puede mejorar. Las conductas y valores que vean en su entorno serán fundamentales para conformar su propio compromiso social. De ahí la responsabilidad que tenemos la familia, el profesorado, la clase política y los medios de comunicación con nuestras conductas o nuestros discursos, y la necesidad de que les marquemos límites claros que les orienten en las normas básicas para una pacífica y responsable convivencia social. No debemos olvidar que “la educación es la vacuna contra la violencia” (Edward James) y quizá debamos repensar a qué estamos llamando hoy educación.
Es hora de acabar y quiero hacerlo con algunas invitaciones una especialmente dirigida a la generación que aún está en las aulas: disfrutad mucho las fiestas, recuperad tradiciones y ciudad bien este pueblo que es vuestro y que un día tendréis que dirigir. Vuestra formación es nuestra mejor garantía de futuro. Aprovechad todas las opciones, estudiad y aprended a disfrutar con el conocimiento, que, no lo dudéis, os podrá proporcionar enormes placeres a lo lardo de toda la vida y, en un mundo cada vez más competitivo, o abrirá mayores opciones de futuro. Y cuando necesitéis tomar otros caminos, espero que sintáis lo que poéticamente expresara, respecto a Fernando Muñoz, D. Luis Ríus: “Va a dejar Tarancón/pero se lo lleva entero/en el fondo de su ser/, y en el de su pensamiento….”. así seréis nuestra mejor embajada, como hoy lo son numerosos taranconeros y taranconeras desde la docencia, la empresa, la gestión pública, la medicina, la abogacía, la tauromaquia o el deporte, entre otras actividades.
Otras a nuestras autoridades y a la comunidad taranconera: Tarancón está en una fase de crecimiento, muy esperanzador, como centro industrial, de comunicaciones y de servicios. No olvidemos que no sólo de pan viven los pueblos. Sigamos haciendo pueblo y favorezcamos procesos de integración, tarea en la que tendrán que ayudarnos, muy especialmente, quiénes, procedentes de otros lugares, decidan proyectar con nosotros su futuro Tarancón siempre ha sido buen receptor, como he demostrado con mis dos familias.
No es el momento  ni soy la persona más adecuada para hacer sugerencias, pero me gustaría apostar por dos aspectos clave:
1.- No perdamos la sensibilidad por la salud medio-ambiental, con todo lo que ello implica de defensa del papel de la naturaleza en el ámbito urbano: cuidemos nuestras calles y nuestros recientes parques y ampliemos la oferta de espacios verdes. Que no tengan que decir de Tarancón lo que una Rosalía de Castro, transida de dolor, dijera de Castilla: “Ni árboles que te den sombra/ni sombra que preste aliento;/llanura y siempre llanura; desierto y siempre desierto” –que hoy podríamos emular en “cemento y siempre cemento”-.
2.- Apoyemos el crecimiento de ofertas culturales a las diversas generaciones optimizando el uso de los espacios que se han puesto en marcha en los últimos años (Auditorio, Casa de Parada…), a las que creo que habría que sumar una ampliación de la Biblioteca Pública para dar respuesta a la gran cantidad de estudiantes e investigadores que ya tiene Tarancón y que se incrementan cada día.
Y en esto debemos implicarnos toda la ciudadanía, ya que las iniciativas, públicas o privadas, necesitan del impulso y apoyo popular para tener continuidad.
Y por último, una invitación colectiva, la que se me ha encomendado:
En nombre del señor Alcalde, se hace saber que entre el 7 y el 13 de Septiembre se celebran en Tarancón las Fiestas y Feria en honor de Nuestra Patrona, la Virgen de Riánsares, y se invita a paisanos y paisanas, forasteras y forasteros a participar en ellas con alegría, generosidad, tolerancia, sentido común y esa pizca de locura que estas celebraciones precisan.
Podrán participar en galopeos, dianas y pasacalles, bailes y corridas de toros, competiciones, juegos y torillos de fuego, comidas populares y espectáculos musicales, así como compartir charla y buenos alimentos en bares, restaurantes, casinos y peñas. Esperamos que llenes de murmullos, bullicio y alegría las calles, bares y comercios de Tarancón, que no se encierren en peñas y cercas más de lo pereciso para que todo el mundo que nos visite –y quienes no pueden salir de casa- sientan que Tarancón está en Fiestas y disfruten con nosotros. Dejen bicicletas, motos y coches en estado de descanso, que son días de andar por nuestras calles haciendo vecindad.

¡¡¡Muy felices fiestas 2005!!!
Muchas gracias.
Tarancón
30 de Agosto de 2005


Artículo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas de Tarancón
Año 2006

jueves, 18 de agosto de 2016

PREGÓN DE FIESTAS DE TARANCON AÑO 2004

PREGÓN DE FIESTAS 2004

Pregón ofrecido por Francisco Fernández-Avilés Diaz

Excelentísimo Sr. Alcalde, miembros de la Corporación Municipal, Reina y Damas de Honor, Parejas Infantil y de la Tercera Edad, autoridades, familiares y amigos, taranconeras y taranconeros:
Buenas noches a todos y bienvenidos a este pregón de Fiestas de 2004 en honor a nuestra querida Patrona la Virgen de Riánsares.
En primer lugar, quiero dar las gracias a nuestro Alcalde por sus palabras y expresarle mi agradecimiento, a él y a todos los miembros de la Corporación Municipal, por el inmenso honor que supone el haber sido elegido pregonero. Sin pecar de falsa modestia, tengo que deciros que sé muy bien que hay otras muchas personas, nacidas en este pueblo o relacionadas con él , con más méritos que yo para desempeñar este papel; lo que indica que, aunque vengo mucho menos de lo que me gustaría a esta tierra, hay en ella gente que me quiere. También a ellos quiero darles las gracias, y decirles que, aun sabiendo que exageran en su valoración de mi persona, me siento muy feliz contar con su confianza y su cariño.
Como podéis imaginar, estos días de atrás he leído con bastante detalle los pregones de quienes me han precedido en años anteriores. He aprendido muchas cosas, pero hay algo que me ha llamado mucho la atención: en casi todos ellos, lo primero que hace el pregonero es mencionar la alta responsabilidad que se siente cuando un empieza a darse cuenta de que se va acercando este momento y tiene que dirigirse a sus paisanos de este atril. Yo también he sentido y siento ahora esa misma sensación, que yo definiría como agridulce, ay que es una mezcla de enorme satisfacción por el placer y el honor de estar aquí y de temor a defraudaros.
En relación con esto quiero contaros que estos días de atrás he hablado varias veces del pregón con mi primo Luis, que me ha ayudado bastante a prepararlo:
“¿cómo lo llevas? –me preguntaba él-.
“¡acongojadito!” –u otra cosa parecida, contestaba yo-.
“¡que tontería”!, tu estás acostumbrado a hablar en público” –replicaba Luis-.
“No es lo mismo” –terminaba yo-.
Realmente no es lo mismo. Es cierto que paso más de la mitad de mi trabajo hablando frente de auditorios generalmente numerosos, pero no es lo mismo hablar sobre temas técnicos o científicos para un auditorio técnico o científico que habar de la vida de este pueblo frente a quienes viven aquí y han tenido la generosidad de elegirte para el pregón. Por eso, os confieso que me he sentido bastante abrumado por esta responsabilidad, …hasta que me di cuenta de cuál debía ser clave de mi pregón, que es la de siempre en mi vida: EL CORAZÓN. Me paso la vida hablando DEL CORAZÓN, pero no temáis, hoy no voy a hablar del corazón, lo que quiero decir es que hoy me voy a dirigir a todos vosotros CON EL CORAZÓN.
Yo creo que hablar CON EL CORAZÓN significa hablar con sentimiento de los sentimientos; y el primer sentimiento que yo os quiero trasmitir esta noche es que, aunque no he tenido la suerte de nacer en este pueblo, me siento profundamente taranconero. Es cierto que no he sido bautizado con el agua del Caño. Pero no es menos cierto que quien os habla aquí y ahora no soy exactamente yo, sino la representación de una estirpe que, generación tras generación, se ha sentido y se siente parte de esta tierra, a la que adora con toda su alma.
¿Quién nos iba a decir a los sastres, que tal día como hoy íbamos a tener la oportunidad de trasmitir públicamente nuestro orgullo de pertenecer a este sitio y de daros a todos las gracias por tantas cosas?
¿Quién se lo iba a decir a los que parece que se han ido y que sin duda están aquí hoy? ¿Quién os lo iba decir a todos vosotros, sastres jóvenes y menos jóvenes, que habéis acudido hoy a este recinto a oíros en mi boca?
Y, sobre todo, quién te lo iba a decir a ti CONSUELO, que, con tus flamantes 8 años, vuelves a mirarme ahora con la misma sonrisa y con los mismos ojos brillantes de emoción con los que me has ido contando tantas veces las cosas de tu querido pueblo, hasta hacerlo mío:
Las mezclas de historia y de leyenda que me contabas a tu manera, con ese deje de aquí que nunca has perdido: desde los orígenes romanos de Tarancón hasta la explosión del polvorín; pasando por las gestas del rey Recaredo, curado y protegido en las batallas por la Virgen de Riánsares; y por tantos relatos que yo te hacía repetir mil veces: como esa tradición deliciosa sobre la aparición de la nuestra Patrona al pastor desde la higuera, indicándole dónde quería ser venerada y, cómo no, la historia del apuesto y hábil soldado taranconero que, tras recoger el pañuelo de la Reina María Cristina, se convirtió en Duque de Riánsares y protagonizó uno de los episodios de amor y poder más fascinantes de la historia de España.
Las cosas de tu vida y la de nuestros en este pueblo, que tanto te emocionaban: las aventuras y los dichos de tu abuelo Jesús, las coplas y refranes de aquí, los Bailes de Carnaval de entonces, la máquina de hacer fideos que sirvió para salir adelante en los malos tiempos y el recuerdo de personajes como Don Saturnino el Comadrón y toda la familia de los Jabaleras, los Alcázar, los Ayllón, Luis el Carpintero, Don Castor y tantos otros tan entrañables para nosotros.
Y, finalmente, ¿quién me iba a decir a mí que un día iba a poder dirigirme a todos vosotros para agradeceros públicamente lo mucho que han supuesto para mí este pueblo y su gente?
Dejadme que lo explique:
                De niño, Tarancón era el paraíso donde tantas veces pude escapar para esconderme de la dureza de aquellos tiempos.
Recuerdo la alegría con la que recibíamos en Madrid a Tomás el Ordinario, con su traje de dril azul. El Ordinario, no sólo nos traía casi todas las semanas los borrachos, los “mantecaos”, las tortas o las morcillas, que nos mandaba la tía Esperanza. Traía también el sabor y el olor de nuestro pueblo, y un mensaje de alegría que me recordaba que ya quedaba menos para las próximas Navidades o el siguiente verano.
Y por fin llegaba el momento, antes de que el Auto-Res parase ya veíamos la figura infalible del tío Paco esperando en la puerta del Bar Descanso.
Luego venía la inolvidable sonrisa y el saludo siempre cariñoso de Angelito desde la barra y el abrazo entrañable de su madre, María, en su despacho de borrachos y tortas. Y, a partir de ese momento, empezaba un periodo más de esperada felicidad para ese niño, que venía del Puente de Vallecas y que guardará siempre como un tesoro los recuerdos de aquellos días:
El quiosco de la Tía Morritos, a donde íbamos a comprar golosinas o tabaco para los mayores.
La Espiga de Oro, a donde nos mandaba a comprar el pan.
La tienda de la tía Parraguilla, junto a casa, con esas impresionantes cajas redondas llenas de sardinas saladas, que aplastábamos con la puerta y sabía a gloria.
El Colmao de los Claveles, en la calle del Grillo, donde nos obsequiaba el tío Paco con algún aperitivo de vez en cuando.
La Plaza del Antiguo Ayuntamiento, con el quiosco de la música, la churrería y, en fiestas, los coches eléctricos del Tío Tragaduros, las barcas, la ola y los tenderetes con berenjenas y esas gambas minúsculas en cucuruchos de papel de estraza, también riquísimos.
El cine de Don José María y, sobre todo el cine de verano del Tío Mea, donde veíamos año tras año “El Litri y su Sombra”, y siempre nos parecía diferente.
La Sastrería de mi familia. La alegría con la que Luis y yo repartíamos los trajes a los clientes a cambio de una propinilla, o ayudábamos apuntando en el probador, mojando entretelas o picando solapas. La bondad de Tomás el planchista y la gracia de las oficialas: la Engracia, Mari la Chicharrilla, Carmen la Chaqueta, y la Julia Mis Castillejo, entre otras. Nunca olvidaré el cariño con el que nos trataban.
El Día de los Santos, en el que estrenábamos el gabán si se podría y nos poníamos perdidos de barro, y que se ha convertido con el tiempo en el día tradicional de reunión de nuestra desperdigada familia.
La procesión de la Virgen, pasando por la calle Zapatería el 8 de septiembre, el 15 de agosto, cuando viene de la Ermita, o el 28 de enero cuando se la despide desde la Cuesta de la Bolita. La inolvidable mirada de veneración con la que mi madre seguía el paso de la imagen, y el orgullo con el que yo depositaba en el cepillo de las andas el pequeño donativo que ella siempre llevaba preparado.
Y, finalmente, los juegos interminables con los amigos en el recinto de la Ermita, en la Calle de la Estación, en la era, en la casa de los Carboneros, en las cámaras del pellejero, en los enormes almacenes de pipas de Sócrates, y en tantos otros sitios. Con Jesusito García “Socratillos”, Miguelito Alcázar, Toño Puig, y un largo etcétera de chavales alegres, que siempre perdonaron generosamente mis torpezas y temores de niño d asfalto. Y especialmente contigo, Luis: siempre peleando, siempre discutiendo, tu del Atleti y yo del Madrid, tu del Cordobés y yo del Viti, y así todo el tiempo, pero siempre inseparables y siempre deseando volver a estar juntos de nuevo.
No es de extrañar, por tato, que después de esta época infantil, mi juventud despertase mucho más intensamente en este sitio que en ningún otro. A Tarancón pertenecen mis primeros cigarrillos, mis primeras copas y mis primeros bailes en los guateuqes de la Casa de la Juventud, en las verbenas y en el casino, hasta que se abrió la discoteca Xandro’s. Aunque sin ningún éxito, también fue en Tarancón donde quise tener mis primeros amores. Participé feliz en muchos “galopeos”, y esperé al amanecer muchas veces rodeado de taranconeros entrañables, como Josemi Lozano, Manolo Fronce, Toño Puig, Miguelito Alcázar, Miguel Angel Torres, Pulpón, Mariano, Maribel, Enrique y su mujer, mi buen amigo Josean, y tantos otros.
Todo ello me llena de gratitud y me da la oportunidad de intentar transmitiros esta noche un triple mensaje de orgullo, ilusión y alegría.
Primero un mensaje de orgullo, por el valor de esta tierra y de su gente. Sin ninguna duda, el mayor mérito de Tarancón han sido siempre sus personas. Quizás por esa situación envidiable entre Madrid y el mar, esta tierra ha ido forjando al lo largo de tiempo en sus habitantes una forma de ser esforzada y emprendedora, abierta y generosa. Capaz de disfrutar de la vida y de prospera a pesar de todo tipo de dificultades; de configurar un sitio seguro y atractivo para vivir; de crear riqueza; de ejercer un fuerte liderazgo fuera y dentro de la tierra de campos tan diferentes como las actividades empresariales y comerciales, la política, la defensa, las artes, la educación o la ciencia. Todo ello merece un sentimiento de orgullo que no sólo sentís lícitamente vosotros, sino que se contagia también a los que tenemos algo que ver con este pueblo y que todos debemos propagar. Por favor, presumid siempre sin complejos de Tarancón. Tenéis motivos.
En segundo lugar, un mensaje de ilusión, porque en los últimos años el esfuerzo y la forma de ser de los taranconeros se ha materializado en una situación envidiable desde todos los puntos de vista, la que permite enfrentarse a los retos del futuro con una alta probabilidad de éxito.

A lo mejor desde dentro no lo habéis notado tanto. Pero, para mí, que vengo a Tarancón de vez en cuando, resulta impresionante ver cómo ha mejorado últimamente la ciudad. Con sus espacios de ocio; con sus parques; con la impresionante recuperación del patrimonios histórico que se ha conseguido recientemente; con las actividades lúdicas y culturales que tienen lugar a lo largo de todo el año; y con las excelentes dotaciones asistenciales de las que disfrutáis, entre las que quiero destacar el próximo Centro de Especialidades Médicas, Tarancón se configura como una ciudad de bienestar: culta, segura y agradable, que resultará cada vez más atractiva para vivir, no sólo para vosotros sino para gente del entrono más próximo, que buscará aquí esa mezcla de paz y progreso que ahora le falta.
Además, su envidiable situación geográfica dentro de la región y en el eje Madrid-Valencia; las excelentes comunicaciones actuales y las que están previstos a corto plazo; los polígonos y otros impresionantes esfuerzos en infraestructura que se ha realizado recientemente; y el carácter siempre emprendedor de los empresarios taranconeros, derivarán sin duda en una intensa expansión comercial e industrial. Todo ello es ilusionante, porque dibuja, con todo realismo, a una ciudad europea, abierta, moderna, agradable y próspera, a la que yo le pido esta noche que apueste fuertemente por el bienestar y progreso en todos los campos manteniendo la mentalidad abierta y el espíritu acogedor típico de los taranconeros. Por favor, ayudad a los vuestros a prosperad y acoged, cómo sólo vosotros sabéis, a todos aquellos que deseen venir a ayudaros a mantener y reforzar la riqueza y el bienestar de esta tierra, que van a ser muchos. Sin caer nunca en esas distinciones artificiales e injustas entre ciudadanos que tanto retroceso y tanto dolor están produciendo en otros sitios de España.
Y, por último, un mensaje de alegría, porque son las fiestas y ha llegado el merecido momento de disfrutar a tope de todo lo que han preparado para nosotros nuestras querida Patrona y nuestro Alcalde.
Sed todo lo felices que podáis estos días, y dejadme acabar este pregón dándoos las gracias otra vez por el inmenso honor que nos habéis hecho a los sastres esta noche, y pidiéndoos que gritéis fuertemente conmigo:

¡¡VIVA LA VIRGEN DE RIÁNSARES!!
¡¡VIVA TARANCÓN!!
¡¡Gracias y Felices Fiestas!!

Artículo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas Patronales de Tarancón
Año 2005


lunes, 8 de agosto de 2016

LA CASA DE PIEDRA DE TARANCÓN

LA CASA DE PIEDRA

Con este sencillo nombre se conocía en el pueblo un edificio que conjugaba belleza, sencillez y austeridad, destacando su singularidad en una zona que finales de los años 40 estaba libre del agobio urbanístico que ahora la invade.
Pensada como mansión de labradores acomodados de la Mancha rural, se estructuró, en medio de las fértiles tierras de labor de la familia Domínguez Azorín, sobre planta cuadrada, dos niveles de edificación y fachada principal mirando hacia el camino real de Valencia.
Interiormente el eje central lo constituía una amplísima escalera de acceso al primer piso, tras la que se disimulaba un austero patio de luces que limitaba con la fachada oeste. Esta estructura alejaba al edificio de las clásicas mansiones señoriales configuradas alrededor de un patio central rodeado de columnas, que en otros tiempos abundaron en Tarancón.
La fachada principal se distribuía simétricamente sobre el eje que formaban la puerta principal y el balcón que la coronaba; a cada lado se distribuían tres ventanales en la planta baja y tres balcones, sin salientes, en la primera planta. Ventanas inferiores y balcones enrasados con el paramento eran el único elemento decorativo de la fachada norte.
Dentro de la sencillez el paramento sur era el más variado; además de las ventanas inferiores y balcones superiores, como en el resto de las fachadas, hacia el centro del nivel superior ostentaba dos pequeñas ventanas ojivales, sin ninguna ornamentación, que denotaban pertenecer a lo que en tiempos fue la capilla del edificio, que en mis tiempos se utilizaba como aula de matemáticas. Desde esta fachada sur se accedía al corral de la labor por sendas puertas situadas en cada uno de los extremos de la fachada.
La planta baja parecía estar pensada como zona de servicios, e igual destino tenía durante el tiempo que fue colegio. A la derecha de la entrada se encontraba un pequeño comedor ara la comunidad y los profesores, le seguía la cocina y lavandería, luego la clase de tercer grado de primaria, regentada por D. Pedro Ortiz de León, y por último la enfermería y taller de costura. A mano izquierda de la planta baja se encontraban las oficinas, durante muchos años levadas por don Eladio Azorín, probablemente sirviera de granero.
Separando los cuerpos inferior y superior del edificio aparecía un friso liso, que rodeaba todo el edificio. Los cuatro paramentos eran de piedra caliza, finamente labrada en bloques regulares en jambas y dinteles y de labra más basta e irregular en el resto. El conjunto del edificio daba sensación de equilibrio, estabilidad, pesadez y armonía, como si de un bloque de piedra, tallado “in situ”, se tratara. Podemos hacernos una idea de su aspecto exterior contemplando la fachada sur de la plaza de la Constitución, antiguos locales del INSS, que en su día también perteneció a la familia Domínguez Azorín, construido en las mismas fechas y por el mismo arquitecto.
A la planta alta se accedía por una amplia escalera, con peldaños de piedra, que desembocaba en un vestíbulo presidido por el balcón central con sendas habitaciones a derecha e izquierda, cada una iluminada por tres balcones. Esta zona fue levemente reformada por el Colegio, uniendo la habitación de ala izquierda con la parte del vestíbulo de acceso al balcón, para hacer más amplia la zona de estudio, que comprendía todo el espacio de la fachada oriental, excepto el despacho del padre director que se encontraba en el ángulo suroeste con un pequeño antedespacho, con el fin d que el vestíbulo superior no se quedara sin luces, de la zona de estudio lo separaba una gran mampara acristalada.
La planta alta debió ser, en su día, la vivienda familiar; al ala sur tenía un largo pasillo desde el que se accedía a las distintas habitaciones y a la capilla, luego transformadas en aulas de geografía, matemáticas, física y latín. El ala norte prácticamente estaba ocupada por un amplísimo salón, habilitado como dormitorio de mayores; el último morador, D. Isidoro Fernández Azorín, lo utilizaba para ejercicio físico con un velocípedo, pues rara vez salía de su casa, salvo que lo hiciera al campo, en su carretín, acompañado de alguno de sus empleados. Frente a la puerta de este dormitorio se encontraba una escalera que de acceso a un camarón o buhardilla para subir al tejado, en la que se guardaban las maletas de los internos y se abría cada día, a la hora de la merienda, por si algún alumno quería reforzar su ración alimenticia con viandas traídas de casa. Este camarón era el único espacio utilizado en la zona de la cubierta.
Adosada a la esquina suroeste, cerrando por el oeste el primitivo corral y luego patio de recreo, se encontraba una larga nave, también de dos cuerpos –alto y bajo- que en su día debió servir de establos para las caballerías, con pajares y graneros en su parte superior a la que se accedía por una plataforma levantada en el ángulo suroeste. El colegio habilitó la parte inferior como aulas de párvulos, de primario y capilla. La parte superior se utilizaba como dormitorio de alumnos menores, al que se accedía primero por la plataforma antedicha y más tarde por un pasillo que se abrió restando espacio al aula del padre Jesús, “el abuelete”. La primitiva plataforma quedó así como terraza de dicha aula y en ella se instaló un quemador de sales de plata, procedente de la ayuda americana, que se encendía a instancias del servicio meteorológico nacional, para facilitar la formación de nubes y las precipitaciones. También entonces había problemas de sequía.

El antiguo corral, luego patio de recreo, tenía un pozo con brocal de piedra y armazón de hierro para la garrucha o polea, utilizado, en tiempos, como abrevadero de la labor y abastecimiento de la casa. Dada la penuria de agua del Tarancón de los años 50, el colegio instaló una bomba para situaciones de emergencia. Este patio sur conservaba un viejo y frondoso pino inclinado, así como algunos otros árboles de la primera época del edificio.
Durante el mandato del padre Juan Cebrián el viejo corral se amplió hasta el borde de la carretera general e incluyó el espacio antes ocupado por los servicios de Auxilio Social, junto a los almacenes de Ignacio Polo. El descampado de la zona norte se convirtió en nuevo patio con un magnífico frontón mirando a poniente. El espacio que quedaba entre la puerta principal y la calle se decoró con cuatro pilares de piedra caliza, rematados por bolas herrerianas, y un pasillo semicircular, también de piedra caliza, todo ello labrado por canteros de Torrubia del Campo.


Marino Poves Jiménez de la Real Academia Conquense de Artes y Letras


Articulo que se encuentra reflejado en la Revista Castillejo Nº 14 Año 2005

viernes, 5 de agosto de 2016

PREGÓN DE FIESTAS DE TARANCÓN AÑO 2001

PREGÓN DE FIESTAS 2001


Buenas noches y bienvenidos a este pregón de fiestas en honor de nuestra patrona, la Virgen de Riánsares. Antes de empezar, me gustaría decirles lo mucho que significa para mí y la gran satisfacción que me produce estar aquí hoy como pregonera, honor que me ha sido concedido más por la generosidad de nuestro Ayuntamiento y Comisión de Festejos que por méritos propios. Vaya, pues por delante, mi agradecimiento a las autoridades por su confianza y a todos ustedes por su presencia.
He pensado mucho sobre lo que podría decirles a mis convecinos en un día tan señalado y confieso que la responsabilidad resulta imponente. Cuando me enfrentaba a los primeros esbozos del pregón, lamentaba no haber aprendido mucho más y temía presentarme ante ustedes con las manos vacías. Mis escasos conocimientos se refieren a la época clásica y mis experiencias son, con toda seguridad, muchas menos que las suyas, aunque puede que contengan un punto de vista nuevo y diferente. Estos son los dos elementos que yo puedo aportar a nuestro pregón y que voy a tener el placer de compartir con ustedes.
Me pareció que, en una ocasión como ésta, gusta recordar la historia más o menos reciente de nuestro pueblo, pero contamos con ilustres investigadores, de sobra conocidos por todos y de los que tan orgullosos nos sentimos, a los que yo nunca igualaría en esta labor. Del período de nuestra historia del que podría hablar con cierta confianza es de la época romana, y lo cierto es que no sabemos mucho de aquellos días. Los únicos restos materiales que conservamos son el puente sobre el Riánsares, algunos capiteles y basas de columnas en la ermita y unas cuantas vasijas encontradas en los alrededores del núcleo urbano.
Tarancón no parece haber sido uno de los grandes asentamientos de la zona y, sin embargo, a los romanos debemos el inicio de las prácticas agrícolas y comerciales y, lo que es más importante, la construcción de las calzadas que ya entonces nos colocaron en un destacado punto de comunicación y con el tiempo darían origen a uno de nuestros grandes tesoros: nuestra posición de encrucijada.
Se podría decir que el pueblo que hoy es Tarancón, su primacía prosperidad, su carácter emprendedor, su constante afán de renovación y su imparable progreso tuvieron su germen en la romanización.
Y aún nos dejaron otra herencia de tanta o más relevancia: una herencia cultural tan profunda que se puede decir que muchos de sus elementos no han cambiado demasiado desde entonces y que nuestras manifestaciones de culto y su carácter festivo conservan la impronta de aquella gran civilización. También ellos celebraban comunitariamente festejos en honor a sus dioses, aunque la religión romana era, en esencia, muy diferente a lo que nosotros entendemos por tal era de carácter eminentemente práctico y tenía características institucionales, es decir, aportaba la sacralidad necesaria para justificar los actos del imperio.
A pesar de que el Cristianismo supuso un cambio radical en el concepto de fe y religiosidad, no se rompió súbitamente con todas las prácticas anteriores, sino que se adoptaron algunas de ellas y se les dio un nuevo significado. Por eso, nuestras fiestas tienen elementos que pueden encontrarse ya en la Antigüedad.

Así, nuestra patrona, la Virgen de Riánsares, nos pertenece por derecho propio y no por herencia, pero la forma en que festejaremos su nombre y honramos su persona se nutre de las manifestaciones de dolor de este pueblo, desde detalles prácticos, como, por ejemplo, que las fiestas de los romanos en honor a su divinidades corrían a cargo del magistrado local, igual que hoy los patrocina el ayuntamiento, hasta aspectos esenciales, como el hecho de que sus celebraciones solían comenzar sacando las imágenes en procesión para la adoración popular.
Podríamos tomar como ejemplo las Ludi Magni, las fiestas más importantes del calendario romano, que se celebraban en honor a Júpiter justamente en septiembre, del 4 al 19, y en las que, durante dos semanas, salían los ciudadanos a la calle para celebrar sus ritos, bailar y comer todos juntos: dianas, pasacalles y ferial no ha surgido de la noche a la mañana.
O podríamos, para no cansarles con tecnicismos latinos, fijarnos en las prácticas generales de cualquier festividad local de una ciudad de cierta talla. El espíritu y la significación de las fiestas era la misma entonces y ahora. Cuántas veces hemos oído decir o hemos dichos, para dejar claro lo grande e importante que es un pueblo: “¡Menudas fiestas tiene!”.
También en aquella época la consideración de una ciudad estaba estrechamente relacionada con la grandiosidad y exuberancia de sus juegos públicos, que consistían principalmente en carreras en el circo, luchas en el anfiteatro y representaciones teatrales. Y lo mismo nos llena de satisfacción a nosotros sabes que nuestras fiestas son las mejores de los alrededores y más lejos.
Si hacemos el pregón a la manera romana, anunciaremos grosso modo los mismos tipos de espectáculos, eso sí, corregidos y aumentados. Después de invitar a todo el que quiera acercarse a la procesión y ofrendas a nuestra patrona, siguiendo con la tradición que ellos instituyeron, pasaremos a diversiones más mundanas. Para los deportistas, ellos ofrecían carreras en el circo: a pie, a caballo, en carro…. Las conocidas competiciones deportivas olímpicas. Nosotros tendremos deportes para todos los gustos: triatlón, tiro con carabina, con arco, tiro al plato, fútbol, fútbol-sala, motociclismo, balonmano, tenis, ciclismo…
En cuanto a la oferta cultural, para ellos consistía principalmente en la representación teatral de las obras del autor en boga por los actores más populares, junto con certámenes poéticos y musicales; en nuestros días de feria, a las actuaciones de artistas del momento se suman desfiles de carrozas y festivales de bandas.
Finalmente, las luchas en el anfiteatro encuentran su continuación en nuestras corridas de toros. Los espectáculos taurinos, que sólo en la Península Ibérica se conservan, aunque son de origen incierto y recorren más de una tradición, encuentran algunos de sus antecedentes en Roma. Suetonio, en la vida del emperador Claudio, nos cuenta que en los juegos se exhibían a veces jinetes tesalios, que conducían toros bravos alrededor del circo y, cuando habían agotado sus fuerzas, los agarraban los cuernos y los tiraban al suelo.
Esta pelea, que evoca claramente el rejoneo, se realizó después también a pie y luego se sustituyó la participación profesional por la popular, como en los encierros o en las vaquillas.
Los romanos y antes de ellos los íberos, sacrificaban este animal sagrado, y este sacrificio, que marcaba el final de un año, aseguraba la abundancia del siguiente. Ahora ya no entendemos su muerte como un sortilegio de fertilidad, pero sigue siendo elemento esencial de nuestras fiestas, que también para nosotros señalan el final y el principio de un cielo.
Incluso ésta mi labor de hoy la hemos heredado de Roma. Tito Livio, en su Historia de la Urbe desde su fundación, nos informa de que el encargado de convocar a la gente a los actos públicos era el pregonero, y ésa era su misión exclusiva. Las otras funciones de difusión de edictos y anuncios públicos que después se otorgaron a esta figura, se fueron añadiendo a lo largo del tiempo, pero, originalmente, el pregón estaba conectado con las fiestas.
Hay que decir que el pregonero de entonces gozaba exactamente de buena consideración: Marcial, poeta latino nacido en Hispania, en uno de sus epigramas, aconseja: “Si tu hijo parece duro de mollera, hazlo pregonero”. Y tampoco sus intervenciones eran siempre afortunadas; el mismo Suetonio nos cuenta algún caso en que el público se divirtió a sus anchas a costa del despiste de un pobre pregonero, que se aprendió de memoria unas cuantas fórmulas, cada una para una ocasión distinta, y d memoria y sin pensar se equivocó de fórmula y pregonó la fiesta que no era.
En fin, que, como decía, nuestro carácter sigue siendo esencialmente el mismo. Y conocer el origen de nuestras tradiciones pueden ayudar a veces a entenderlas mejor, pero afecta poco a los sentimientos que provocan. Como taranconera, esos sentimientos han sido siempre para mí los mismos que para ustedes: la impaciencia y expectación cuando va terminando el mes de agosto; la explosión de júbilo del chupinazo: la euforia y el despilfarro de entusiasmo del galopeo; la solemnidad y devoción de la procesión y la Misa Mayor; el pasar tranquilo de la ofrenda de flores; la atmósfera general de diversión; la emoción d la fiesta nacional.

Estos días son extraordinariamente significativos y guardan impresiones y recuerdos muy especiales para cada uno de nosotros.
A todos ellos se añade todavía algo más cuando la distancia ofrece una nueva perspectiva, en la que se difuminan los detalles, pero se abarca un panorama más amplio, y nos pone ante los ojos aspectos que no nos habían llamado la atención antes, probablemente porque los dábamos por sentados.
Es curioso: se va uno lejos y se puede tener la sensación de que el espacio que se nos abre va a hacer que el que dejamos atrás parezca pequeño, que vamos a ver tantas cosas nuevas que poco menos que vamos a entender el misterio de la vida; y resulta que lo primero que se da uno cuenta es dl enorme valor de lo que es sólo nuestro, lo que ya teníamos y ahora no está al alcance de la mano.
Creo que entre ustedes habrá muchos que, como yo, viven o han pasado tiempo fuera, y otros tantos que tienen seres queridos en la misma situación. Cuando se está lejos, el pueblo natal significas, de repente, mucho más (o, al menos, se es mucho más consciente de lo que significa). Las raíces no se rompen, sino que se alargan y, cuando se vuelve a Tarancón se vuelve a casa, al hogar, a la familia, a los amigos, a lo que nos es conocido y cercano, al único sitio donde se siente uno totalmente a salvo, como si aquí no nos pudiera pasar nada malo.
El orgullo con que uno dice de dónde es, no mengua con el tiempo ni la distancia y no sé si esto ocurrirá en todas partes o si es algo que se da especialmente aquí, pero creo que nadie se va del todo de Tarancón.
Si los taranconeros llevamos nuestro pueblo en el corazón todo el año (y lo llevamos. Y se ve en cosas aparentemente insignificantes, como cuando ves una iglesia y piensas: “Ay mi parroquia, ay mi arco de la Malena”; o comes un plato que te recuerda a ése de tu pueblo; o dices algo que los demás no entienden y tienes que explicar: “eso se dice en mi pueblo. Significa…”; o cuando en un texto latino sale d término “ansares”, el animal sagrado para los romanos por salvar a Roma con sus graznidos de la invasión de los galos, según nos cuentan Livio y Columela”, y explicas a los alumnos que esa palabra sigue siendo sagrada en el nombre de Nuestra Señora…), hay fechas en la que siempre hacemos todo lo posible por volver. Ni hará falta que les diga que son el 28 de enero, el 15 de agosto y el 8 de septiembre.
Vivir en una cultura distinta, a veces hasta contrapuesta a la nuestra, me ha hecho valorar más que nunca algunos aspectos de estas fechas, especialmente las de septiembre: en primer lugar, la hospitalidad que las caracteriza. Durante esta semana, todo el mundo es bienvenido y agasajado.
Si siempre somos generosos, estos días somos espléndidos.
En segundo lugar, nuestra capacidad de divertimos como pueblo, más allá del ámbito familiar o el grupo de amigos, y no como espectadores, sino como protagonista.
Y sobre todo, el efecto unificador de nuestra fiesta, el punto de referencia cultural que nos provee de una identidad como pueblo. Para los creyentes, la Virgen de Riánsares es madre y protectora; los que no tiene fe, entienden sus fiestas como una parte importante de su vida; para todos, estos días son un lazo que nos une con más fuerza que ningún otro.
Posiblemente les parezca a ustedes que estas cosas nada tienen de extraordinario. Que son lo normal. Pero yo les aseguro que no es así. Y quizá no están garantizadas para las próximas generaciones. Estos aspectos sociales de nuestras fiestas son los que yo quiero destacar hoy mismo especialmente valiosas en nuestro mundo y en nuestros días.
Les hablaba al principio de cómo hemos recogido las tradiciones del pueblo romano. No lo he hecho sólo porque ésa es la materia de mis estudios, sino porque me interesa hacer hincapié en la importancia de que hayamos conservado nuestras tradiciones desde siempre y de que cada civilización que ha llegado a nuestra tierra sino que la haya incorporado a la propia.
Digo esto porque parece que asimilar elementos culturales nuevos no es tan sencillo en nuestros tiempos, que se caracterizan por el cambio constante y veloz. Oímos decir continuamente que estamos en la era de la técnica y la globalización. Con la técnica (no cabe duda de que ha mejorado nuestras condiciones de vida de una manera espectacular), estamos en todo momento contemporizando y cada día aprendemos a usarla humanamente.
La globalización, que aún nos parece, equivocadamente, lejana y ajena, tiene un aspecto romántico y benefactor; el de avanzar hacia un mundo sin fronteras, donde todos podemos estar en todas partes; pero tiene también sus lados oscuros: uno económico, en el que las grandes multinacionales no dejan espacio para las empresas pequeñas o especializadas y neutros están empezando (y, en algunos lugares ya han hecho más que empezar) a destruir la diversidad y el carácter de los pueblos.
Y cuando un pueblo pierde sus señas de identidad y deja d sentirse un grupo unido y activo, cuando, en definitiva, pierde su cultura, surge la falta de comunicación, la frialdad, la inseguridad, el miedo, la desconfianza y, finalmente, el desorden y a veces la violencia.
Desgraciadamente, hay en el mundo muchas sociedades que ya están sufriendo los efectos de esta falta de identidad y coherencia, sociedades que no tenían un tronco consolidado al que unir las culturas que recibían y que han pasado de ser una unidad multicultural a ser una multicultural sin unidad, una sociedad desarraigada y hostil.
Es esto nos diferenciamos de otros pueblos que no han conservado su herencia: nuestros lazos nos hacen más fuertes hacen de nuestra tierra un lugar donde se vive mejor, porque gracias a ellos formamos una gran familia y sabemos no sólo colaborar, sino también convivir y esto nos convierte en un sitio único y afortunado.
Esto que nos hace tan especiales ya lo observaron antes que yo personas de cultura, como el ilustre Giner de los ríos, al que cito literalmente: “La originalidad de un pueblo se determina principalmente en virtud de dos elementos esenciales, a saber: la continuidad de la tradición en cada momento de su historia y la firmeza para mantener la vocación que la inspira y hacerla efectiva en el organismo de la sociedad humana” (Consideraciones sobre el desarrollo de la literatura moderna, 1862, p. 118). Nosotros tenemos esa continuidad.

También estamos sintiendo los efectos globalizadores relacionados con el desarrollo de las comunicaciones: hoy contamos en nuestra población con gran número de habitantes de dispares proveniencias (en esto creo que podemos decir con la cabeza bien alta que Tarancón es un modelo de convivencia). Esta afluencia se produce de una manera cada vez más rápida y nos plantea un reto importante: el de hacer que entre nosotros sólo se sientan sus efectos positivos, enriqueciéndonos l más posible de las formas de vida que acogemos sin perder la nuestra. El reto, en definitiva, de conservar nuestras tradiciones.
Y yo estoy segura de que va a ser así, porque nuestro pueblo ha demostrado su interés no sólo en conservarlas, sino en recuperar las que están casi pérdidas o descuidadas. Como taranconeros, podemos sentirnos orgullosos de muchas cosas: de nuestra prosperidad, de nuestra calidad de vida, d nuestro crecimiento económico, pero hoy, más que nunca, debemos sentirnos orgullosos del simple hecho de ser taranconeros. Y debemos felicitarnos porque celebramos el inicio de nuestras fiestas y, más aún, porque tenemos unas fiestas que celebrar.
No quisiera, sin embargo, que pareciera que me aferro al pasado. Tenemos memoria para aprender de él (y tengamos en cuenta que hoy día el pasado puede estar sólo a unos meses de distancia) y así poder mejorar el futuro.
Y con mis deseos para ese prometedor futuro de Tarancón me despido.
                Mi deseo de que nunca se agote nuestra generosidad con nuestro pueblo, especialmente con los jóvenes y su desarrollo intelectual, para que el mundo sepa de lo que son capaces los bautizados con el agua del Caño Gordo.
Mi esperanza de que Tarancón esté siempre en la vanguardia y consiga todas sus aspiraciones. Para ello hemos andado ya gran parte del camino, gracias al esfuerzo de todos.
Mi deseo de que nuestra convivencia sea siempre armónica y alegre, y en especial durante estas fiestas, que espero que sean las más felices para todos ustedes.
Y, por supuesto, que nos reunamos para disfrutar de ellas por muchos años.
Sólo falta una cosa por decir para terminar este pregón: ¡Viva Tarancón! ¡Viva la Virgen de Riánsares!
¡Felices Fiestas a todos!

Artículo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas de Tarancón
Año 2002

miércoles, 3 de agosto de 2016

PREGON FIESTAS TARANCÓN AÑO 2000

PREGON FIESTAS TARANCÓN AÑO 2000

Taranconeras y Taranconeros, buenas noches,
INTRODUCCIÓN
Sé que muchos esperáis que un periodista que trabaja en la tele lea su pregón sin nervios y seguro. Pues no es tan fácil cuando se hace delante de la gente que más quiero en el mundo: mis paisanos. Aunque no lo creáis, no es lo mismo entrevistar que ser entrevistado, hablar por la tele de esto y de aquello, que hacerlo aquí sobre Tarancón. Me tranquiliza saber que perdonaréis mis errores por el simple hecho de ser taranconero, como vosotros. Y sé que perdonaréis mis olvidos inconscientes, o lo nombres que he tenido que arrinconar porque no es bueno que un pregón se alargue demasiado y quite tiempo a la diversión.
Sabéis que soy taranconero desde hace muchos años. No le perdonaré a José Antonio Magro, Concejal de Cultura, que me propusiera hacer el pregón de este año. Me ha puesto, sin compasión, ante la evidencia de que los años pasan aprisa. Y pregonero de las fiestas del año 2000, año eje de dos siglos. Ni más ni menos. Pero estoy encantado y te perdono. José Antonio. Sé que no ha sido tu intención encorvar mis espaldas con doscientos años a cuestas.
He escrito unas cuantas cosas en el ordenador en el que trabajo, desde hace seis años, con un reducido grupo de compañeros. Periodistas que nos metemos todas las noches en vuestras casas para contarnos las noticias del día. Bueno, lo que nosotros consideramos noticias. Sois muchos, y además de primera categoría, los que veis “La 2 Noticias”, el informativo más informal y fresco de Televisión Española. Estoy convencido de que a esa forma peculiar de contar la realidad le debo estar hoy aquí entre vosotros. Es lo que ha debido de considerar la Comisión de Festejos y lo que hace que vosotros me aguantéis. Lo agradezco profundamente.
LA NOSTALGÍA DEL PASADO
Os decía que preparar este pregón ha hecho que me sienta mayor o, mejor dicho, que me sienta tan mayor como soy. No están tan lejanos los años en que Ruperto Periga, un pregonero de verdad, anunciaba por todas las esquinas, pertrechado de tambor y trompetilla, aquello de “Por orden de la autoridad, se hace saber…” Eran años en los que los de mi generación pasábamos bastante de la tele. Entre otras cosas porque en muy pocas casas se podía comprar un televisor. Para ver “El Fugitivo”, “Furia” o “Los Intocables”, había que acudir a “El Sol”, el bar de Pipe, a “El Descanso”, de María Bonilla, o, al Bar de mi primo Paco Olmedilla que, por cierto, tardó mucho en traer la televisión. Para ver las corridas de toros del Cordobés había colas.
La Plaza del Jesús, ahora de Castilla –La Mancha, (ahora Plaza de los Leones), las calles de San Roque o Zapatería, y la Estación de trenes conformaban el plató de una infancia feliz. En ese plató estaban también Felipe, Matías y Víctor, hijos de Pipe. Una pandilla a la que se sumaban, algunos de los muchos nietos de mi abuela, la tía María la Gita, y otros muchachos mayores del barrio.
Eran tiempos en los que, inexistentes esos incomprensibles prodigios electrónicos de hoy, llenábamos nuestras vidas jugando a los güitos, la péndola, el hinque o el rescate. La bicicleta nos permita extender el espacio de nuestras aventuras: a la Ermita de Riánsares, a bañarnos en el río; al Carril de Huete a por hojas de moreras para los gusanos de seda; a la Fuente Corpa a robarle alzollas o higos a Trifón. O a la Cueva del Molino o a los Hornillos, sitios escondidos donde, sin peligro de sopapos, fumarnos los primeros cigarrillos que Antoñito, el del estanco, le distraía a su padre. Los domingos, cuando las abuelas se estiraban un poco la mano –y siempre la estiraban- nos comprábamos pipas en los puestos del tío Moreno o la tía Celestina e íbamos al gallinero del cine de Don José María para animar y aplaudir a los buenos de las películas del oeste ante la llegada de los indios.
Entre juegos y aventuras había tiempo para leer los chistes de “La codorniz”. La compraba mi tío Visén y yo la tenía que leer a escondidas porque tenía fama de ser muy atrevida. Yo era tan ingenuo que lo creía. Hoy resultaría ingenua hasta para un niño de primaria.
La escuela era una aventura más. Aventura que empezó en la escuela de mis primas “las Olmedillas” (Juliana y Josefa) y que continuó en el edificio situado en la Plaza España que a mí me parecía enorme. Cuestión de diferencia de tamaño entre el edificio y yo, un renacuajo que no levantaba dos palmos del suelo. De sus dos plantas la de arriba era para los chicos y la de abajo para las chicas. Se cumplía a rajatabla la regla de oro de “los chicos con los chicos y las chicas con las chicas”. Ya sabéis todo el tipo de catástrofes que podían sobrevenir si chicos y chicas se juntaban, según nos advertían los mayores. Catástrofes que abrirían de par en par, y para toda la eternidad, las puertas del infierno más abrasador.
Organizando aquella chiquillería incontrolable, a la que nos daban leche en polvo regalo de los americanos, media docena de maestros y maestras.

Yo tuve la suerte de dar con Don Pablo Carnero, que imponía su autoridad por sí mismo. Otros la imponían mediante reglas de dura madera de carrasco. Chiquillo había que estaba la semana entera con las manos más moradas que las moras. Don Pablo ensanchó mis horizontes y aguijoneó mi curiosidad. Gracias a él tuvo estudios ese hijo de un labrador que escondía su borrica los domingos para que los Guardias Civiles, convertidos en funcionarios celestiales que obligaban a santificar los días santos, no le vieran trabajar. Don Pablo fue el responsable de que yo y otros cuantos, como Benito Torrero, Carlos Párraga o Teófilo Ortega fuéramos a estudiar a Salamanca, en un Colegio de Frailes Agustinos. Entonces apenas existía nada fuera de la Iglesia. No fui fraile, pero cambié el púlpito por los sermones de la tele. A su mujer Doña Germelina, maestra también de muchas taranconeras, un fuerte abrazo. Seguro que no se pierde este pregón.
Hace 30 años no había internet, los aviones eran casi un sueño, las carreteras eran malas y los desvencijados autobuses se desplazaban a paso de tortuga. Del tren más vale no hablar. Salamanca quedaba lejos, sobre todo para mis padres, porque entonces se trillaba en las eras del sol a sol, los garbanzos y las lentejas se arrancaban a mano y sobraban dedos para contar los coches que pasaban por la carretera de Valencia, algunos de los cuales paraban en Rumasa para repostar gasolina.
Salamanca me dio cosas buenas, pero no tantas como las que Tarancón puso en mi maleta. Volver en vacaciones a reponer pueblo era necesario, aunque fui perdiendo poco a poco el contacto con mis amigos de siempre. Pasamos de niños a hombres. Pero lo que me llevé a Salamanca en mi maleta sigue intacto en mi equipaje de hoy, como el recuerdo de un hombre que todos los taranconeros, sean de las ideas que sean, siempre han querido y respetado: D. José María, el Párroco. De su buen corazón y de su sentido del humor aprendí mucho. Cuando se embalaba con el seiscientos por los caminos del Carrizal para la misa de los domingos siempre me decía: “Antonio… no te preocupes, ¡Vamos con Dios!”. Y debía ser verdad, porque milagro fue que no se estampara contra un árbol.
Cuando aquí empezó a funcionar el primer instituto, regresé para terminar mi bachillerato. Tarancón… Salamanca…. Otra vez Tarancón…. Peregrinación que resulta extraña a los  jóvenes de hoy porque ahora no hay problemas para estudiar.
¡Qué dos años pasé en ese Instituto!. Que las clases fueran mixtas no sólo era la releche, sino la evidencia del cambio que se había producido en este país. Los profesores eran jóvenes progresistas que venían de la Universidad y nos enseñaron a mirar la realidad de forma distinta. Con menos caspa…
De aquellos años, recuerdo a Alfredo Pastor, Concejal de Hacienda, que por cierto estaba más delgado que ahora, a su hermano Antonio, a Joaquín Carrasco y a tantos otros compañeros de aquí y de pueblos cercanos que estudiaban en esa escuela de libertad y buen rollo que fue el Instituto en aquellos años. Una larga lista de nombre que siento, por falta de espacio, no incluir en su totalidad.
En las Fiestas nos divertíamos con los galopeos, las vaquillas o los torillos de fuego. No existían “Las peñas”, pero daba igual: participábamos totalmente “empeñados”. También nos los pasábamos bien cuando organizábamos fiestas por nuestra cuenta. ¡Y nos encargábamos de que fueran muy frecuentes!. Nuestra sede social, como se dice ahora, era el Bar de la Esquina, de Juanma, un camarero transmigrado de “El Descanso”. En la Esquina soñábamos con nuestro futuro. Futuro que me obligaba otra vez a abandonar el pueblo, dejar mi familia, y perder el contacto diario con los amigos. Aquellos jóvenes nos hemos convertido en psicólogos, ingenieros, farmacéuticos o periodistas…. Gente, en fin, madura y de apariencia muy seria, que supongo imponemos cierto respeto a quienes ahora son los que nosotros fuimos hace casi un rato.
Hice Periodismo en Madrid. Una suerte… porque eso me permitía volver en el Ruiz casi todos los fines de semana en la época en que empezaron a aflorar no sólo mis afanes periodísticos, sino también mi inquietudes políticas. Hasta entonces la política se había visto como un diablo de siete rabos. Pero de pronto se convirtió en el centro de nuestras vidas. Eran los años de la transición, del cambio de un régimen. “El Régimen” con mayúsculas y en exclusiva, en el que todos éramos párvulos, a un régimen, en minúsculas, en el que pasábamos a ser adultos y podíamos expresarnos con libertad. Y hablar, lo que se dice hablar, hablábamos hasta por los codos. Nuestra boca abrió la cremallera.
Y allí estábamos entre otros, Pedro Antona, Mariano Collado, Miguel Córdoba, Francisco Magro, José Villacañas, y los políticos de los nuevos partidos que se dejaban caer por aquí. El gurú de aquellas reuniones, casi clandestinas, era Manolo González Bonilla “El Tripa”, que nos dejaba generosamente las salas del Hotel Polo para que arreglásemos Tarancón, España y si se terciaba, que siempre se terciaba, el mundo entero.

Creo que no éramos muy conscientes de lo que hacíamos. Pero, visto desde la distancia de ahora, aquello fue el germen de la nueva forma de hacer política en el pueblo. Participamos con uñas y dientes en las primeras elecciones democráticas. Y durante muchos años seguí siempre viniendo a votar a Tarancón, porque era aquí donde más cerca sentía la política.
De aquel grupo de entonces pudieron salir muchas de las ideas que se han puesto en práctica después. Hablábamos de defender nuestro patrimonio artístico y cultural y, sobre todo, nuestras tradiciones: las verbenas, los mayos o las hogueras de San José. Queríamos también crear una revista y poner en marcha actividades culturales. Pues ahí están ahora revistas, o periódicos como “Castillejo” y “El Debate” y grupos como “El Caño Chico”, recuperadores de nuestro folklore y que acaban de cumplir veinte años. Un esfuerzo que se ha visto reconocido, dedicándole una calle del pueblo a Félix “Huevo”, guía indiscutible de estos grupos durante muchos años. También podemos disfrutar de una coral, de grupos de teatro, de un cineclub, de una renovada y reconocidísima banda municipal de música, de buen número de asociaciones, ecologistas entre otras y, lo digo con satisfacción a pesar de la competencia, de emisoras de radio y televisión.
Os cuento una experiencia profesional que me llena de orgullo: Mi primer artículos periodísticos, publicado en 1977, cuando todavía estaba estudiando periodismo, fue sobre Tarancón y se titulaba “Si la industria no bien, iremos a por ella”. Eran palabras del entonces Alcalde, Francisco Manzanares, que me lió, en el buen sentido de la palabra, para que contase las dificultades y de problemas que tuvo que resolver el Ayuntamiento para traer la empresa Thompson. La primera empresa importante que se instaló en Tarancón. Creo que con eso se dice todo.
UNA MIRADA AL PRESENTE

Un pregonero periodista padece el defecto de todos sus colegas: predicar. Y más aún si ha pasado cuatro años cerca de hábitos. Así que permitidme que predique un poco.
Empezar llamando la atención sobre los nuevos taranconeros, los que desde otras partes, vienen en busca de trabajo. Es bueno recordar que hasta hace poco éramos muchos los que viajábamos a otros sitios en busca de lo que ahora buscan ellos. Hay que exigir que cumplan la ley, pero no los convirtamos en chivos expiatorios de nuestros males. Solidaricémonos con sus costumbres, que nos enriquecerán y nos harán tolerantes, y recordemos lo difícil que resulta para un emigrante perder su entorno propio y abrirse camino en un mundo que es extraño.
Preocupémonos por lo que tienen problemas con la delincuencia o con la droga. En Tarancón nos conocemos todos y todos debemos responsabilizarnos de los jóvenes que, por las razones que sea, se ven inmersos en esos infiernos. Hay que sacarlos de la heroína sea como sea, cueste lo que cueste, porque no podemos abandonarlos a su suerte.
Y no olvidemos el medio ambiente. Desde que los ilustres Dimas Pérez o Marino Poves descubrieron lo que se escondía en el paraje de la Ermita de Riánsares como medio natural, muchos pregoneros que me han precedido han cantando las maravillas de ese humedal por donde, en otros tiempos, volaron garzas y ánsares. ¿Por qué conformarnos con evocar el pasado?.
Regeneremos el humedal con nuevos árboles y hagámoslo tan atractivo como lo fue antes para los taranconeros. Incluso atractivo para los patos.

SOÑANDO EL FUTURO
Y soñemos. Soñemos sueños para hacerlos realidad. Otros olmedales que aliviaban nuestro campo han desaparecido por culpa de una plaga que asoló Europa. ¿Por qué no plantamos otras especies y recuperamos esas sombras frescas, donde descansábamos de la vendimia o, en verano, disfrutábamos de una buena merienda con la familia o los amigos?.
Y puestos a soñar, ¿Por qué no creamos granjas escuela en muchas de las huertas que bajan por la ladera de los cerros de la Vega?. Granjas escuelas, o simples lugares que recreo donde poder disfrutar de la naturaleza. Os aseguro que el cuidado del medio ambiente es una apuesta segura de futuro. Cuando vengo los fines de semana a Tarancón, lo que más me pide el cuerpo es, precisamente, perderme con mis sobrinos por ese campo: la huerta del Salchichero, la de los Hilos, la Hontanilla, el Carrizal o la Peña el Águila.
También hay que soñar con nuestro paisaje urbano; seguir recuperando, por ejemplo, ese barrio de “El Caño”. Como lo está haciendo este Ayuntamiento, pero más. Seguro que si hubiéramos sido un pueblo costero, “El Caño” sería la envidia de muchos cascos urbanos antiguos. Cuidar el pavimento de sus callejuelas, su mobiliario (farolas, bancos, papeleras), las fachadas de las casas (con esos colores de antaño) los tejados.
Tenemos que potenciar, en general, la casa frente a los pisos, las calles anchas y en penumbra. No podemos convertirnos en un barrio anodino de Madrid. Debemos hacer todo lo posible por salvar de la picota las casas con historia, como se ha hecho con la casa de Parada o se está haciendo con el Palacio del Duque de Riánsares.
Entre todos tenemos que conseguir un Tarancón donde sea más fácil crear riqueza y poner nuevas ideas en marcha, que creen más puestos de trabajo para que cada vez sean menos lo que tengan que salir de aquí por necesidad.
¿Qué podemos hacer para que nuestros vinos, que en otros tiempos estuvieron en la mesa de los Reyes, vuelvan a ser conocidos fuera? ¿Y con nuestros frutos secos, con los quesos manchegos, con los productos cárnicos o con nuestro rica bollería?. Seguro que podemos hacer más.

Os contaré una anécdota que he conocido hace unos días: en Rivas-Vaciamadrid, un pueblo cerca de Madrid, se vende pan de Tarancón como si fuera un producto con denominación de origen. Está el pan normal y el pan de Tarancón, que se vende más caro como de mejor clase. Os parecerá una tontería, pero me ha llenado de orgullo saberlo.
Lo mismo cabe decir de nuestras celebraciones. Hay que intentar potenciar y difundir más fiestas como las de la Virgen de Riánsares, los Carnavales o la Semana Santa, para que cada día sean más lo que se acerquen por aquí para disfrutarlas, convirtiéndolas, por qué no, en una nueva fuente de riqueza económica..
Estoy intentando poner las pilas o nuestro Ayuntamiento para que no se deje de abordar, como lo está haciendo, mejoras para nuestro pueblo. Porque, a pesar de las cosas que nos gustaría mejorar, Tarancón nos gusta y lo queremos. Y lo queremos porque somos un pueblo con una tradición y una historia que nos llena de orgullo.
PAN, VINO… Y FELICES FIESTAS 2000
En este empeño por hacer un Tarancón mejor y más competitivo, -que sepa combinar el pasado con el futuro, la tradición con las nuevas tecnologías, la industria con el respeto al medioambiente-, tenemos que ir todos juntos: empresarios, trabajadores, agricultores, amas de casa, estudiantes o políticos.
Contáis con mi ayuda, con la modesta ayuda del hijo de Vicente y Paca, nieto de la tía Rafaela Olmedilla, de María “la Gita”, de Esteban “El Rumbón”, y de Eusebio Cuenca. Familias cien por cien taranconeras, pero sobre todo gente cabal y trabajadora que ha llamado siempre al pan, pan y al vino, vino.
Mi vida de periodista no me deja tanto tiempo como quisiera para saber más de mi pueblo y vivir más con vosotros. Aunque intento seguiros de cerca leyendo lo que escribís y oyendo y viendo lo que decís por la radio y la televisión. Vaya por cierto mi saludo a todos estos taranconeros y taranconeras, y en especial a todos los que trabajan en esa ventana de la “tele” que me permite ver el Tarancón de dos mil que no deja de crecer.

Para sacar adelante nuestros mejores deseos para Tarancón es importante que sepamos divertirnos. Ahora es un buen momento: Las fiestas están al caer. Y lo mejor que podemos hacer es disfrutarlas a tope, de verdad. Todos: grandes y chicos, hombres y mujeres, taranconeros y forasteros; todo lo que venga con buen rollo y con ganas de pasarlo bien. Yo intentaré este año aprovecharlas todo lo que pueda, para seguir después, donde sea, presumiendo como siempre en mi pueblo.
Mis felicitaciones a la Reina de las Fiestas y a sus Damas, a esta pareja joven de la Tercera Edad y al futuro de Tarancón, representando aquí por estos dos niños que estarán cansados ya de escucharme.








Articulo que se encuentra reflejado en el Programa de Fiestas Patronales de Tarancón
año 2001